Caminatas · P.N. Los Alcornocales

El Risco Blanco, guardián de los quejigos


El Risco Blanco

     Con este evocador título quisiera resumirles las sensaciones que me he llevado a casa cada vez que he hecho esta ruta, conocida como El canuto del Risco Blanco. Realizar esta ruta es como recorrer las páginas de un cuento popular, donde los personajes son carboneros, corcheros o arrieros, hombres y mujeres reales que forjaron en su día una parte esencial de nuestro patrimonio cultural. El Risco Blanco, allá en lo alto, haría las veces de cuentista y transmisor de toda esa tradición.

     Quien quiera ser espectador-caminante de esta historia deberá coger el coche y dirigirse a la carretera CA-221, la que une Facinas con Los Barrios. Podrá entrar tanto por una población como por otra, pues la ruta queda más o menos a la mitad de dicha vía. Yo  casi siempre he entrado por Facinas, pues me consta que este tramo está en mejor estado que el otro. A medida que nos vayamos acercando, iremos viendo carteles indicando los kilómetros que faltan para el lugar de inicio, puesto que además de la del Risco Blanco, se puede hacer la del Arroyo del Tiradero. Donde comienza esta ruta, encontraremos seguro coches aparcados; es buen sitio para aparcar el nuestro. Continuaremos andando unos cinco minutos hasta encontrarnos a la izquierda con una cancela, donde podremos leer un panel informativo sobre el sendero. Ahí empieza nuestro camino.

Ortofotografía del Canuto del Risco Blanco

Ese domingo conté con la buena compañía de Lola Y Julio. Tardamos unas 3,5 horas, en plan tranquilo, en recorrer los casi 6 kilómetros de caminata. Y no hay peligro de extraviarse, pues el camino está muy bien señalizado con  postes de madera, además de alguna marca de pintura en roca. Estas características convierten esta ruta en ideal para cualquier persona medianamente en forma o que se esté iniciando en el bello arte de andar el campo. Eso sí, estamos en un sendero de acceso restringido, de especial protección, por lo que para realizarlo hay que pedir permiso con antelación a la oficina del Parque, en el teléfono  956 418601.

Primer tramo del sendero
Entre quejigos
Panel informativo

El primer tramo de la ruta discurre por una pista de tierra. Un par de paneles informativos dan cuenta de la flora típica que hallaremos en el trayecto. Estamos ascendiendo por la vertiente sur de la Sierra del Niño, donde pronto comprobaremos por qué es un sitio de especial protección: estas laderas albergan uno de los quejigales mejores conservados de la Península Ibérica. El Quejigo, o Roble andaluz ,  en mi opinión el árbol más bello del Parque, encuentra aquí unas condiciones óptimas para su crecimiento.

Superada la primera pendiente, disfrutaremos de buenas vistas de la sierra vecina de Ojén, donde destaca la silueta picuda del Cerro del Aguila. Es también en este punto donde se puede observar mejor la enorme laja del Risco Blanco, custodiando el camino.

Cerro del Aguila
Vista del Risco Blanco, poco antes de llegar al puente
El Risco blanco, más cerca

Una vez llegado al puente, un poste de señalización nos dirá que no nos relajemos y que hay que torcer a la izquierda y seguir subiendo. Entramos ya en el canuto del arroyo. Un panel informativo nos pondrá al tanto de lo que es un canuto y de la flora que hallaremos en estas maravillas orográficas.

Son tantos los detalles que fotografiar, tantas las perspectivas que atrapar, y en definitiva, tan singular lo que nos rodea, que no podemos evitar desenfundar nuestras cámaras y dispararnos fotografías unos a otros para inmortalizar ese domingo. Ahí van un par de tiros:

Julio y Lola
El autor

No es por desmerecernos, pero en realidad la estrella de la sesión fotográfica estaba un poco más abajo, pegada al arroyo. También se llevó sus buenos disparos. Se trata de la joya del canuto, de su especie más escasa, rara y por tanto protegida: el Píjaro o Helecho peludo. Es un helecho que puede alcanzar hasta los 120 cm de altura, sólo crece en ambientes  con un alto grado de humedad y su característica principal son los «pelos» que pueblan el tronco o pedúnculo.

Píjaro o Helecho peludo
Píjaro o Helecho peludo

Calmado nuestro instinto fotográfico, continuamos por la vereda hasta que encontramos una señalización que nos invita a cruzar el arroyo. Ascendemos entonces por la ladera opuesta, ya tomando el camino de vuelta. Ahora el árbol predominante es el alcornoque. Volvemos a tener vistas inmejorables de la Sierra de Ojén, y del Cerro del Aguila, al que me he prometido subir.

La vereda, entre helechos
Cerro del Aguila, Sierra de Ojén
Cerro del Aguila

El sendero desciende hasta la pista de tierra que tomamos anteriormente, giramos a la derecha y volvemos a encontrarnos con el puente. Lo cruzamos, subimos la cuesta que antes bajamos y a unos 200 metros hemos de estar atentos a otro poste de señalización que nos manda descender a la izquierda, a introducirnos de lleno en el quejigal propiamente dicho; para mí la parte más interesante de la ruta.

La umbría y una humedad alta nos acompañará hasta el final, condiciones ambientales que gusta al quejigo, árbol generoso y hospitalario donde los haya. En sus gruesas ramas prosperan una serie de plantas llamadas epífitas por esto mismo, porque no necesitan el suelo para crecer. Son sobre todo helechos como la carraguala y el pulipuli, o el Ombligo de Venus, que es comestible. También se aprovechan de su majestuoso porte las plantas trepadoras y las lianas, que en contra de lo que puede parecer no son perjudiciales para el árbol. Como anécdota, comentar que su nombre científico, Quercus Canariensis, se debe a un error de etiquetado. En todo caso, Quercus Andaluciensis, señor botánico.

Obsérvese el sistema de agarre de la Carraguala
Quejigo en terreno encharcado

A continuación, dos hermosos ejemplares , de los muchos que nos saldrán al paso:

Quejigo o roble andaluz
Quejigo o roble andaluz

Y ahora sí que sí, les presento a la estrella de la caminata, imagino que el quejigo más fotografiado de este bosque ; y el más bonito sin duda alguna. En este ejemplar se puede apreciar la peculiar forma en candelabro de sus ramas, fruto de las podas que se le practicaban para luego hacer carbón vegetal.

Fotografía tomada por Lola

Hasta que la electricidad no alumbró y calentó nuestras vidas allá a finales del s.XIX, la fuente de energía calorífica que más se utilizaba era la que se extraía de estos árboles. Pensándolo bien, existe un curioso y hasta poético paralelismo entre la mencionada forma en candelabro de estos árboles con el hecho de que fueran la materia prima para obtener ese tipo de energía, la del carbón.

El carbón picó era el petroleo de hoy día. Alimentaba las cocinas de nuestros antepasados, las forjas de los herreros para moldear el hierro y sobre todo alimentaba los hogares, las calefacciones y los humildes braseros de nuestros abuelos. De bosques como este, y de árboles como el quejigo, la encina y en menor medida el alcornoque, se abastecía a una enorme población. El actual Parque de los Alcornocales servía de carbón a las Bahías de Cádiz y Algeciras, a la ciudad de Málaga, e incluso a Ceuta. Asimismo, y gracias a esta labor, se mantenía el bosque en mejores condiciones de limpieza y salubridad que en la actualidad.

¿Y quién hacía esto posible? El carbonero. Oficio duro al igual que el de corchero y arriero, y que por sí sólo es un capítulo importantísimo de ese legado cultural, con una terminología muy rica y procedimientos harto complejos. El carbonero vivía prácticamente en el monte. En estos de Ojén y San Carlos del Tiradero, por ejemplo, vivían y trabajaban muchos de ellos junto a sus familias, en las típicas chozas llamadas moriscos.

Muestra de la ocupación cotidiana de estos parajes son los hornos de pan que salpican la sierra, como este:

Horno de piedra para hacer pan

Aunque este mundo de carboneros nos pudiera parecer lejano, como perteneciente a otros siglos, no lo es tanto. Yo mismo, que rondo los cuarenta años, he tenido relación con él.

Mi abuela Manuela vivió con su primer marido, carbonero, en algún punto de estas sierras antes de 1936. Aún la recuerdo decir que fueron sus mejores años, que vivían en una choza junto a otros vecinos y que hasta tenían huerto. Luego la guerra truncaría esa vida al ser fusilado Juan, su marido. Y pasando a terrenos más alegres, todavía me acuerdo cuando por mi calle pasaba un viejecillo con un mulo vendiendo carbón picó, al grito de «picoooooo  picooooooo«. Y ese brasero bajo la mesa camilla también de mi abuela, ese olor entre lo mineral y lo vegetal…

En fin, sigamos el camino. Tras atravesar este bosque encantado salimos de nuevo a la cancela por la que entramos e iniciamos la ruta.  Nosotros, como nos quedamos con ganas, decidimos bajar al arroyo del Tiradero, que un poco más adelante se llama del Raudal, y que vierte sus aguas en el Palmones. Ese día el caudal era importante.

Arroyo del Tiradero

La fotografía de abajo demuestra que la naturaleza es sabia y que la tecnología es una vulgar imitadora. Quítense de en medio jacuzzis del mundo, que ahí va uno natural, y con denominación de origen.

Poza o jacuzzi natural

Y esta última va dedicada a todos aquellos hombres y mujeres que trabajaron duramente por esos montes, y en especial a Manuela Sánchez Fuentes.

Fotografía tomada por Julio

¡Chistera, chistera, la dCaminata está fuera!

 

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