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La Cueva Escondida (Los Barrios): una aproximación a otro lugar de memoria de la represión campogibraltareña del verano de 1936.


Tal día como hoy, 23 de julio, pero de 1936 las tropas golpistas entraron en Los Barrios después de tomar Algeciras el día 18, y San Roque y La Línea el 19 sin apenas resistencia. Accedieron a la población a través del “puente grande” que salva el río Palmones, organizados en tres grupos que se internaron respectivamente por las calles la Ollería, la Plata y Herrería. Testigo de todo ello fue Juan Lobato Vázquez, un chaval de 12 años que junto a unos amigos pasaba la mañana por los alrededores del Cerro Blanco.
En la calle Herrería, donde estaba su casa, se encontraban su abuela, su madrastra y su padre, Andrés Lobato Cobos. Las tropas que se internaron por esta calle eran guiadas por Juan Trujillo, un falangista de la localidad. Quizá ya tuviera noticias de los fusilamientos y detenciones que tuvieron lugar pocos días antes en Algeciras y La Línea, y temiera que su significación política le condujera a ser víctima de un hecho u otro; motivos más que suficientes que le llevaron a abandonar el hogar por el callejón trasero, y bajo el aplastante sol del mediodía, atravesar los canchos de Benharás en dirección a la garganta del Capitán para encontrar refugio en la Cueva Escondida.
¿Por qué eligió este lugar y no otro para esconderse? Al ser hombre de campo, Andrés sería sin duda un gran conocedor de todo el entorno montuoso que rodea a Los Barrios sobre todo por su vertiente suroeste, al igual que de los caminos y veredas tradicionales, tan frecuentadas por esos años y tristemente abocadas hoy día a desaparecer. Teniendo en cuenta el poco tiempo con el que contó para decidirse pudo haberse decantado por las gargantas de Benharás o del Prior, un poco más cercanas al pueblo, pero no, eligió la garganta del Capitán, en concreto la zona del Hoyo de don Pedro, donde dos grandes lajas de arenisca descienden en paralelo buscando el arroyo de Botafuegos. Así lo detalla Juan Lobato: «Esta cueva está de la casa forestal de Hoyo de don Pedro, hacia el Cogujón de las Corzas, a mano derecha, cerca de los tres molino de los hermanos Escalona: Blas, Cristobal y Juan».

Entorno de la Cueva Escondida y Los Barrios al fondo.

Personalmente no tuve conocimiento de la existencia de esta “cueva” hasta que leí no hace mucho el libro de Beatriz Díaz Martínez Un rosal de flores chiquititas: represión y supervivencia en Los Barrios (Cádiz), publicado por Editorial Tréveris en 2011, y del que extraigo la mayor parte de datos para este artículo. A través de sus 339 páginas Beatriz nos sumerge directamente en esas décadas centrales del siglo XX, tan decisivas para la historia social de nuestra comarca. Para ello se sirve de los testimonios de Miguel Villatoro, Juan Montedeoca, Pepa Acosta, Juan Lobato y Nicolás Zamora; además de las aportaciones de Juana Gómez, Marina Ortega Bru, José Marín y Francisco Serrano. Vivencias a flor de piel que fueron recopiladas entre 2008 y 2009 mediante un grupo de trabajo, herramienta que la autora ha utilizado en otras ocasiones como vehículo de la transmisión oral. A estos recuerdos, a estas historias íntimas que aportan a la Historia como disciplina el valor de la inmediatez y la verdad personal, Beatriz les intercala contextualizaciones históricas para mejor entendimiento de los sucesos.
Siempre he sido un gran aficionado a viajar al pasado a través de estos libros de testimonios ya que, y que me excusen los autores de ensayos diríamos que más tradicionales o mayoritarios, me parecen la forma más viva, cercana y divulgadora de contar la Historia.

Portada del libro Un rosal de flores chiquititas: represión y supervivencia en Los Barrios (Cádiz).

Para aportar mi granito de arena al mantenimiento de esta memoria colectiva me dispuse, 85 años después, a aproximarme al entorno de la Cueva Escondida, muchas veces transitado con anterioridad pero nunca con esa intención o esperanza de toparme con alguna cueva. Si más arriba entrecomillé esta palabra, es momento ahora de explicar el motivo. En nuestro territorio el vocablo cueva no posee estrictamente el mismo significado que en otros. Cuando nuestros abuelos y bisabuelos hablaban de cuevas, acepción que hemos heredado, no se referían a esos espacios cavernosos que todos podemos imaginar con sus distintas salas, estalactitas y estalagmitas. Al hablar de cuevas nos referimos principalmente a pequeños abrigos, a refugios u oquedades casi siempre de poca entidad y superficie, y que han sido utilizados desde la Prehistoria hasta la actualidad con diferentes fines. La morfología de las sierras aljíbicas campogibraltareñas, donde la arenisca es la roca predominante, no produce cuevas como las de Nerja o del Gato, por poner un par de ejemplos, situadas en enclaves de piedra caliza. Estos abrigos u oquedades que menciono se han ido configurando durante miles de años, unas veces por la labor constante y paciente del viento erosionando y ahuecando la arenisca; y otras, por efectos térmicos y corrimiento de tierras, desgajando las lajas en placas, haciéndolas rodar ladera abajo hasta que al final se montan unas sobre otras consiguiendo en ciertas ocasiones, y fortuitamente, una cierta semejanza a estructuras dolménicas o cabañas naturales.
Sé, por experiencia propia, al haber tenido la suerte de acompañar en muchas caminatas a Simón Blanco Algarín, reconocido descubridor de yacimientos rupestres correspondientes al Arte Sureño, que la zona que iba a prospectar no es lugar de “cuevas”, ni tan siquiera de abrigos como los muchos que existen en otros valles y montes cercanos. Para tener aún mayor seguridad le pregunté su opinión a Domingo Mariscal, otra de las personas que mejor conocen nuestro medio rural, su historia y tradiciones, confirmando lo que venimos tratando; que a lo sumo encontraría un refugio natural apto para esconderse.

Aproximándome a la sierra de La Palma.

Comprender los motivos que llevaron a Andrés a adentrarse en la garganta del Capitán requiere una breve explicación georeferrencial, sobre todo a los que tengan la mala fortuna de no conocer un lugar tan hermoso. Tomemos posición y contexto. Si nos situamos de cara a la garganta, a nuestra izquierda visualizaremos la ladera norte de la sierra de las Esclarecidas; umbrosa, exuberante y salvaje a causa de este mismo posicionamiento. A media altura discurre el popular camino de la Trocha, una antiquísima vía de comunicación utilizada por caminantes y cabalgaduras para internarse en el interior de la provincia ahorrando tiempo, y según la época, sorteando los mayores peligros de la costa. Y a nuestra derecha, admiraremos la silueta casi piramidal de la sierra de la Palma, que con 554 metros de altura y víctima de periódicos incendios fue por desgracia reforestada hace unas décadas con pinares, pero aún conserva algunas manchas de alcornoques y otras especies de flora autóctona. Por su cota más baja discurre también otro camino tradicional, la antigua vereda de Los Barrios a Tarifa, que aún es transitada por algunos atrevidos senderistas; eso sí, con mayores dificultades que antaño debido al progresivo abandono de nuestros montes como lugares habitados. Ambas veredas ascienden buscando el Cobujón de las Corzas, especie de embudo que recoge todas las aguas circundantes, y confluyen luego en el Puerto de los Alacranes antes de descender hacia la vertiente atlántica. Por medio de este majestuoso paisaje, que te transporta a climas macaronésicos, corre el arroyo Botafuegos salteado de pozas y cascadas, y marcando el límite entre los municipios de Los Barrios y Algeciras.

Andrés Lobato Cobos. Fotografía y huella dactilar de su DNI. Cedida por Beatriz Díaz Matínez.
Andrés Lobato Cobos. Fotografía y huella dactilar de su DNI. Cedida por Beatriz Díaz Matínez.

Tenemos, pues, unos factores importantes que motivarían a Andrés Lobato a esconderse de sus captores en un paraje como este: Cercanía respecto a Los Barrios; a cinco kilómetros en línea recta. Un bosque frondoso con multitud de escondrijos y recovecos. Pero en especial, un lugar idóneo para proseguir rápido la huida en caso de verse cercado gracias a esa vereda. Prueba de que acertó con esta opción fue el hecho de que en ese entorno de la Cueva Escondida acabaría encontrándose con otros huidos.
En este punto se entrelaza y encuentra la historia de Andrés con la de otro personaje que sufrió también en carne propia el miedo de la huida, las atrocidades de la represión y la guerra, y el dolor de todo lo que vendría después. Se trata de Francisco Serrano Gómez, nacido también en Los Barrios pero residente en Algeciras desde niño, donde llegaría a ser un activo militante de la CNT. En su exilio francés de Burdeos escribió en 2007 sus memorias, tituladas El diario de un aburrido: niñez, juventud, retirada y exilio de un republicano español en Francia. Algunos apartados del capítulo en el que rememora la huida de Algeciras no pueden dejar de ser reseñados aquí dadas las posibles coincidencias.
Cuando los militares golpistas toman el poder en Algeciras, Francisco es apresado junto a un amigo de apellido Pulido, también de la CNT, y otros dos compañeros de la UGT. Una mañana, supongo que la del 19 o del 20 de julio, son conducidos al Gobierno militar, aunque ellos pensaban que su destino eran las tapias del cementerio. Allí les recibe un teniente coronel «berreando como un toro», y les embiste con la siguiente amenaza: «los obreros llevan en huelga diez días y vosotros sois los cabecillas. Las huelgas están consideradas como rebelión militar». Para solucionar dicho conflicto laboral el teniente coronel se inventa un rocambolesco y macabro juego. Introduce en una boina cuatro papeletas numeradas, y estipula que los que saquen el tres y el cuatro saldrán como delegados con un salvoconducto de veinticuatro horas para convencer a los trabajadores de que vuelvan al trabajo. Otra de las siniestras condiciones era que tanto el beneficiario del número tres y del cuatro fueran de organizaciones distintas. Francisco sacó el número tres y pudo salir a la calle con veinticuatro horas de esperanza. Su amigo Pulido sacó el uno y sería fusilado junto al ugetista sin que aún hubiera acabado el plazo acordado de las veinticuatro horas.
De este dramático desenlace tuvo noticias Francisco a las pocas horas de producirse y decidió esconderse en una huerta de los alrededores del pueblo. Ya nada le retenía en Algeciras, donde todas las salidas estaban controladas. La sierra y Jimena de la Frontera eran sus próximos objetivos. Sin embargo, tampoco le acompañó esa vez la suerte, pues poco después de abandonar la huerta fue capturado por una patrulla de vigilancia liderada por Pedro Salvo, el mismo cabo de la Guardia Civil que en enero de 1933 participó en los trágicos sucesos de Casas Viejas. Atado de manos y pies con alambres, la fúnebre camioneta que los transportaba acabó encontrándose con otra patrulla, capitaneada ésta por el falangista Juanito Gallardo, a quien Francisco conocía de la infancia. Ambas patrullas se enzarzaron entonces en una disputa por dilucidar a qué cuerpo le correspondía hacer la entrega a los militares, y acabó imponiéndose el falangista Juanito Gallardo.
Aun habiendo pasado tantos años y ya anciano, Francisco no acababa de comprender cómo sucedió lo que viene a continuación. Quizá fuera porque mediara entre ambos una pasada y cierta amistad, o esta vez sí a los caprichos de la fortuna, pero el caso es que convenció a Juanito Gallardo de que se dirigía a la sierra para cumplir con su compromiso de convencer a los trabajadores huidos de que se entregaran, que tenía un salvoconducto y que no se iba a fugar, pues el destino de su amigo Pulido estaba en sus manos. Como ya se ha dicho más arriba, Francisco sabía que a su amigo lo habían fusilado, y jugó esa carta contra sus captores, que a su vez pensaban que su presa desconocía la noticia y que por tanto se vería obligado a volver si le quería salvar la vida. Así pues, lo liberaron de los alambres y lo dejaron subir hacia la sierra. Aún le deben estar esperando.

Tal como nos sigue relatando Francisco en sus memorias, el panorama que se encontró en la sierra fue descorazonador. Familias enteras de huidos desprovistas de lo más esencial, muchas de las cuales acabarían regresando al pueblo. También se encontró con compañeros y amigos que se alegraron mucho de verlo, ya que pensaban que al final lo habían fusilado. Durante un tiempo que Francisco no precisa aquella sierra se convirtió en un lugar de resistencia más bien pasivo, dadas las pocas armas con las que contaban. «Las altas rocas eran nuestros puestos de vigilancia e íbamos de roca en roca como cabras…». Y más adelante: «Una mañana, estaba vigilando desde lo alto de una roca, desayunando con moras. De pronto, oí quejidos de una persona. Me bajé de la roca y vi a un hombre en una de las cuevas de piedra. Estaba temblando y echaba espuma por la boca… ». Como ven, descripciones todas que nos dibujan un paisaje abrupto y pedregoso.

Francisco Serrano Gómez. Cartilla de combatiente voluntario de la resistencia en Francia.


Como era previsible, una mañana apareció la Guardia Civil con perros y cercó la sierra donde se hallaban. Las palabras de Francisco al describir las escenas, aún habiendo trascurrido setenta años desde que ocurrieron los hechos, transmiten la misma emoción y el mismo dolor que si hubieran ocurrido este mismo verano. Algunos padres de familia desistieron de huir por no abandonar a los suyos y serían ejecutados allí mismo delante de todos. Sólo los más jóvenes y los que no tenían nadie a su cargo lograron huir. La atmósfera de terror que anunció el general golpista Emilio Mola en su directiva del 19 de julio empezaba a tomar forma en ese lugar de memoria.
¿Pero de qué sierra estamos hablando? Francisco especifica en sus memorias que a la sierra a la que huyó se llamaba sierra de las Palomas, y del contexto se deduce que se localizaba en las cercanías de Algeciras. El problema está en que actualmente no existe tal topónimo en la orografía de nuestro entorno más inmediato. Cuando Francisco escribe sus memorias tiene noventa y cuatro años, y tan larga permanencia en Francia, país que no abandonó hasta el fallecimiento de su compañera, instalándose en madrid, sin duda afectó negativamente al dominio de su lengua natal. Fue algo común entre los exiliados. Por estos motivos tal vez confundiese el vocablo “palomas” con el de “palma” y en realidad estamos hablando de la misma sierra en la que se refugió Andrés Lobato: la sierra de la Palma. Otra prueba de que el castellano le jugaba malas pasadas la encontramos más adelante. Cuando finaliza el episodio en el que logra sortear el cerco de la Guardia Civil con un compañero apellidado Medina, relata que esperaron a que anocheciera antes de cruzar el río “Palmono”; esto es, el río Palmones.

Garganta del Capitán y sus afloramientos de arenisca. Foto cedida por Francisco Javier Pizarro Sánchez.

Dejemos a Francisco Serrano con su periplo hacia Jimena de la Frontera y retomemos la huida de Andrés Lobato. En la fotografía de más abajo pueden ver el escenario en el que realicé la primera prospección; el primer escalón por el que la sierra de la Palma empieza a ganar altura. No es el punto exacto en el que su hijo Juan Lobato sitúa la Cueva Escondida y que marca luego Beatriz Díaz sobre un mapa, pero decidí inspeccionarlo para no dejarme nada atrás. Además, una curiosa sombra en el afloramiento de arenisca captó mi atención, aún sabiendo que la mayoría de las veces estas proyecciones de sombra se deben a “engaños” del sol simulando y dibujando abrigos donde después, al aproximarte, no los hay.

Primera prospección.

El ascenso fue duro, y no sólo por lo escarpado del terreno y el calor, aunque el cielo estuviese encapotado. En estas situaciones el principal obstáculo o barrera lo pone el monte bajo, cerradísimo de maleza, aunque está bien que así sea puesto que este es su estado natural, y no aquel otro en el que a base de desbroces abusivos se transforman los alcornocales en meros jardines o plantaciones de bellota y corcho. Me costó lo mío, pero conseguí llegar hasta un punto en el que poder cerciorarme de que esa sombra, en efecto, no era un abrigo o cueva, si no un efecto solar.
Esta pequeña elevación conserva todavía un paisaje que no le hubiera resultado extraño a Andrés. El alcornocal centenario que allí pervive se encuentra relativamente sano, al contrario de los que crecen en los montes circundantes y en realidad en buena parte del Parque Natural de los Alcornocales, que llevan desde hace unas décadas siendo atacados por la “enfermedad” que se conoce como la seca. Este fenómeno de deterioro progresivo que se da en esta especie de quercus y que acaba con la muerte del árbol se debe a múltiples factores, siendo el principal de ellos la superpoblación de herbívoros, que impide una regeneración natural del bosque. Admitiendo que es un asunto complejo de analizar y de difícil solución en el que propietarios y Consejería de Medio ambiente se mueven por la ley del mínimo esfuerzo, lo cierto es que la seca alterará nuestro medio natural, ya lo está haciendo, hasta convertirlo en algo irreconocible para todos.
Sopesando este funesto presagio me fui desplazando a lo largo de ese frontal de derrumbes de arenisca, saltando de piedra en piedra como una cabra, como lo hiciera hace ochenta y cinco años el bueno de Francisco Serrano. Al conectar de nuevo con la vereda que asciende por la garganta me di cuenta de que el que algo quiere, algo le cuesta: los brazos llenos de arañazos.

Garganta del Capitán con el Peñón de Gibraltar al fondo. Foto cedida por Francisco Javier Pizarro Sánchez.

¿Cuál era la ideología política de Andrés Lobato? Nos lo cuenta su hijo Juan: «Mi padre era muy anarquista. A mi entender, el anarquismo era una pasión de no hacer daño a nadie; ellos no pensaban nada más que en hacer bien a todo el mundo y que todos se llevaran bien… su idea era no avasallar; ellos no querían hacerle daño a nadie. Para su ideal, la vida era imperdonable».  Aunque no tengamos constancia documental, seguramente Andrés pertenecía a la Confederación Nacional del Trabajo, a la CNT; sindicato mayoritario en nuestra comarca, el cual, como ha documentado José Manuel Algarbani, contaba en los Barrios en 1936 con 500 afiliados para una población de doce mil habitantes.

Cartel de la CNT/AIT.


En efecto, el anarquismo, y su representación en la lucha obrera, el anarcosindicalismo, fueron los principales movimientos que aglutinaron las esperanzas de la clase trabajadora en el Campo de Gibraltar prácticamente desde sus inicios. Los Barrios, por ejemplo, ya tuvo representación en 1919 en uno de los grandes congresos que fueron definiendo las tácticas y objetivos de la CNT a lo largo de los años, el conocido como el Congreso de la Comedia, celebrado en Madrid. Otro ejemplo de esta implantación libertaria la encontramos en el n.º 144 del periódico Tierra y Libertad del uno de diciembre de 1933, en el que se puede leer esta breve noticia: «En reunión celebrada por el grupo Libertad de esta localidad, ante el número crecido de compañeros que lo componen acordamos ampliarlo a la formación de una Federación integrada por cinco grupos, que como ya lo estaba antes el grupo Libertad se adhiere a la F.A.I. (Federación anarquista ibérica), deseando entablar relación con todos los grupos y participar en todas sus actividades».
Otro dato que acredita la afiliación libertaria de Andrés, aunque sea de forma indirecta es el siguiente: su primera mujer, Ángeles Vázquez Villalobos, fallecida muy joven al dar a luz, era sobrina del grazalemeño José Sánchez Rosa, una de las figuras más relevantes del anarquismo andaluz y que tan bien ha investigado y plasmado José Luis Gutiérrez Molina en su libro biográfico La tinta, la tiza y la palabra. José Sánchez Rosa, maestro y anarquista andaluz (1864-1936). José Sánchez Rosa vivió en Los Barrios durante 1901 y 1902, donde fue vocal de la junta directiva del Centro de Estudios Sociales, representante de las sociedades obreras barreñas en congresos y mítines, y maestro racionalista para los niños y niñas de las familias más desfavorecidas.
Estos, y no otros, fueron los “delitos” por los que las fuerzas golpistas persiguieron a Andrés Lobato y a tantos otros como él: pertenecer a un sindicato que básicamente sólo buscaba el bien común, la justicia social y la igualdad económica; un sindicato y organizaciones afines que además de defender los derechos laborales se empeñó desde siempre en instruir y educar a masas sociales a las que la oligarquía y la Iglesia pagaban con la moneda contraria, la pobreza y el analfabetismo; un sindicato que sólo en Andalucía en las vísperas del golpe de estado sobrepasaba los ciento ochenta mil afiliados, y al que si sumamos el resto de organizaciones obreras y partidos políticos leales a la República, obtenemos como resultado la criminalización de la mayoría social de todo un país, a la que por si fuera poco todo esto, se la asesinaría o, en el mejor de los casos, se la juzgaría, precisamente por aquellos que dieron el golpe de estado, por delitos de rebelión militar en sus variantes de adhesión, auxilio o inducción.
Andrés Lobato pagó bien caro el hecho de ser una persona justa, honrada y trabajadora. Empezó a pagar cuando el 27 de julio de 1936, recordemos, con cuarenta años y padre de familia, y comprendiendo que si permanecía más tiempo escondido en la cueva acabaría siendo cazado, escapa también hacia Jimena de la Frontera, y de ahí a Estepona, Málaga, Córdoba, etc. No volvería a su casa hasta casi tres años después, habiendo finalizado la guerra.
Poco le duró el reencuentro al pobre Andrés y a su familia. Es apresado el 25 de abril de 1939, y por un consejo de guerra celebrado en Algeciras en septiembre de ese mismo año, condenado a treinta años y un día por adhesión a la rebelión tras lograr evitar la pena de muerte. En enero de 1940 lo trasladan de Algeciras a la prisión de El Puerto de Santa María, y casi tres años después es vuelto a trasladar a la prisión provincial de las Capuchinas en Barbastro (Huesca). En febrero de 1943 ingresa en el Destacamento de Penados de Bisaurri (Huesca) donde realiza trabajos forzosos en la carretera del Run a Pont de Suert para la empresa de Riegos Asfálticos. Un año después por fin consigue que le concedan la libertad condicional sin destierro y regresa de nuevo a Los Barrios el 13 de marzo de 1944. En total casi ocho años de penurias y privación de libertad. Aún así, no acabó del todo el sometimiento. Como todos los ex-presidiarios estaba obligado a presentarse cada dos semanas en el cuartel de la Guardia Civil. No obtuvo la libertad total hasta 1966, cuando tenía 70 años. Falleció el 25 de marzo de 1974. Como relata su hijo Juan «si mi padre hubiera estado vivo cuando murió Franco, se habría emborrachado para celebrarlo».

Andrés Lobato y su hijo Juan en la romería de Los Barrios a principio de los años 70. Foto cedida por Beatriz Díaz Matínez.

Unos trescientos metros más arriba alcancé el siguiente afloramiento de areniscas. De nuevo el mismo terreno abrupto y prácticamente impenetrable que sólo permitió que me internara unas decenas de metros a lo sumo, y a base de pelearme con brezos, jaras, las benditas zarzas y demás especies del sotobosque. Traté, por otra parte, de ponerme en el lugar de Andrés. Yo estaba allí en calidad de senderista temerario, perseguido en todo caso por un sol que pasado ya el mediodía empezaba a mostrar poca clemencia a medida que las nubes mañaneras se iban disipando. Con un bocata y agua suficiente para la jornada. Pero Andrés no; ochenta y cinco años antes Andrés estuvo en ese mismo paraje seguramente con el mismo calor pero con la incertidumbre y el miedo de poder ser capturado, y sin saber lo que podría suceder después; atento a cualquier ruido, oteando constantemente la garganta y alrededores por si llegaban los civiles, en definitiva, sintiéndose como una presa. ¿Pero cómo aguantó esos cuatro días que permaneció en el monte?. ¿Qué comía?
Por suerte, contó con la ayuda de su hermana Isabel y su cuñado Curro, que trabajaban y vivían en el cortijo de El Acebuche, a unos dos kilómetros más abajo, muy cerca de donde hoy día se encuentra el centro penitenciario de Botafuegos. Aún a riesgo de ser ellos mismos acusados de colaboradores no dudaron en proveerle de comida. Estos gestos de humanidad y solidaridad fueron más comunes de lo que pensamos. Muchas de las personas que sobre todo procedentes de Algeciras y Los Barrios encaminaron sus pasos hacia Jimena de la Frontera, que sería zona republicana hasta mediados de septiembre, siendo el último pueblo de la provincia de Cádiz en ser tomado por los fascistas, fueron auxiliados por los habitantes de las cortijadas por las que pasaban.

Cortijo de El Acebuche.
Patio del cortijo de El Acebuche.

Para ir finalizando, muestro a continuación las imágenes del enclave que en esta primera aproximación puede corresponderse mejor con el objetivo buscado. Y recordemos, una vez más, que la Cueva Escondida a la que se refiere Juan Lobato es casi con toda seguridad un refugio o pequeño abrigo en la roca arenisca, al que la abundante vegetación contribuiría aún más a pasar desapercibido. Dado el tiempo transcurrido, y a la imposibilidad de que un testigo presencial lo confirme de algún modo, es imposible obviamente probar que este refugio sea uno de los que utilizara Andrés Lobato, pero sí, ya digo, el que reúne mejores condiciones para serlo. En cuanto las circunstancias lo permitan y se vaya acercando el otoño volveré a hacer otra prospección, pero esta vez entrando desde arriba, desde el mirador del Hoyo de don Pedro, que al ser zona de pinares permitirá un mejor y más rápido avance.
Como pueden observar, la sombra triangular nos indica la existencia de un lugar protegido que en realidad se ha formado por el derrumbe de ese gran bloque de arenisca, situado en origen más arriba. En su interior fácilmente pueden caber cuatro o cinco personas. Además, al pie de la entrada se aprecian signos de aterrazamiento utilizando piedras, lo que nos informa sobre una intencionalidad de proveer de mayor habitabilidad al conjunto.

Refugio en el entorno de la Cueva Escondida.

Más adelante, en la siguiente gran laja que corre paralela a ésta encontré otro lugar similar, también con las mismas señales e indicios de haber sido ocupado en alguna época por carboneros, corcheros, o quién sabe, por los que huían del golpe de estado fascista.

Otro aterrazamiento pegado a la laja.
Zoleta oxidada

Aunque para este artículo me he querido centrar en la vida de Andrés Lobato, la de su hijo Juan también constituye una impagable fuente primaria para comprender qué supuso el golpe de estado militar, la consiguiente guerra y la posterior dictadura en la vida de estas sencillas e inocentes personas. Juan simboliza como víctima del franquismo las adversidades a las que se tuvieron que enfrentar las clases oprimidas y trabajadoras de este país, fueran de un «bando» o del otro. Se vieron obligados a trabajar ya desde muy pequeños; afrontando la realidad sin apenas instrucción y educación, buscando de donde no había algo que llevarse a la boca y calmar el hambre, pero el hambre de verdad; adoptando el olvido impuesto por los vencedores como una forma más de supervivencia, apaciguando la rabia contenida para no acabar entre barrotes. Ochenta y cinco años después, los herederos ideológicos de los que provocaron esta barbarie siguen negando la mayor, tratando de no mirar de frente a esta memoria histórica y colectiva que ya les ha desbordado. Si sus antecesores propiciaron un golpe de estado para no perder sus privilegios seculares, ellos ahora hacen todo lo posible para no perder, además de estos mismos privilegios, la vergüenza y la arrogancia.
Gracias al testimonio de Juan Lobato y al de las demás personas que componen el libro Un rosal de flores chiquititas: represión y supervivencia en Los Barrios (Cádiz), y gracias a su autora, Beatriz Díaz Martínez  por poner sobre blanco y negro esos recuerdos, sabemos que la reparación de las víctimas es un hecho, y que si damos un paso atrás será sólo para coger impulso.
Sirva esta humilde caminata memorialística como homenaje y gratitud a todos ellos.

Juan Lobato Vázquez. Foto cedida por Beatriz Díaz Martínez.
De izquierda a derecha, Juan Lobato Vázquez, Marina Ortega Bru y Josefa Acosta Velasco. Foto cedida por Beatriz Díaz Martínez.
Francisco Serrano Gómez.
Biblioteca · Caminatas · Historia, Folclore y Etnografía · P.N. El Estrecho

Nuevos hallazgos en el entorno de la Peña del Bujeo.


2.1. Peña del Bujeo

Quien quiera ver correctamente la época en la que vive debe contemplarla desde lejos. ¿A qué distancia? Es muy sencillo: a la distancia que no permite ya distinguir la nariz de Cleopatra.

José Ortega y Gasset.

    A veces la piedra arenisca adopta formas muy curiosas y sugerentes. El viento y la lluvia actúan sobre ella como cinceles incansables y nos legan monumentos naturales que cuesta calificarlos como fortuitos. En este caso los fenómenos atmosféricos han modelado un rostro pétreo emergiendo de la tierra (foto de arriba); de izquierda a derecha se aprecia la barbilla y una boca retraída, luego una nariz entre aguileña y griega y finalmente el ojo… ¡ si hasta los arbolillos hacen de pelo para este coloso yacente!

      Y hablando de caras que emergen, ya iba siendo hora de que asomara mi careto por el blog. Este próximo septiembre hará un año ¡menudo año! que no subo una entrada. Abandonado no, lo siguiente. La historia que cuento a continuación tuvo lugar por tanto a finales del verano pasado. En alguna ocasión me he puesto frente al ordenador con la intención de contar este humilde hallazgo que considero inédito, al menos en este mundo bloguero en el que me muevo, pero nada, no hubo maneras, ni sobre todo ganas.

      Tampoco he regresado de nuevo al lugar de los hechos. ¿Seguirá mi gigante con esa expresión tan seria? ¿Seguirá conservando el pelo, digo los arbolitos?

       La Peña del Bujeo, aún siendo un lugar no muy frecuentado, es un enclave conocido incluso para los que no conocen exactamente su ubicación. Me explico. ¿Quién no se ha fijado mientras conducía en dirección a Tarifa, pasando Pelayo, en un promontorio que destaca a mano izquierda y que a la fuerza tiene que llamar nuestra atención? Ya, ya sé, los conductores prudentes, pero ahí está. Quién quiera saber algo más que no sea tan prudente y la próxima vez eche un vistazo, busque en Iberpix, o en último término, llame al departamento de geolocalización de dCaminata.

         Una tarde de esas, «casi» a la fresquita, mi hermano Francisco Javier, del Facebook Paisajes del Campo de Gibraltar, y el que les escribe decidimos acercarnos a la zona para conocerla a fondo. Y menos mal que lo hicimos, fue una tarde bastante fructífera ¿quién nos iba a decir que un simple paseo vespertino nos iba a deparar tales sorpresas? Vamos, como que me dan ganas de esta misma tarde acercarme de nuevo.

2.Escaleras de la Peña.

         Después de presentar nuestros respetos al susodicho gigante subimos la escalera que conduce a la cima de la peña. ¿Por qué una escalera en este sitio? Como se verá en las siguientes imágenes desde este promontorio, desde esta atalaya natural, se obtiene una visión inmejorable del acceso norte a la ciudad de Algeciras y sobre todo del Estrecho y sus primeras elevaciones.

3. Cima de la peña.

       Una vez arriba encontramos pruebas que certifican la idoneidad de esta peña como lugar ideal de observación y posicionamiento geográfico: un vértice geodésico, una caseta que sin duda perteneció en su día al acuartelamiento del Bujeo, y sobre todo, los restos de una estructura de piedra, de forma cuadrada y con pinta de ser bastante antigua. Esto fue lo que en principio lo que nos llevó allí esa tarde, pues ya anteriormente había llamado la atención de mi hermano en una de sus escapadas.

4. Base de la torre

5. Esquina de la torre.

       Si hacemos caso al mapa topográfico, donde se nombra este enclave como «Torre del Bujeo«, y tirando de nuestro conocimiento, que no deja de ser de aficionado, encontramos bastantes similitudes con otros restos de torres vigías de origen medieval. La planta  parece ser rectangular, y a falta de metro en la mochila ¡cuándo me acordaré de meter uno en ella! calculamos que de 3×4 m. más o menos. En cuanto altura, cualquiera sabe, pues sólo se ha conservado la base.

5.1. Esquina torre.

6. Algeciras desde la torre.

      Como se observa en las dos fotos anteriores esta base está compuesta por un núcleo de calicanto delimitado por sillares de mediano tamaño. Ejemplos similares los podemos ver en la Torre del Almirante y en la también desaparecida y destruida Torre de Punta Carnero. Ambas son de épocas distintas, la primera se supone que anterior al s. XIV y la segunda del XVI. Dado lo que se ha conservado y a falta de estudios que lo certifiquen yo vuelvo a tirar mis dados de aficionado y apuesto porque sean restos de una pequeña torre vigía de origen medieval.

       Al tratar de buscar información sobre estos cimientos antiguos nos encontramos con lo de siempre: dificultades y sobre todo escasez de datos.

        Ángel Sáez, al que de forma obligada hay que recurrir en estas lides, al menos menciona la palabra «Bujeo» en su artículo «Nuevas noticias sobre las torres de almenara de Tarifa«. Al hablar de la Torre de Don Juan o de Guzmán el Bueno indica lo siguiente: «Por su gran elevación, la Torre de Don Juan cumpliría la misión de atalaya principal de la ciudad murada durante la Edad Media. De esta forma establecería contacto entre las almenaras de la costa atlántica tarifeña –de la Peña y de los Vaqueros–, las del interior –del Rayo y de Torregrosa– y las estancias que continuaban las señales hacia Algeciras por el Bujeo

      ¿Podría corresponderse estos restos con una de esas estancias que transmitían las señales hacia Algeciras?

      Por último, añado otra información que me facilitó F.M. un usuario del Facebook Historia de Algeciras en imágenes, y al que agradezco su colaboración. Cito textualmente: » Figura en los mapas topográficos como la torrecilla, mi padre la conoció en pie y así estuvo hasta después de la guerra civil en la que los militares la derribaron para colocar un puesto de comunicaciones. Era una de las torres vigías interiores a igual que la de Getares.»

       Si nuestro informante está en lo cierto, esta torrecilla del Bujeo estaría en pie hasta la Guerra Civil, y sufriría el mismo e injusto destino que la mencionada Torre de Punta Carnero, demolida con fines militares en el ámbito del Plan defensivo del Campo de Gibraltar, cuando a partir de 1939 se fortificó toda la costa del Estrecho ante un posible ataque de las fuerzas aliadas.

       ¡Cuánto daría por ver una fotografía de esta torre antes de ser destruida!

7. Pelayo y Algeciras.

      Nuestra hipotética Torre del Bujeo dominaría pues el camino medieval de Algeciras a Tarifa. En el caso de ser medieval, claro. Además, hemos de tener en cuenta que en esa época no existía ninguna estancia o torre vigía en esos 20 kilómetros de tortuosa geografía. Las almenaras de Guadalmesí, del Fraile y Punta Carnero son posteriores, del s. XVI.

8. Montes de Getares.

9. El Estrecho desde la torre.

También se controlaría buena parte del Estrecho, especialmente las incursiones marítimas procedentes de Ceuta.

     Hasta aquí el capítulo de la torrecilla del Bujeo, otro más a engrosar en la larga lista de yacimientos campogibraltareños que apenas han merecido estudio alguno, pero que al menos logran mantener viva la llama a los que somos amantes de nuestra historia y nuestra geografía.

     Y si esta torrecilla vigía logró mandarnos desde su incógnito pasado señales de humo en forma de preguntas y misterio, lo que hallamos a continuación acabó por incendiar del todo nuestra curiosidad.

     Al bajar de la peña y merodear por los alrededores nos topamos de repente, casi ocultos por los brezales, unos enormes sillares de piedra arenisca. ¿Cuántos de ellos? Entre la perplejidad y los nervios no caímos en la cuenta de contarlos, pero calculamos que entre veinte y treinta sillares fácilmente.

10. Primer sillar.

11. Sillar y Bahía.

Como se puede advertir, sus dimensiones no son las usuales, las que luego solemos ver en cualquier edificación.

12. Segundo sillar

13. Dos sillares juntos.

     Pero en todos ellos se aprecia perfectamente su forma rectangular y las marcas de las herramientas que los tallaron.

14. Sillar desde arriba.

14.1. Escombros.

      También encontramos en uno de los numerosos afloramientos de arenisca uno de los posibles lugares de extracción y talla de los sillares.

15. Sillar

16. Sillar con piedra debajo.

     Muchos de ellos conservan aún en la base otra piedra que seguramente facilitarían las labores de cincelado o quizás su alzamiento para ser luego transportadas.

17. Sillar de grandes dimensiones.

     La primera hipótesis que se nos vino a nuestras emocionadas mentes fue la que fueran sillares destinados a la construcción de la torre, pero entonces ¿por qué de tan grandes dimensiones y sobre todo por qué sobraron tantos? El inusual tamaño se puede explicar porque al parecer los canteros o picapedreros que tallaban estas piedras las cortaban primero en grandes bloques y finalmente les daban su forma definitiva ya cerca del lugar o edificación del cual iban a formar parte. Ahora bien ¿por qué motivo no fueron utilizadas en la torre? ¿Por qué no llegaron nunca a su destino?

     Pasados los días, sillar para arriba y sillar para abajo, barajamos también la posibilidad de que estos fueran extraídos y labrados para cualquier otra construcción más cercana tanto en el tiempo como en el espacio, posiblemente para algún cortijo de la zona. Los más próximos son los cortijos de la Hoya y del Pueblecillo, donde incluso se han descubierto restos cerámicos del los siglos XIII y XIV; aunque se hallan algo distantes, y en el caso de que hubieran necesitado bloques de arenisca los habrían obtenido más fácilmente de algún afloramiento limítrofe, de los tantos que hay. Entonces, una vez más ¿qué hacen esos sillares abandonados en esa ladera?

     Por suerte, o por desgracia, según se mire, lo que descubrimos por último vino a aportar otra hipótesis más a esta areniscosa historia. Este sí que fue el hallazgo que acabó ya de volvernos locos del todo. Todas las torres atalayas y almenaras del Estrecho se pusieron de acuerdo para abrumarnos, ahumarnos y cegarnos con señales del pasado.

     Juro que ocurrió así tal y como os cuento, sin peliculeo. Continuamos mi hermano y yo monte abajo inspeccionando cada rincón y cada tajo de piedra que veíamos a la caza y captura de más sillares. Recuerdo que le dije, Chico (yo es que le llamo así) ¿te imaginas que encontramos una pinturilla o una tumba que no haya cazado ya el Simón (jejeje, esto lo añado ahora)? Pues fue decirlo, reírnos por lo bajo de nuestra ingenuidad, encaramarme a un tajo y pasar al otro lado, frotarme los ojos y ponérseme literalmente los vellos de punta.

18. Laja de los Sillares.

    Este es el lugar de los hechos, y al fondo, grabados en la laja, los dos petroglifos que me han dado una de mis mayores alegrías como dcaminante. Podéis imaginar la emoción e incredulidad que sentí y casi oír todavía las voces que le di a mi hermano para que viniera corriendo a verlos.

19. Señalando la llave.

     El signo lapidario que señala mi hermano tiene forma de llave antigua, grabado de una forma muy superficial o erosionado por el tiempo.

20. Señalando la cruz.

    Y el que señalo yo es un signo cruciforme a todas luces, de mayor tamaño que el anterior y cincelado con más profundidad.

21. Símbolo cruz

     La cruz, en detalle.

23. Símbolo llave

     Y la llave, el petroglifo que sin lugar a dudas más nos llamó la atención. Obligados de nuevo a teorizar, valoramos que fueran signos grabados por algún ermitaño o eremita que huyendo del mundanal ruido buscara a Dios por estos montes. El símbolo de la cruz cuadra, pero ¿y el de la llave?

     El ser sólo simples aficionados a la Historia es lo que tiene. No hay que rendir cuentas a la ciencia arqueológica, y lo mejor de todo, se otorga uno a sí mismo todo el derecho del mundo a fantasear y elucubrar. Y puestos a elucubrar ¿por qué no relacionar estos signos con los sillares? Digámoslo ya ¿por qué no pesar que son marcas de cantero realizadas por las mismas personas que elaboraron estos sillares?

     Sobre este asunto de las marcas de cantería existe una bibliografía bastante extensa, pero antes de zambullirme sin salvavidas en ella quise contar con la opinión de algunos colegas blogueros a los que suelo consultar en estos casos: Manuel Limón, José Manuel Amarillo y Simón Blanco. ¿Menudo trío para los que los conozcáis, no? Los tres, obviamente a falta de un estudio hecho por profesionales, opinaron que de las hipótesis planteadas, la más realista podría ser la de las marcas de cantero. Que estuvieran relacionadas o no con los sillares era otro asunto.

     Manuel Limón tuvo incluso el detalle de realizar por su cuenta una búsqueda en Internet para hallar casos análogos de marcas de cantero. Estas dos imágenes de abajo fueron las que me envió:

24.Autor.Jose María de la Osa. Marca recogida en la Iglesia de la Magdalena (s.XII) en Tudela, Navarra.

Marca de cantero de la Iglesia de la Magdalena (s.XII) en Tudela – Navarra. (Fotografía de José María de la Osa)

25. Marcas en forma de llaves. Iglesias de Moreruela y la Oliva. Web romanicoaragones

Marcas de cantero de los monasterios de Moreruela  (Provincia de Zamora) y de la Oliva (Navarra), respectivamente.

    Es innegable que el petroglifo en forma de llave que hallamos esa tarde guarda un gran parecido con estas tres marcas, pero Zamora y Navarra quedan un pelín lejos. Había que localizar un ejemplo más cercano. ¿Quién nos iba a decir que lo íbamos a encontrar en la misma plaza principal de nuestro pueblo, en la Plaza Alta?

    Días después del hallazgo recordé un artículo de Antonio Torremocha publicado en el nº 4-5 de la revista Caetaria: «Signos lapidarios hallados en las murallas meriníes de Algeciras». En dicho artículo analiza 457 marcas de cantero descubiertas en los sillares del recinto defensivo excavado hace unos años. Y expone una muy interesante teoría en la que los autores de estos sillares y signos lapidarios serían canteros y picapedreros castellanos. Explica la presencia de estos artesanos cristianos en una ciudad musulmana como consecuencia de un tratado de paz que se firmó entre Alfonso X y el emir Abu Yusuf entre los años 1279 y 1286; tregua que aprovecharían estos trabajadores para ganarse sus dinares en las numerosas obras que llevó a cabo el emir meriní para reforzar el complejo defensivo de la ciudad.

      Para Antonio Torremocha, la finalidad de estos signos lapidarios era la de contabilizar y marcar las distintas piezas talladas por las cuadrillas de canteros y de este modo cobrar por el trabajo realizado. Como también afirma, estos canteros se desplazaban a los alrededores de Algeciras para extraer piedra arenisca con destino a tales obras.

      ¿Podríamos elucubrar entonces que los sillares del Bujeo fueron tallados para tal fin pero que por la razón que sea nunca llegaron a su destino? ¿Serían los dos petroglifos hallados en esa peña marcas de una cuadrilla de canteros en particular para indicar que ese era su tajo, su lugar de extracción?

       Finalizando ya y retomando el hilo del signo lapidario en forma de llave mencionar que el que más se le parece al que nosotros encontramos se halla en la Iglesia de la Palma, en pleno centro de Algeciras. De los 457 signos estudiados por Torremocha sólo uno, este, muestra similitudes.

Iglesia de la Palma

     Se halla justamente en el lugar donde posan esas dos niñas tan bonitas, mis verdaderos tesoros.

26. Sillar muralla meriní.

    Este es el signo. No es exactamente igual pero vamos, para ser sólo el único que se ha hallado con esta forma… El sillar que lo contiene acabó aquí cuando en el resurgimiento de Algeciras en el s. XVIII se aprovecharon los sillares de las murallas para la construcción de edificios públicos y viviendas.

foso murallas merinies

     Y ya por último les doy un paseo por dichas murallas meriníes donde pueden disfrutar in situ de todas esas marcas de cantero.

Murallas meriníes

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27. Sillar muralla meriní.

     Como esta otra, parecida a la cruz del Bujeo, o casi.

28. Seguimos buscando.

     Venga chico, no busquemos más y volvamos, que los hados de la fortuna ya nos han tocado con su cincel, digo con su varita.

29. Otra peña en el Bujeo.

     Moraleja: nunca dejes de revisar una peña o laja de arriba a abajo. Y sobre todo, nunca dejes de fantasear, nunca dejes que la realidad te estropee una bonita historia.

¡CHISTERA CHISTERA LA DCAMINATA ESTÁ FUERA!

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La Fuentesanta, el balneario perdido de Algeciras


1.Panorama Fuentesanta      «A una hora de distancia de la ciudad están los baños minerales llamados de la Fuentesanta, situados en la garganta del mismo nombre: el agua que con abundancia los surte, es hidro-sulfúrica y hepática, bastante cargada de mineral, y se aplica con excelentes resultados para toda clase de afecciones cutáneas: se encuentran muy descuidados, sin facultativo de dotación.Pascual_madoz
Consisten en una alberca de regular capacidad con las aguas corrientes, y junto a ellos hay hasta unas 18 habitaciones de teja y varias chozas, para 20 familias más o menos, que suelen concurrir a ellos. En otros puntos de la falda de la sierra se hallan 5 o más fuentes mineralizadas, sin que se hayan analizado: algunas parecen ferruginosas, y los naturales beben el agua de todas ellas, porque son tradicionales sus buenos resultados para ciertas enfermedades.»

Pascual Madoz. Geógrafo y político. 1845

         De este modo describía Pascual Madoz el balneario de la Fuentesanta en su obra magna: Diccionario Geográfico de España. Cuando le toca el turno a Algeciras no duda en señalar la existencia de estos baños minerales, por lo que debieron ser de uso frecuente y popular entre los algecireños del s. XIX. Una alberca de mediana capacidad, 18 habitaciones de tejas y varias chozas que albergarían a 20 familias más o menos, sin facultativo de dotación y ya por esos años (1845) un tanto descuidado. Una descripción que nos lleva a pensar que no fue éste un balneario ostentoso destinado sólo a clases pudientes, si no más bien un sencillo balneario al que acudirían sobre todo familias de mediano estatus, y en menor medida y ocasionalmente, algecireños de buena posición.

      El siglo XIX fue el siglo de oro de la balneoterapia. A estos establecimientos terapéuticos no sólo se acudía para «tomar las aguas» y sanar el cuerpo. También eran centros de ocio, en realidad el germen de lo que hoy llamamos turismo. Otras poblaciones de la provincia contaron con estos baños, tal es el caso de Jerez de la Frontera con sus Baños de Gigonza y el balneario de Rosa Celeste, o el de Paterna de Rivera, donde se repetiría el topónimo de balneario de la Fuente Santa. Algeciras no iba a ser menos, y a una escala un tanto menos suntuosa, también trataría de aprovechar las cualidades benéficas de una garganta a la que los paisanos calificaban de «santa».

     Si nos trasladamos a la Algeciras del siglo XIX comprenderemos por qué este balneario y esta garganta en concreto gozaron de beatífica fama para sus usuarios. Imagínense una población de 11.000 habitantes donde las infraestructuras higiénico-sanitarias son escasas y deficientes (bueno, en esto tampoco hemos mejorado mucho, la verdad), donde periódicamente enfermedades tan terribles como el cólera morbo o las fiebres amarillas causan centenares de muertos, donde las condiciones climatológicas favorecen las enfermedades pulmonares, de la piel, etc… ¿No calificaríamos también de «santas» unas aguas que alivian estas penurias? ¿No correríamos monte arriba para reservar una plaza en este balneario?

2. Hacia la Fuentesanta        Mi hermano Francisco Javier y yo también hemos querido a través de esta caminata reservar un par de plazas en la memoria de este desconocido balneario. Ahí estamos, mirando de frente a la garganta de la Fuentesanta, con la loca y quizá ingenua intención de localizar lo que quede de dicho balneario. Digo loca porque hay que estarlo un poco para salir al monte con estos calores de agosto, y digo ingenua porque sobra decir que sabemos que no vamos a descubrir ninguna Troya, que sospechamos que nos esperan a lo sumo restos de muros, piedras amontonadas, quizá algún sorpresivo hallazgo, y ¿poco más?

    ¿Pero en qué si no consiste la aventura, aunque sea a pequeña escala? Para esta de hoy contamos con la cita de Pascual Madoz, con alguna escueta referencia histórica más, y como ya se ha dicho, muy poco respeto al calor, los pinchos y el rasgueo monocorde de las cigarras. Nosotros tardamos unas 4 horas entre ida y vuelta. A ustedes sólo les costará 10 minutillos de lectura, y sin sudar ¿eh?

3. Pilar de Matapuercos    La primera sesión de fotos la hacemos en el cortijo de Matapuercos, aledaño al antiguo campo de tiro. Un par de pilares para el ganado como el de arriba, y fuentes como la de abajo, nos hablan de un próspero pasado agropecuario, hoy día venido a menos.

Fuente en Matapuercos
Foto de Francisco Javier Pizarro (FB Paisajes del Campo de Gibraltar)

4. Emblema de infantaría

    Hasta la década de los 80, las antiguas dependencias del cortijo fueron ocupadas por los mandos que dirigían las maniobras militares. La de tiros y morterazos que se ha llevado este pobre monte por nuestros también, pobres y obligados quintos. Entre ellos nuestro hermano mayor, que hizo la mili en el 88 y participó en estas maniobras. Tal circunstancia ha contribuido a que la Fuentesanta sea la garganta más desconocida de los alrededores, pues obviamente estaba prohibido el paso al personal civil.

    Aún quedan vestigios de esta etapa militar, como se puede observar en el poyete donde ondearía supongo una bandera. Y lo más curioso, la huella dejada en el cemento por una placa correspondiente al cuerpo de infantería.

5. Panorama Fuentesanta
Panorámica del Huerto de los mellizos

6. Cortijo del Huerto de los Mellizos     Poco después alcanzamos el conocido Huerto de los Mellizos, o del Gallego, como he leído en otra parte, y no Ventorrillo de la Trocha, como se obstina en señalarnos el mapa oficial. Otro cortijo decimonónico que nos habla de mejores tiempos para el agro algecireño.

7. Majoleto y torvisco     Bajando por el senderillo que nos lleva al arroyo reparamos en algunas plantas que aprovechan el verano para fructificar y florecer, tal es el caso del majoleto (izquierda) con sus frutos rojos, y el torvisco (derecha) con sus pequeñas flores blancas.

8. Paso del arroyo de la Fuentesanta    Una vez en el paso del arroyo de la Fuentesanta aprovechamos para refrescarnos un poco. A la vuelta, ya a mediodía, poco nos faltó para meternos de cuerpo entero y así de paso beneficiarnos de sus cualidades. Curso abajo, dicho arroyo se une con el de Botafuegos, para desembocar juntos en el Palmones.
9. Collage flores    Las adelfas (izquierda) salpican de rosa el manto verde que cubre al arroyo. Y la flor de este ojaranzo (derecha), el único que vimos, que increíblemente sobrevive a su floración primaveral.

10. Subiendo un tramo de la Trocha      Dejamos atrás el arroyo y subimos el primer tramo empedrado de la Trocha, histórico camino que tantas satisfacciones y buenas caminatas nos han dado.

11. Garganta de la Fuentesanta     Culminada esta primera pendiente, y sudando ya la gota gorda, tomamos una pista que se abre a la izquierda. Si seguimos adelante llegamos, esta vez sí, al Ventorrillo de la Trocha.

     Esta pista de tierra, que discurre en paralelo a la garganta, conduce a un pequeño claro, el cual siempre he supuesto que sea un patio de corcha. Sin embargo, y como se puede ver en la foto de abajo, aún son visibles restos de chozas y pavimentos de piedra. Dudo que formaran parte del balneario que estamos buscando; seguramente pertenezcan a la última ocupación humana de esta parte de la sierra, allá por los 40.       12. Cabaña y solería

      Ahora váyanse buscando una sombra en este claro que he de hacer un obligado inciso. De agosto de 2013 nos trasladamos a abril de 1935; así, por las buenas, por obra y gracia de la fotografía.

     Cuando emprendemos una de estas dCaminatas históricas, a parte de documentarnos como buenamente podemos, solemos recabar información en el estupendo Facebook de Historia de Algeciras en imágenes, todo un tesoro de fotografías antiguas y paisanos con experiencia. Al preguntar sobre este balneario entablamos una muy interesante conversación con algunos de sus participantes, pero en especial con Enrique Pérez Benítez, quien subió además unas fotografías en B/N que nos vienen ahora de maravilla para tomar un atajo y acercarnos mínimamente al pasado de la Fuentesanta.

13. explanadilla. Excursión de Juan Pérez Arriete
Fotografía de Enrique Pérez Benítez

Esta es una de ellas, precisamente en el claro donde hemos hecho la parada y el inciso. La fotografía está tomada en abril de 1935, y en el dorso, aunque no lo vean, hay escrita una nota: «Fuentesanta. La explanadilla»

    Entre los figurantes, a la izquierda, sentado y con gafas,  se encuentra Juan Pérez Arriete; célebre algecireño que fuera entre otros cargos concejal, cronista oficial de la ciudad y fundador y director del periódico El Cronista (1912). En mi opinión es un documento gráfico singular, ya que deben ser pocas las fotografías antiguas que retraten  la garganta de la Fuentesanta como destino popular de excursionistas.

    Enrique Pérez, al que agradecemos desde aquí el detalle de prestarnos para la ocasión un par de fotos, es sobrino-nieto de Juan Pérez Arriete, y edita un blog muy interesante sobre la figura y obra de su tío-abuelo: El Cronista de Juan Pérez Arriete.

13.1 Comparativa Explanadilla         Observando en casa la fotografía en B/N tuvimos la intuición de que ya conocíamos el lugar exacto de la toma. El pequeño acebuche de la izquierda nos encendió la bombilla. Una vez en la explanadilla tratamos de obtener la misma perspectiva. Y si tenemos en cuenta el tiempo transcurrido, y los distintos objetivos empleados, juraríamos que el sitio es el mismo: la misma choza de piedra que se atisba detrás y el mismo acebuche 78 años después. ¿Qué opinan?

14. Saliendo de la explanadilla    Sea o no el mismo árbol, salgan ya de la sombra que seguimos con la caminata, a la búsqueda del balneario perdido. Para mí es la primera vez que bajo a la garganta por este punto, por este senderillo. Siempre que he ruteado por esta zona he pasado de largo en dirección a las Esclarecidas.

15. Bajando a la garganta    Para mi hermano Francisco Javier no es la primera vez, ya bajó dos semanas antes también tras la pista del balneario, pero una desgraciada caída, que ya explicaré con más detalle, le impidió explorar la zona como es debido. ¡No podría uno aficionarse mejor al mus o a las videoconsolas, no…!

16. Vivienda en la garganta    Por esta razón, fuimos directamente a esta vivienda que veis y que ya visitó, en plena angostura de la garganta. Como es lógico, tampoco sabemos si llegó a formar parte de la infraestructura del balneario, pero dista mucho de ser el típico cortijillo serrano, pues al encontrarse encajonado en el canuto apenas hay espacio para huerto, corrales u otras dependencias camperas.

17. Vivienda desde arriba     La vivienda consta de una reducida terraza y tres habitaciones. Aún se aprecia la robustez de sus muros y parte del techado a dos aguas.

18. Vivienda en la garganta

    ¿Quién sería el propietario de esta casa? Fuera quien fuera, su nivel adquisitivo era superior al de los propietarios de las chozas. Saco ahora a colación otro comentario de la conversación que mantuvimos en Historia de Algeciras en imágenes. Según Francisco L. «… Efectivamente, las aguas sulfurosas de sus manantiales eran milagrosas, y según referencias eran muchísimos los algecireños que sobre todo en verano los visitaban. Respecto a las casas me consta que D. Vicente Bálsamo, entre otros, acostumbraba a veranear en una casa que poseía en sus cercanías».

     Vicente Bálsamo Cappiel ( 1776-1863) era el cabeza de familia de uno de los linajes más influyentes en la Algeciras del s. XIX. ¿Sería ésta la casa en donde los Bálsamo pasaban la temporada veraniega? ¿Por casualidad algún descendiente de esta familia está leyendo ahora mismo el reportaje?

19. Poza debajo de la casa    Justo abajo de la casa encontramos esta hermosa poza, que aún muestra señales de haber estado represada. El  característico olor a huevo podrido es patente. Este es producido por el azufre que contiene el agua.

Lugar de la caída     A la mayoría de vosotros esta fotografía no os dirá mucho, pero a mi hermano sí, y mucho. Ese fue el lugar exacto donde se cayó y ¡se dislocó un hombro! Parece estar preguntándose cómo pudo sucederle. Puede sonar a cachondeo, pero como queriendo demostrarle que a cualquiera le pudo haber pasado, también resbalé yo en la misma piedra… y metí la pata hasta el corvejón.

     Menuda película para salir de allí con el hombro dislocado. En este tipo de sitios hay que tomar las precauciones oportunas: no salir nunca solo, llevar móvil, en fin, lo que ya sabéis.

20. Poza impresionista

    Si el pintor impresionista Claude Monet, autor de Los Nenúfares, hubiera visitado este canuto habría obtenido sin duda sugerentes motivos para pintar un lienzo dedicado a las adelfas.

21. Aterrazamiento      Vayamos por fin al balneario, a lo que queda de lo que nosotros pensamos que fue el balneario. Retrocediendo sobre nuestros pasos nos dedicamos a escudriñar este aterrazamiento de piedra que habíamos observado antes.

   Aunque se encuentra derruido en algunos tramos calculamos que pudo medir entre 20 y 30 metros en su estado original. Justo enfrente hay otro en la misma orilla del arroyo, aterrazándola también. Su función no podía ser otra que que la de evitar corrimientos de tierra y así servir de cimiento a estructuras de alguna edificación.

22. Excursión Juan Pérez Arriete. Piedra de los bichitos. Abril 1935
Fotografía de Enrique Pérez Benítez

    Quizá por los alrededores se tomó esta otra fotografía de Juan Pérez Arriete. En el reverso consta esta cita: «Fuentesanta. Piedra de los bichitos».

   Como se aprecia en la imagen, la orilla del arroyo está despejada y es accesible. Al contrario de lo que ocurre hoy día, donde un espeso túnel de vegetación impide muchas veces hasta ver la corriente.

23. 2ª Terraza con restos de viviendas   Detrás de los muros de contención encontramos cientos de piedras desperdigadas por una gran superficie. No parecen ser la típica arenisca del aljibe, la roca mayoritaria en estos suelos. Por su color entre gris y azulado pensamos que se trata de pizarra, de la denominada en el Campo de Gibraltar como «losa o piedra de Tarifa» o «piedra jabaluna». Es probable que fuera transportada allí desde alguna cantera cercana.    24. Alineamientos de piedras   A pesar del caos se distinguen alineaciones de piedra a lo largo y a lo ancho, que se extienden también una treintena de metros. Y pies de muros que nos permiten apenas adivinar formas. Sin embargo, los árboles y arbustos que se han adueñado del lugar nos impiden tomar una perspectiva adecuada que nos aclare el asunto. Nota para la siguiente caminata: meter en la mochila un globo aerostático para sacar fotografías aéreas.

25. Muro de vivienda     Tras los oportunos arañazos y pinchazos conseguimos hallar estructuras cuadrangulares, restos de construcciones invadidas totalmente por las zarzas. Otra nota: Meter también en la mochila una desbrozadora en condiciones.

     ¿Estarían aquí las 18 habitaciones con tejas de las que nos habla la reseña de Pascual Madoz? Digámoslo ya ¿Estamos en las ruinas del balneario de la Fuentesanta? Nosotros nos mojamos y contestamos afirmativamente. Dudamos que existan otros vestigios similares en toda la garganta.

26. Resto de enfoscado en muro     En algunos de estos pies de muro todavía se aprecian huellas de enfoscado.

27. Resto de Ladrillos y tejas     Y por doquier se ven numerosos restos de tejas y ladrillos tirados por el suelo.

    El historiador Angel Sáez, en una nota a pie de página de su artículo sobre el camino de la Trocha comenta lo siguiente, citando también a Madoz al principio: «Costaba de una alberca, 18 habitaciones de teja y varias chozas para 20 familias…» Y añade de su cosecha: «Sus edificios darían más tarde cobijo a varias familias campesinas, hasta su total abandono en los años cuarenta. Las ruinas del balneario fueron convertidas en bancales de cultivo. Era el último núcleo habitado de este hermoso valle, junto a La Cabreriza, en la ladera norte. En la actualidad, unos pocos restos de viviendas sirven de porquerizas a orillas del arroyo».

Foto de Francisco Javier Pizarro (FB Paisajes del Campo de Gibraltar)
Foto de Francisco Javier Pizarro (FB Paisajes del Campo de Gibraltar)

    En un sitio donde «se tomaban las aguas» no podían faltar botellas. Esta que hoy contiene agua y algún tipo de alga, sospechamos que en el pasado contuviera alguna bebida espirituosa.

Botella de cerámica   O esta otra de cerámica, sin duda más auténtica y antigua. Es curiosa la forma en espiral de su fondo.

28. Fuente o alberca

   No obstante, el hallazgo que nos causó más emoción fue esta alberca situada en una vaguada cercana, en uno de los extremos del complejo terapéutico. Donde señala mi hermano es donde estaría el caño o surtidor. Alrededor de este aún se mantiene la cal en el enlucido. Nos vemos obligados a preguntarnos de nuevo ¿Es esta  la alberca que cita Madoz?

Situación balneario    Terminamos el reportaje con un croquis de la garganta y las dependencias localizadas. Tal como imaginábamos al principio de la caminata presentiamos que nos esperaban ruinas y vestigios, mucha piedra amontonada y algún que otro, para nosotros, emocionante hallazo. Y así ha sido más o menos.
Menos mal que procedemos de familia obrera; mi mismo hermano es albañil, y al mismo tiempo contamos con nuestras inquietudes históricas y culturales. Dos factores que nos han permitido poner a trabajar la mejor de las herramientas en estos casos: la imaginación. Nos fuimos de allí con una idea bastante aceptable de lo que pudo ser el balneario de la Fuentesanta. Nos ganamos el jornal.

30. Algeciras en 1942
Vista aérea de Algeciras en 1942.

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Para saber más:

Biblioteca · Caminatas · Historia, Folclore y Etnografía · P.N. El Estrecho

Las canteras romanas de Punta Camarinal


1.Portada Punta Camarinal

«No pido otra cosa: el cielo sobre mí y el camino bajo mis pies». (Robert L. Stevenson)

    Entre las playas del Cañuelo y Bolonia se adentra mar adentro una lengua de tierra de apenas un kilómetro y medio, un triángulo equilátero casi perfecto bendecido por la luz, el viento y las olas: Punta Camarinal.

Punta Camarinal     Aquellos que gusten fusionar en sus caminatas naturaleza e historia hallarán en esta punta un buen lugar para empezar a leer y caminar en el pasado de este tramo de litoral tarifeño.

    A modo de prólogo, las primeras páginas de este librocaminata quizás nos relatara las peripecias de nuestros paisanos del Neolítico buscándose la vida y el sustento en estos fértiles acantilados: recolectando, mariscando, pescando, y porque no, gozando de unos buenos baños. En la cercana sierra de la Plata contamos con numerosos vestigios arqueológicos que testimonian una ocupación muy temprana de estas tierras: la Cueva del Moro con sus grabados paleolíticos, el altar de sacrificios conocido como la Piedra sacra de Ranchiles, diversos dólmenes en su ladera occidental, el oppidum de la Silla del Papa, etc. En fin, un prólogo muy extenso que daría para muchas excursiones.

     Aunque si nos centramos exclusivamente en Punta Camarinal, los primeros capítulos de nuestro librocaminata tendrían que basarse a la fuerza en la etapa romana, la que más se prolongó en este territorio. De este cabo salieron las primeras piedras que levantaron Baelo Claudia en los siglos II y I a.c. Las rocas calcarenitas, nuestra piedra ostionera, que se extrajeron de estos acantilados fueron utilizadas sobre todo como elementos sustentantes (columnas, arcos, jambas, capiteles…) de los edificios de la urbe hispanorromana, que junto con Carteia, en la vecina Bahía de Algeciras, controlaban el comercio de la orilla norte del Estrecho.

      Y si por último, nos quedamos con ganas de seguir andando y empaparnos de historia, podemos abrir las páginas de la Edad Moderna, cuando en 1577 se edifica en esta pedregosa costa la torre almenara del cabo de Gracia, hoy día reconvertida en faro.

Detalle cartográfico de Punta Camarinal (1833). Fuente: “The Strait of Gibraltar” by Capitain William Henry Smyth, R.N.K.S.F.; J & C Walker Sculpt. Hydrographical Office of the Admiralty (Londres), 1833. Mapa extraído del blog de un amigo: dRuta.
Detalle cartográfico de Punta Camarinal (1833). Fuente: “The Strait of Gibraltar” by Capitain William Henry Smyth, R.N.K.S.F.; J & C Walker Sculpt. Hydrographical Office of the Admiralty (Londres), 1833.
Mapa extraído del blog de un amigo: dRuta.

    Sin embargo, el hito histórico más importante y a la vez más desconocido de esta época sería el proyecto de fundar una nueva población en la misma Punta Camarinal en 1664, reinando Felipe IV, para defender la Ensenada de Bolonia y contrarrestar la ocupación británica de Tánger. Esta nueva población a todos los efectos hubiera contado con dependencias fortificadas, embarcadero, aduana, viviendas, etc. La falta de financiación y la desocupación de Tánger en 1684 echaron por tierra este proyecto fundacional… y menos mal, porque ¿a que no saben qué piedras y restos al parecer iban a aprovechar para la nueva ciudad? Sí, los de Baelo Claudia.

   Podríamos terminar nuestro librocaminata visitando ficticiamente la batería artillera del Ancón de Bolonia, construida en 1804 y «volada» por los ingleses, o las actuales, edificadas a partir de 1947, pero mejor desistimos; demasiada historia militar para un paisaje tan bello.

    Vamos a lo que vamos, al capítulo de la historia de Punta Camarinal que nos ocupa, el de las canteras romanas. En apenas dos kilómetros visitaremos los cinco o seis yacimientos canteros que jalonan esta costa hasta llegar a la Cala de la Galera, donde como epílogo a la caminata, nos dimos un merecido baño.

3. Bruma en Bolonia    Un espeso banco de niebla cubría la ensenada de Bolonia cuando llegamos, ocultando Punta Camarinal entre promesas de frescor y sugestivas tomas fotográficas. Pero nada, a eso de las nueve, cuando echamos a andar después del desayuno, sólo quedaban los últimos jirones de taró. Lástima.

4. Julio a contraluz   Os presento a mis compañeros de caminata: Este es mi amigo Julio,  a contraluz. Luego lo veréis mejor a plena luz, ejem, y a unos cuantos grados más de calor.

5. Zapi a contraluz    Y su perro Zapi, también a contraluz, rivalizando en hermosa silueta con el perfil de la sierra de San Bartolomé, al fondo.

6. Entrando en en el sendero    Llegamos al inicio del sendero que nos conducirá a las canteras. A la derecha dejamos la duna de Bolonia y nos encontramos con uno de los nidos que salpican el litoral del Estrecho, construidos al término de la Guerra Civil. Marea baja y madrugadores pescadores tentando a la suerte.

7. Tumbas antropomorfas en el Anclón     A un centenar de metros nos topamos con estas tumbas antropomorfas, que suelen pasar desapercibidas al caminante. Estas tres de la foto son las que mejor se han conservado, pero hay otras más por los alrededores, semicubiertas por la vegetación y mucho más erosionadas.

    No hablé de ellas al inicio de la entrada pues la verdad no sabría en qué capítulo de la historia ubicarlas. Historiadores y arqueólogos no se ponen de acuerdo en su datación. ¿Anteriores a la ocupación romana, posteriores? Parece ser que cada vez cobra más fuerza la teoría de su pertenencia al período de la Baja Edad media. El que aclare este misterio sin duda será celebrado con una corona de laureles… romanos.

8. Julio y Zapi en el sendero    El estrecho sendero es muy atractivo, una especie de atracción de feria al natural donde todos los sentidos participan y juegan. Eso sí, hay que andarlo con cuidado. Algunos tramos pueden resultar algo complicados si no estamos muy habituados a montar en estos «cacharritos».

9. Enebro y San Bartolomé    Un enebro marítimo, arbusto con multitud de usos medicinales, veterinarios, alimenticios, artesanales, etc. Aunque está catalogado en peligro de extinción, encuentra en Punta Camarinal y Punta Paloma su principal refugio en el P.N. del Estrecho.

10. Primeras canteras    Las dos primeras canteras se hallan muy juntas una de la otra. Son facilmente reconocibles por los cortes limpios y verticales en la piedra ostionera. Supongo que éstas serían las primeras en explotarse, dada la cercanía. Y que en algún momento llegaron a ser insuficientes para el desarrollo urbano de Baelo Claudia, puesto que también se explotaron otras canteras en la otra punta de la ensenada, a varios kilómetros de la urbe: Canteras romanas de Paloma Alta.

11. Marca de barrena en cantera    Si nos demoramos un poco e investigamos por los alrededores no tardaremos en encontrar señales y vestigios de tan dura actividad. Marcas de herramientas, sillares a medio labrar, una rampa de acceso para bajar el material al nivel del mar…

    A partir de aquí es aconsejable abandonar el senderillo del acantilado y buscar la seguridad de la tierra firme. ¿Qué sendero seguimos después? Esto… cualquiera es bueno… puesto que no están señalizadas las distintas opciones de avanzar. Además ¿quién ha dicho que nos hemos bajado ya de la atracción? Busquen en ese GPS que todos llevamos dentro el botoncito de «Topalante».

12. Tercera cantera    Pronto llegamos a la siguiente cantera, de mayores dimensiones que las anteriores, y de una casi perfecta forma cuadrangular. Mi amigo Julio, soportando estoicamente el bochorno mañanero parece estar preguntándose: ¿Cuál sería el destino de esta cantera en particular? ¿El teatro, la basílica, las factorías de salazones? Cualquiera sabe, Julius.

13. Cantera y escombros   Aún son visibles los montones de escombros en el interior, fruto del trabajo de los canteros al labrar la piedra.

14. Restos de escalera    En uno de sus laterales reparamos en este boquejo de escalera o acceso. A continuación, y oculta por las sabinas y enebros, se abre una especie de cubículo, que si bien pudo formar parte de la misma cantera, tiene toda la pinta de haber sido un refugio provisional a resguardo del levante. Todo esto dicho con muchos «quizás» y muchos «presuntamente».

15. Cantera y playa   Descansamos un poco y aprovechamos para mostrar una perspectiva de lo ya andado y leído hasta ahora.

16. Enebro, palmitos, lentiscos, pinos...     Caminando por el interior de la punta tomé esta fotografía. En una decena de metros de vegetación apretujada podemos observar la flora típica de estos campos: enebros, sabinas, lentiscos, pinos, palmitos…

17.flor    Y esta bella clavellina silvestre luchando contra la canícula.

_DSC0170   De regreso a la línea de costa nos encontramos con los acantilados más altos. Espectacular y soberbio trabajo esculpido por el más incansable de los canteros: el tiempo.

18. Saltar o no saltar    Las cristalinas aguas turquesas nos atraen cual atractivas sirenas. Resiste Julises, digo Julio, a sus encantos y ardides, que si nos tiramos de aquí nos matamos.

19. Llegando a la cantera de la Galera    Y llegamos por fin a la Cala de la Galera, nuestra Itaca de ese día, nuestro fin de ruta.

20. Cantera de la Cala de la Galera   En esta cala se halla la cantera de mayor envergadura de toda la zona, posiblemente también explotada en épocas recientes. Justo por arriba se extiende la alambrada que delimita los terrenos del acuartelamiento de Punta Camarinal.

21. Paredes verticales    Sus paredes pueden medir sus buenos 6 ó 7 metros de altura.

22. Inscripción en la cantera   No encontré marcas de herramienta, pero sí esta enígmática inscripción, que ya había visto anteriormente por la red. ¿Cuál es su contenido completo? Ni idea. Tratando la imagen es posible que salga a la luz algo de su significado, pero claro, para eso hay que saber. Guardaba la esperanza de que en persona, frente a ella, se me revelara, pero peor aún; está esculpida a unos 5 metros de altura, y si encima le da el sol de frente… ¿Algún Champollion se anima?

    Yo sólo llego a distinguir una fecha, puede que 1892, y al final del texto lo que pudiera ser un apellido: Cosano.

23. Otra inscripción    En la pared opuesta hay otra inscripción, de menor tamaño y más desgastada. Las pesquisas realizadas y la intuición nos llevan a pensar que se tratan de inscripciones más o menos recientes, coincidentes con las últimas labores de explotación, o quién sabe; con las baterías militares emplazadas monte arriba.

24. Sillares a medio labrar      Son numerosos los restos que nos retrotraen al pasado, como este tetris de sillares de calcarenita.

25. Sillares a medio labrar 2    También podemos suponer la forma de extracción, sacándole a la piedra ostionera la forma deseada. Una vez en el lugar de destino serían más finamente labrados, y enfoscados si la obra en cuestión lo requeriese.

_DSC0194     Los últimos vestigios los encontramos a pie de costa en los arrecifes. Tampoco es algo que se pueda probar con seguridad, pero lo que se aprecia en la foto superior bien pudiera ser uno de los embarcaderos para transportar los materiales.

    La forma cuadrangular del arrecife es totalmente artificial, como si se pretendiera abrir un pasillo para alcanzar aguas más profundas.

_DSC0195    Este pasillo artificial da paso a esta especie de muelle natural. El nivel del mar hace dos mil años sería sin duda diferente al actual, aún así la hipótesis de embarcadero es la más probable.

26. Yacuzzi natural    Y hablando de semejanzas artificiales y naturales, aquí me despido, en este yacuzzi de agua salada con el que espero despertar alguno de los pecados capitales. Y tres fotografías finales que resumen la belleza de este paisaje rocoso, que a veces parece levitar en el aire.

27. Piedra y mar

29. Piedra y mar

30. Piedra y mar

¡Chistera chistera la dCaminata está fuera!

Para saber más:

Biblioteca · Caminatas · Historia, Folclore y Etnografía · P.N. El Estrecho

Castillo de «El Tolmo»: un fuerte en el Estrecho de Gibraltar


Portada Castillo del Tolmo

       Ya no hay moros en la costa, ni ingleses, holandeses ni turcos, o al menos no se les espera divisar como ocurría en siglos anteriores. Esa presencia, que sin duda fue intimidatoria y peligrosa en el pasado, se ha transformado sustancialmente en la actualidad. Petroleros, ferrys y portaviones han sustituido a bajeles y galeras; y los radares de alta tecnología han dejado en pañales a las torres almenaras. En fin, la noción de «peligro», y de «enemigos», más que cambiar, se ha difuminado en el horizonte, lo cual no quita para que en ciertos aspectos vivamos en un s.XXI un tanto medieval.

            El Castillo del Tolmo fue construido en pleno Estrecho de Gibraltar en 1741, diseñado por Don Lorenzo de Solís, Ingeniero Comandante de Ceuta. Por estos años el enemigo más combativo no procedía del sur, de las costas de Berbería, si no del norte, y por caprichos y avatares de la historia ese enemigo de latitudes norteñas se nos acabó instalando en el patio trasero, o en el jardín de delante, como prefieran: GIBRALTAR.

                Resbaladizo como un jabón en las manos de diversos imperios y reinos, el Peñón de la Discordia cambiaría varias veces de dueño. Desde que el Duque de Medina Sidonia se lo arrebatara a los nazaríes de Granada en 1462, apenas llevábamos tres siglos intentando que no se nos resbalara y saliera disparado; y en esas llegaron los ingleses (y algún que otro holandés), tan prácticos, tan funcionales ellos, y encontraron la manera de apoderarse del jabón: a cañonazo limpio.

                La pérdida de Gibraltar supuso el renacer de las luchas y guerras de frontera, de las cuales sabe tanto nuestra geografía sureña. No sólo afectó al territorio peninsular, sino que dificultó el abastecimiento y la defensa de Ceuta y otras ciudades norteafricanas en manos españolas, al quedar la bahía de Algeciras bajo fuerte control de la artillería y armada inglesas.

                En este contexto, para combatir esta específica amenaza de desamparo de las plazas norteafricanas, se levantó el fuerte de El Tolmo. ¿Fue útil su presencia en el Estrecho? Según cómo se mire. Llegados a este punto les animo a acabar la entrada para entrar un poco en materia, y si quieren documentarse debidamente, a consultar los artículos que enlazo al final de la entrada; en especial el de Ángel Sáez Rodríguez, de donde extraigo la mayoría de datos: El fuerte de «El Tolmo» (Algeciras-Cádiz), puente entre dos continentes. Si así lo hacen comprobarán que muchos de los hechos acaecidos les suena a muy modernos, a muy actuales, y que a la hora de la verdad muy poco hemos cambiado en 250 años.

         Por suerte, hay cosas que el devenir de los siglos no cambia. Hoy día la mejor forma de llegar al fuerte de El Tolmo sigue siendo a pie. Varios son los caminos que nos conducen a este punto de la costa del Estrecho, pero si tuviera que quedarme con uno me quedaba con el Camino de los Pescadores. En el mapa que muestro es el que queda a la derecha, entre los Arroyos del Laurel y el Culantrillo.

Caminos que conducían al Fuerte de El Tolmo
Caminos que conducían al Fuerte de El Tolmo. Sección del plano realizado por D. Lorenzo de Solís (Ingeniero comandante de Ceuta)

   En el s. XVIII tres eran los caminos principales que confluían en El Tolmo, supongo que herederos directos de caminos medievales. Uno costeaba procedente de Tarifa; otro continuaba por el este en dirección a Getares; y el último conectaba el fuerte con la renacida Algeciras. Es posible que su trazado coincidiera a groso modo con la Carretera de las Pantallas, paralela al Arroyo del Lobo. El acondicionamiento de estos caminos permitiría el transporte de mercancías y tropas.

    Gracias al flamante departamento de infografía de dCaminata podemos imaginarnos las partes o secciones que en su día constituyeron  el conocido popularmente como el Castillo de El Tolmo: casi 800 metros cuadrados de fortificación abalaurtada.

    Y eso del «Tolmo» ¿significa algo? Pues sí, exactamente lo que veis en la foto de arriba, un peñasco elevado de grandes proporciones. En este caso, se adentra en el mar y dibuja un pequeño cabo. Las primeras referencias escritas sobre el lugar se remontan a la edad media. Una vez más hemos de agradecérselo a Alfonso XI, el rey castellano que el siglo XIV ensanchara las fronteras de este sur del sur. En el Libro de la Montería, de 1344, indica que la «Cabeza del Tormo y el arroyo de Quebrantabotijas» son buenos lugares para cazar jabalíes en invierno.

         Si toman un mapa  y observan el Estrecho de Gibraltar se darán cuenta de que el único accidente geográfico que pudiera dar algo de cobijo a las naves es esta Ensenada de El Tolmo, a 11 kilómetros de Tarifa y 6 de Punta Carnero. El resto del litoral es prácticamente rectilíneo o demasiado agreste, y siempre expuesto a los fuertes vientos y corrientes marinas.

        La Ensenada de El Tolmo ofrecía un triángulo de relativa seguridad a aquellas embarcaciones que por muy diversos motivos recalaban en ella. ¿Qué motivos podrían ser estos? Principalmente buscar refugio frente a los temporales. Pero el motivo o causa que más temían  los habitantes del área colindante eran los desembarcos de piratas o corsarios de muy distintas naciones, en busca de botín y agua potable para abastecerse. No eran muy numerosos los arroyos que en época estival pudieran bastar para llenar los toneles. La desembocadura del Río Guadalmesí, y los Arroyos del Laurel y el Culantrillo, debían ser los objetivos más preciados para estas naves sedientas de agua, ganado y personas que luego se venderían como esclavos. Por dicha razón, estos hitos costeros han sido vigilados y controlados desde siglos atrás. Este parecer ser el origen de la expresión: «al enemigo ni agua».

   

          Aquella primaveral mañana mi colega Juan y yo atacamos El Tolmo por su flanco oeste. Tuvimos suerte de toparnos con una marea bastante baja, y de fijarnos en una estructura rectilínea de piedra que no habiamos visto en anteriores visitas: los cimientos del EMBARCADERO.

Cimientos del embarcadero

        Dos siglos y medio después, esta fila de sillares labrados es lo único que se ha conservado del muelle, del que fuera una de las piezas esenciales del fuerte. A mis colegas blogueros de Jerez les complacerá saber que para fijar adecuadamente la estructura al fondo marino se utilizaron estacas de pinos de su tierra.

Muelle y embarcadero
Muelle y embarcadero. Sección del plano realizado por D. Lorenzo Solís.

        Su construcción le costó a las arcas del estado 19.436 reales, a los que habría que sumarle otros 5.392 para reparar el espigón sólo cinco años después, en 1746. A las autoridades militares tal gasto les parecería una buena inversión, y sin duda alguna lo sería, pero me temo que al muelle del fuerte de El Tolmo le ocurrió lo mismo que a algunos aeropuertos españoles de nuevo cuño. Probablemente muy pocas embarcaciones aprovecharían sus infraestructuras.

      

      Tras el muelle, nos tocaba asaltar la plataforma de las BATERÍAS ARTILLERAS, elevada una decena de metros sobre el nivel del mar. En dicha subida observamos lo que parece ser material de relleno, el cual proporcionaría estabilidad a la plataforma y aguantaría el peso y  las acometidas de los cañones. Utilizo el condicional de estos verbos, pues según las investigaciones realizadas por Ángel Sáez, tanto esta plataforma artillera como el foso sufrieron desperfectos que debieron ser luego subsanados.

       Tal como señala en su artículo, estos daños unas veces eran ocasionados por las inclemencias meteorológicas, y otras, aquí es donde el asunto les va a sonar a actual, se debían a la escasa calidad de los materiales empleados y a una ejecución más que dudosa por parte de los constructores civiles.

       En suma, en la edificación del fuerte se produjeron una serie de hechos que hoy llenarían de titulares las primeras páginas de la prensa local: Alargamiento de plazos en el inicio de las obras, defectos en estas, incluso malversación de fondos. Y por si fuera poco, algunos de los oficiales ingenieros del ejército podían estar sin ver la paga ¡hasta 49 meses!

Plano del Fuerte de El Tolmo, de D. Lorenzo de Solís.
Plano del Fuerte de El Tolmo, de D. Lorenzo de Solís.

Detalle de la plataforma artillera y rampa de acceso
Detalle de la plataforma artillera y rampa de acceso

      La plataforma contaba con una superficie de 250 m². Puede que sea de las secciones del fuerte que mejor nos permiten suponer su estado original. Los artilleros que sirvieron en ella debieron gozar de las mismas vistas que nosotros, pero claro, a ellos en cualquier momento les podía aguar la fiesta la visión de la Unión Jack, la bandera británica.

Cañón de a 24. Fuente: web Todoababor.
Cañón de a 24. Fuente: web Todoababor.

       Este podría ser el aspecto de uno de los cuatro cañones emplazados en el fuerte de El Tolmo. Enormes artilugios de guerra que pesaban cerca de tres toneladas. Según la web Todoababor, una bala de un cañón de 24 libras (10 kg. aprox.) podía alcanzar un objetivo a 3.113 metros.

      Estas piezas mayores eran auxiliadas por otras cuatro de menor calibre: cañones de a 8. Y estaba previsto que estas 8 piezas se duplicaran en caso de conflicto bélico.

      Desconozco si la artillería del Tolmo llegó a utilizarse contra efectivos ingleses. También es cierto, como se verá más adelante, que estos hijos de Albión prácticamente no les dieron tiempo a demostrar su poder destructor.

cañón de  24 libras

Detalles de la batería

     En la imagen de arriba se aprecia parte del enlosado original, y al lado un práctico intento de embellecer el parapeto de la batería con piedrecillas alineadas. Y es que me imagino al jefe de obras dictando ordenes, después quizá de algunas de las chapuzas mencionadas: «Venga, vamos, que quede bonito, que no nos tengan que llamar la atención otra vez…»

     Dejamos atrás la batería, con el tronar de los cañones en la imaginación, y bajamos por la rampa de acceso a la zona de acuartelamiento.

Detalle de los barracones
Detalle de los barracones

Según este plano, fechado a 27 de octubre de 1741:

  •       El barracón B es el de los artilleros.
  •       Los dos barracones con la letra C corresponden a los de los soldados de infantería y Escopeteros.
  •       El barracón D es el de los oficiales.
  •       El E corresponde a un almacén para la pólvora.
  •       En otro plano del mismo ingeniero, datado en 16 de septiembre de 1740, se aprecia el contorno de otro barracón que no llegó a proyectarse en el del año siguiente. Estaba situado en el baluarte opuesto a donde está el almacén de pólvora, y según dicho plano estaría destinado también para los oficiales. En este plano que les muestro ya no aparece, pero sí que se llegó a levantar. Ángel Sáez nos señala que el fuerte contaba también con una capilla ¿sería este barracón, apartado de los demás, la capilla?

       Como pueden observar, los barracones están engullidos por los jérguenes e incluso una higuera crece en uno de ellos. Es prácticamente imposible adentrarse en el interior. Una vez más nos hallamos frente a otro Bien de Interés Cultural, con un reconocimiento especial otorgado a los castillos por la Junta de Andalucía desde 1993, abandonado a su suerte.

Escopetero de Getares
Escopetero de Getares

Además de tropas de infantería y artillería, el fuerte de El Tolmo contó con un pequeño destacamento de Escopeteros de Getares, la compañía militar que tal vez  mejor represente la lucha oficial contra el contrabando y el inglés. Aunque su campo de acción se circunscribía sobre todo a la Bahía de Algeciras, nació en Tarifa con carácter miliciano, con 40 tarifeños elegidos como los «más templados y mejores tiradores». Su estancia en El Tolmo no sería muy prolongada, y al parecer bajo sospecha del mando militar en San Roque.

          El aislamiento en estas costas batidas por el viento y el peligro conllevó se supone prácticas digamos que no muy legales. Se han documentado quejas de propietarios de tierras contra estos Escopeteros, en las que llegó a denunciarse robo de animales u ocupación de parcelas para uso propio. Supongo que estos hechos no pasarían de ser ocasionales. La convivencia de militares y civiles en un mismo territorio nunca ha sido de color de rosa. Similar fricción se produciría ya en el s.XX, en tiempos de la posguerra, entre dueños de cortijos y los destacamentos militares emplazados en Punta Carnero.

        En la cara sur, la que da al mar, se aprecian más restos del perímetro mural. El elemento que más nos llamará la atención será este ángulo o esquina de arriba, perteneciente a uno de los dos baluartes. Estas estructuras defensivas, normalmente pentagonales, nacen como superación y mejora de las tradicionales murallas rectilíneas. El castillo del Tolmo es un buen ejemplo de los fuertes abaluartados que se construyeron en el s. XVIII.

Acceso principal

      Ya por último nos acercamos a la cara norte, donde se situaba el acceso al fuerte. Sin molestar a los becerrillos, les pido que enciendan la maquinaria de la imaginación. Primero pongan en marcha la desbrozadora y anulen mentalmente los arbustos. Luego arremánguense y saquen el pico y la pala para cavar un foso.

        Después del bocata, levanten un muro de piedra y mortero de cal, y corónenlo con una empalizada de madera. La altura ha de ser de 4 metros, si no quieren que los casacas rojas se le cuelen dentro.

      Emprendemos el camino de vuelta con un toque agridulce en las botas y en la mirada. Tenemos la sensación positiva de haber visitado un hito histórico del pasado de nuestra comarca, pero nos decepciona su estado de abandono, que impide un mejor conocimiento de su interior.

        El fuerte de El Tolmo se despide históricamente de todos nosotros en 1810, como una película con final chungo pero que se veía venir. En este año, y en el contexto de la Guerra de la Independencia, los militares ingleses afincados en Gibraltar no nos perdonan que hayamos cambiado de bando y aliado con los franceses. Una compañía de zapadores se encarga de arrasar nuestro «castillo en el Estrecho», así como otros emplazamientos militares del litoral.

PARA SABER MÁS:

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Encontramos una placa de 1874 en la Fuente de la Alcarracilla (Punta Carnero)


1. Portada placa y aljibe

«Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe» .

(Les Luthiers)

       Para llegar a este aljibe y esta placa mi hermano Francisco Javier y yo hemos tenido que andar una serie de caminos, caminos que no suelen aparecer en los mapas topográficos al uso.

       El primer camino pasa por una pista de tierra ancha y cómoda de andar, el de nuestro interés por la Historia, y en concreto por la historia de nuestra sureña geografía. El segundo conecta con un sendero algo más estrecho y tortuoso, que es el que nos conduce e induce a visitar los lugares que consideramos menos transitados. Y el tercer camino, el más importante sin duda, es una vereda casi «desaparecida», la que finalmente nos ha permitido dar con este hallazgo.

        De ahí que empiece la entrada con la cita atribuída al grupo Les Luthiers. Sin la ayuda y colaboración «del que sabe» hubiera sido imposible hallar esta fuente construída en 1874, y su correspondiente placa fundacional. En este caso, «el que sabe», el que nos revela esta vereda oculta es un señor que se ha criado y crecido en Punta Carnero, y que conoce el lugar como sólo lo pueden conocer las personas que han vivido y trabajado en él. Por modestia  prefiere que su nombre no aparezca en esta historia. Una posición totalmente respetable, claro está, pero que no va a impedir que le dediquemos esta entrada.

       Consideramos interesante este hallazgo por varios motivos. Hasta donde alcanzamos, pensamos que es algo bastante inédito. Al menos en internet son nulas las referencias textuales, y también nulas las fotografías. Es más, incluso nuestro mismo informante, una vez que nos puso tras la pista, no estaba totalmente seguro de que en este aljibe existiera una placa. Me dijo algo así como que, Juanma, no te emociones mucho, vaya a ser que la memoria me traicione. Lógicamente tampoco conocía el contenido de dicha placa.

       Como se verá más adelante, el texto de esta placa relaciona la construcción de la fuente de la Alcarracilla con la más conocida fuente del Cortijo de Tapera. Los que mandaron construir ambas fuentes-abrevaderos fueron una pareja de hermanos, seguramente propietarios de estas tierras. ¿Curioso, no? La cosa va de hermanos y fuentes.

       Una vez escrita esta necesaria introducción, pongámonos en camino.

2. Aproximándonos a la fuente.

      La historia comienza una mañana en la que mi hermano y yo decidimos explorar el curso alto del arroyo de la Alcarracilla del Peral. Es lo que tiene encontrarse en paro forzoso, que no paramos. El arroyo de la Alcarracilla vierte sus aguas en la Cala del Peral, en pleno Estrecho, casi a los pies del antiguo cuartel de Carabineros. El progresivo abandono agropecuario de estos campos ha convertido esta zona en una auténtica selva. Las zarzas, jérguenes, lianas y otros espinosos arbustos se comen literalmente los antiguos senderos.

_DSC0306

     Nuestro objetivo era inspeccionar un antiguo cortijo que ya había visitado mi hermano con anterioridad. Se trata del Cortijo de Viña Pepa, habitado hasta 1947 aproximadamente. Una serie de habitáculos y dependencias, restos de una era y bancales de cultivo delatan su importancia en el pasado. El topónimo nos transporta a una época en la que en Punta Carnero se cultivaban viñedos. Viña Luna, Viña Grande, Cala de la Parra… el uso vinícola de estos pagos se ha fosilizado en sus sugestivos nombres.

      Podemos imaginar cómo fue el paisaje de Punta carnero centurias atrás si nos damos una vueltecilla por ejemplo por Manilva.

_DSC0303

       Cuando ya dábamos por cumplida nuestra caminata mañanera nos topamos de casualidad con esta hermosa y abandonada fuente: La Fuente de la Alcarracilla. Nuestra sorpresa fue enorme, pues ninguno de los dos teníamos noticias de ella, ni por referencias ni por fotos. Sólo nos dio tiempo de despejarla un poco de la vegetación que la acosaba. También rebuscamos en sus frontales esperando hallar alguna fecha, o placa, ya que sabíamos que la mencionada y cercana fuente de Tapera la conserva, pero nada.

3. Pilar de la Alcarracilla

      Erigida en dos niveles, nos sorprendió también su gran tamaño (Casi 20 m. x 2 m.), y su buen acabado y estado de conservación, pese a como digo estar abandonada.  Los que mandaron construirla, pensamos, debían ser gentes con «posibles». Los albañiles y canteros que la levantaron hicieron sin duda un gran trabajo: ladrillos vistos en los frontales, buenos enfoscados, sillares de piedra unidos con grapas de hierro y plomo fundido, etc.

4.Pilar de la Alcarracilla

       Esa misma tarde logré contactar con mi informante para recabar datos. No sé por qué pero ya intuía que el encuentro iba a ser satisfactorio, que este buen hombre nos iba a encender la mecha de la curiosidad y la aventura.

     Y tanto que fue así. En primer lugar le puso nombre al cortijo que encontramos: Viña Pepa, y no Roldán como yo creía. Luego tiró de sabiduría popular, nos aclaró que aquello no es estrictamente una fuente, sino un pilar, es decir, un abrevadero para el ganado, y que él la conoció siempre como el Pilar de la Alcarracilla. Nosotros, claro está, sabemos cuál es su finalidad, pero vamos, a cada cosa su nombre, y donde se ponga un pilar, quítense todas las fuentes.

5. Pilar de la Alcarracilla

      No me quivoqué, la mecha hizo explotar el petardo. Casi al término de la conversación, como el que no quiere la cosa, como desplegando ante mí un viejo mapa del tesoro, va y me dice: Juanma, si no recuerdo mal, a pocos metros del pilar está el aljibe, que es el que recoge el agua del manantial, y dentro de éste, no me hagas mucho caso porque ya han pasado muchos años, creo que hay una placa….

       A ver cómo sigo contando la historia. Un petardo no, una bomba de curiosidad, prisas y suspense acabó de explotarme dentro. Casi que tuve que contenerme para no salir pitando y dejarlo solo en el salón de mi casa. Bromas aparte, no todos los días le ofrecen a uno un caramelo tan dulce. Gracias, informante.

       Dos días después regresamos mi hermano y yo a esta fuente «del Tesoro», pero pertrechados con las armas necesarias: unas tijeras de podar y una zoleta, aunque lo suyo hubiera sido unos machetes.

      Normal que el primer día no viéramos nada. Detrás del pilar se levanta una formidable muralla de zarzas y enredaderas, que impide la visión apenas un metro más allá.

7. Abriéndonos paso

       Poco a poco, fuimos abriendo un pasillo, el justito para pasar. Sarna con gusto no pica o ¿Zarza con gusto no pincha? Qué más da, en estos momentos poco importan los pinchazos, arañazos y alguna que otra caída.

8. Parece que vemos una chapa de hojalata

    Algo brilla al fondo, una chapa de hojalata. Aún no se ve ninguna construcción, pero un par de piedras labradas tiradas en el suelo nos confirman que vamos por buen camino.

9. Y un cubo

      Vaya, y un viejo cubo oxidado. Más claro, agua.

10. La placa se deja ver

      Y por fin llegamos a nuestro objetivo, a nuestro aljibe, más contentos que  Heinrich Schiliemann cuando descubrió Troya. AHÍ ESTABA LA PLACA. He de confesar con cierta verguenza que en ese momento me vine arriba, pues al asomar la cabeza, atisbé una D, y algo más. Le dije, más bien grité a mi hermano, Chico, una D… parece que pone DIOS. Lo que nos reímos.

11. Mi hermano quita la chapa

     La verdad es que no se veía nada en claro. Mi hermano quitó la chapa, seguramente puesta en su momento para evitar que algún animal cayera dentro. Sospecho que el que pusiera esta chapa años atrás fuera el señor Manuel, un vaquero del que también he recibido ayuda en otras ocasiones.

12. Y seguimos limpiando

Y dale que te pego a las tijeras. ¿Quién dijo antes que estábamos parados?

13.Empezamos a descifrarla cual champoliones

      Mi hermano flipa en colores, o más bien, en grises. La piedra que se ha utilizado para la placa es, si no me equivoco, la típica caliza que conocemos como «losa o piedra de Tarifa», aunque ésta seguro que fue extraída de una cantera situada cerca del aljibe.

14. Placa limpia

        La limpiamos y mojamos con mucho cuidado, para tratar de descifrar su texto. El color grisáceo de la piedra y la superficialidad de algunas letras nos complican la tarea, pero poco a poco, cual piedra rosetta de la Alcarracilla, nos desvela su misterioso contenido.

15. Placa limpia sobrescrita.

Trato la imagen y sobrescribo encima para que se entienda mejor. Esto es lo que pone:

» De los Hº Miguel y Julián Navarrete, año 1874″

16. De los Hermanos

     Y ahora un poco más cerca:

» De los hermanos…»

17. Miguel

«Miguel»

18. Y Julian Navarrete

«Y Julian Navarrete»

19. Año 1874

«Año 1874»

20. A lápiz

También vimos estos trazos escritos a lápiz. Yo no distingo nada, pero se nota que la caligrafía es de la misma época.

Una vez desvelado el texto de la placa, podemos confirmar la relación espacio-temporal entre esta fuente de la Alcarracilla y la de Tapera. Como comenté antes, esta última fuente sí es más conocida, y pueden verse fotografías en la red.

Para dar fe de ello y no dejar el trabajo a medias, nos dirigimos  a ella ese mismo día.   

21. Pozo

Pero antes dejamos nuestra impronta en el aljibe.

22.Panorama Alcarracilla

Panorámica del Arroyo de la Alcarracilla.

24.Cortijo de Tapera.

     Este es el Cortijo de Tapera, hoy día aún habitado. A sus espaldas, junto al arroyo de la Morisca, se encuentra la fuente «hermana».

25.Fuente de Tapera

     Como se observa, su tamaño y factura son similares, aunque el aljibe se encuentra pegado al pilar propiamente dicho. En este aljibe o cisterna es donde se halla la placa.

26.Fuente de Tapera

27.Placa Fuente de Tapera

Y este es el texto de la placa:

«De los hermanos Don miguel y Don Julián Navarrete. Año de 1879»

28.Comparativa placas

    Cinco años separan a una de otra. Y 139  a nosotros de ellas. ¿Muchos, pocos? No sé, pero mucha agua ha corrido por estas fuentes desde entonces. ¿Quienes serían estos hermanos Navarrete? Sin duda alguna «personalidades» de la Algeciras de esa época, propietarios de estas fincas y seguramente de alguna más.

     Es curioso cómo el destino juega sus cartas y sus placas. 139 años después, salvando las distancias, dos parejas de hermanos unen sus caminos en la pequeña historia que nos toca vivir. Los hermanos Navarrete y los hermanos Pizarro, propietarios por ahora de sus propios pasos, y poco más.

29.Tirándome a la fuente.

       Y aquí os dejamos, amigos. Mi hermano no sé, pero yo me tiro al pilón y me sumerjo en 1879, a ver qué encuentro. Abajo os desplego otro mapa del tesoro. Es de 1786 y la zona arbolada de la Alcarracilla nos indica que ya por esos años era una zona habitada por algecireños, por punteños.

         Una pista, el tesoro lo tenéis a la vista.

30. Detalle del mapa de Vicente Tofiño de San Miguel
Detalle del mapa de Vicente Tofiño de San Miguel, 1786.

¡Chistera, chistera, la dCaminata está fuera!

Caminatas · Historia, Folclore y Etnografía · P.N. El Estrecho

Canteras romanas de Paloma Alta


1. Amaneciendo en Valdevaqueros

    Pocos lugares congenian tan bien el verde y el azul como Paloma Alta, con el permiso de la bruma del levante, por supuesto. El verde de los pinos piñoneros y el azul del Estrecho de Gibraltar, el Fretum Gaditanum de los romanos, que aquí empieza a ensancharse en océano.

      Paloma Alta se encuentra en la cara sur de la sierra de San Bartolomé, entre las playas de Bolonia y Valdevaqueros, formando una cornisa de areniscas y calcarenitas a media altura (192 m.) entre la aldea del Chaparral y la cabecera del arroyo de los Puercos.

     En esta cornisa, a lo largo de unos 500 m. aprox. se halla una de las principales canteras romanas que abastecieron a Baelo Claudia durante siglos. Las otras, quizá más conocidas, se encuentran en los acantilados de Punta Camarinal. Todas ellas posibilitaron que Baelo se convirtiera en un reconocido emporio comercial, rival pero a la vez socia de otras ciudades como Tingis (Tánger), Carteia, Iulia Traducta (Algeciras), Septem Frates (Ceuta), Tamuda (Tetuán), etc. Juntas formarían el llamado Círculo del Estrecho, y exportarían al resto del imperio la industria que haría famosa a nuestras costas, la de los salazones de pescado y sus derivados.

      No está de más, para acabar esta introducción, recordar que Baelo Claudia es quizá el mejor yacimiento romano de la península que podemos visitar para obtener una visión completa de cómo era una urbe romana. Esto no hubiera sido posible sin canteras como las de Paloma Alta.

Mapa del lugar

     El acceso a estas canteras no es muy complicado, pero es aconsejable un buen conocimiento previo de la zona, y tener bien engrasado nuestro sentido de la orientación. Los pinares no suelen ser bosques respetuosos con los senderos, cuando los hay, pues ya se encargan las agujas de tapizar el terreno y las ramas bajas de no mantenerte erguido.

        De las opciones que tenemos para llegar a estas canteras la más cómoda y sencilla sería a través de la colada de la Reginosa, vía pecuaria que parte desde el Lentiscal (Bolonia), atraviesa el pinar y se remonta hacia los campos de Betijuelo. Otra opción factible partiría desde esta misma aldea tarifeña, Betijuelo, pero en sentido descendente.

             Si accedemos desde Betijuelo pronto nos encontraremos con el vértice geodésico VN10 (312 m.) de Paloma Alta, donde nos vimos obligados a hacer un alto en el camino. Al igual que los montañeros realizan paradas para aclimatarse a la altura, nosotros tuvimos que parar un ratillo para aclimatarnos a paisajes tan espectaculares. Si no hacemos esto corremos el peligro de enfermar no con el mal de las alturas, sino con el «mal de las prisas» y perdernos unas panorámicas irrepetibles. Hacia el oeste la ensenada de Bolonia y su duna, y hacia el sur las Canteras, nuestro destino.

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       El denso pinar nos permitió llegar a los Tajos de Catalino, los más cercanos a la ensenada y la aldea del Chaparral. Tajos de Catalino, con este nombre ¿quién se resiste a visitarlos y ver qué nos ofrecen?

2. Tajos de Catalino

3. Tajos de Catalino

      De nuevo el paisaje nos obligó a realizar una parada de aclimatación. Y es que el mal de las prisas suele manifestarse con el rugir de las tripas y un leve debilitamiento de las piernas. Era hora pues de aliviar tales síntomas con un buen bocata.

       La conversación giró alrededor de las especies que definen este bosque litoral: Pinos piñoneros (Pinus pinea), sabinas (Juniperus phoenicea), enebros (Juniperus oxycedrus), camarinas (corema album), retamas y otras plantas que desconozco o se me olvidan, aunque Juanlu, buen conocedor de la flora,  se esfuerce en hacérmelas aprender y recordar.

4. Tajos de Catalino

5. Tajo de Catalino

     Aprovechamos también ¿cómo no? para fotografiar y ser fotografiados. A todos nos gusta atrapar en nuestras jaulas digitales esos momentos fugaces que luego nos harán recorrer de nuevo el mismo camino, pero sentados cómodamente frente a la pantalla. Fotografiarnos en estos paisajes debe responder quizá a una necesidad atávica de apropiarnos de un territorio, aunque sea sentimentalmente. Yo he estado allí, puede ser la frase que mejor resuma este argumento.

6. Arco de calcarenita

        Y hablando de pantallas, de fotografías, de ventanas a otras realidades ¿qué me dicen de este arco de calcarenita? Pasándome ya de rosca ¿no podría ser a su vez el objetivo  de una cámara natural con el que el paisaje nos está fotografiando?

7. Arco de calcarenita

8. Paloma Alta

      Le dijimos adiós a nuestro amigo Catalino y continuamos la excursión en dirección este, hacia las canteras propiamente dichas.

9. Paloma Alta

    A poca distancia ya se dejan ver los primeros signos de cantera: peñascos de varios metros de altura cortados a la perfección, escalonamientos artificiales, taludes de escombros…

10. Primeras señales de cantera

        La calcarenita, como ya se ha dicho, fue la piedra extraída en estos yacimientos a cielo abierto. Localmente es conocida como piedra ostionera, pues está formada por ostiones y otras conchas, además de por arenas calcáreas. Su aspecto es vasto y poroso, por lo que no creo que ofreciera demasiada resistencia a las herramientas de los canteros. Utilizada desde hace más de dos mil años, aún sigue siendo una piedra solicitada para obras modernas; catedrales como las de Cádiz y Sevilla la emplearon en su edificación.

12. Primer grupo de canteras

       Cuando contemplamos una piedra calcarenita u ostionera no hacemos otra cosa que sumergirnos millones de años en la línea del tiempo y presenciar una playa o un fondo marino del Mioceno Superior. Playas y fondos marinos que ya disfrutaban las actuales focas o ballenas, mientras los actuales homos sapiens no pasábamos de ser grandes y peludos simios. Por fortuna para el planeta aún no se había inventado la humanidad.

      Que los hispanorromanos tuvieran un fondo marino tan fácil de trabajar y tan a mano se lo debieron al plegamiento alpino, a esa fuerza titánica de las placas tectónicas que levantaron nuestras actuales montañas y cordilleras. El mismo Estrecho de Gibraltar se estaba formando en esta época.

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13. Hacia el segundo grupo de canteras

     Poco antes de alcanzar nuestro destino nos topamos con esta curiosa formación, que ya conocía de una caminata anterior: un tambor o sección de columna a medio esculpir.

14. Tambor de columna semitallado

      Aún recuerdo vivamente la primera vez que lo vi. Tras la debida prospección arqueológica-fantasiosa, no me tuve que esforzar mucho para imaginarme al cantero trabajándola con sus cinceles y martillos.

         ¿Por qué dejaron el tambor de columna olvidado, a medio terminar? ¿No le gustó al cantero su factura o veteado? ¿Le dijeron quizá, eh, tú, no sigas, que ya ha terminado el imperio romano y no va formar nunca parte de un templo o villa? Quién sabe, pero hilando la broma con la historia y de nuevo con la especulación fantasiosa, ¿por qué no podríamos estar ante uno de los últimos vestigios de la existencia de estas canteras, coincidentes con alguno de los maremotos y seísmos que al parecer acabaron con el esplendor de Baelo Claudia?

       Este tipo de material era empleado sobre todo, además de para las columnas, para las jambas, capiteles y demás elementos sustentantes. Una vez colocadas en su lugar eran estucadas con un material más fino y pintadas.

        Otra roca también muy utilizada fue la jabaluna, la conocida como «piedra de Tarifa», que se destinaba para las losas de las calles, puertas, ventanas, murallas, etc. Al parecer aún no se acierta con la procedencia exacta de estas canteras, pues puede que estén cubiertas y enterradas por siglos de erosión y colmatación.

15. Tambor de columna semitallado

     También se aprecian curiosos ejemplos de erosión cárstica, sobre todo en las paredes expuestas al sur.

17. Calcarenita erosionada por las escorrentías

18. Formación de estalagmitas

     Y llegamos por fin al sector más interesante de las canteras, donde no espera un monolito o roque de calcarenita de varios metros de altura.

19. Hacia las canteras

     Resulta muy complicado tomar fotos con la distancia adecuada. La proximidad de los pinos nos impide captar una visión más panorámica del yacimiento. Aún así impresiona el lugar, y todavía más el trabajo que debió costarles a los canteros domar esa cornisa y conseguir esos perfectos planos verticales.

21. Canteras de Paloma Alta

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      La extracción de la roca se efectuaría de arriba a abajo, una vez despejada la zona de vegetación. En las canteras de Punta Camarinal aún son visibles las marcas de las barrenas, cinceles u otras herramientas que utilizaran para tal fin, pero en éstas yo al menos no las he encontrado.

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Marca de cantera en Punta Camarinal

Tajos de las Canteras

23. Canteras de Punta paloma

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    A continuación tomamos rumbo norte para conseguir una perspectiva elevada de la cantera. Por el camino seguimos viendo tajos y más tajos trabajados por estos esforzados y locos romanos, que diría Obélix, y tomamos conciencia de la magnitud real del  yacimiento, más extenso de lo que en un principio pudiera parecer.

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     El esfuerzo merece la pena. Las vistas desde arriba no pueden dejar a nadie indiferente. El monolito de calcarenita adquiere un matiz casi de monumento o escultura.

Tajo desde arriba

32. Arriba de las canteras

Hacia Valdevaqueros

         Lo que «descubrimos» a continuación ya nos dejó contentos para el resto del año que empieza y «petrificados». De las veces que me he pateado el lugar nunca había dado con lo que a todas luces parece la rampa por la que bajaban los materiales, aunque también podría ser un simple pero enorme talud de escombros.

       Pienso que no resulta muy descabellada la hipótesis de la rampa artificial, ya que en las canteras de Punta Camarinal existe una similar, de menores proporciones pero documentada y estudiada como tal. Al pie de dicha rampa se cree que habilitaran un embarcadero para transportar en barcazas los sillares y tambores.

        Aquí en Paloma Alta lo tuvieron un pelín más complicado, pues la costa se encuentra a más de 700 m. de distancia, y tuvieron que salvar un desnivel de más de 100 m. de altura.

Rampa 1

Rampa 2

      En la toma aérea de abajo se aprecia sin mucha dificultad la especie de cono o embudo formado por los escombros. Después de casi dos mil años los pinos  y otros arbustos apenas encuentran suelo donde enraizar.

Foto aerea canteras

   Por los alrededores encontramos la mitad de este tambor de columna, de 30 cm. de diámetro. El boquete de en medio servía para centrar y fijar las secciones que componían una columna, usando como eje una barra de madera o hierro.

27. Mitad de un pequeño tambor de columna

      La singularidad y estado de conservación de la pieza de arriba es excepcional, en mi opinión; aún así son numerosos los restos de sillares y otras piezas a medio tallar o desechadas que pueden verse cerca de la cantera. Quizá no tengan un valor museístico, pero forman parte de un todo que se encuentra desprotegido, y lo que es peor, desaprovechado cultural y turísticamente.

       Piezas de mayor porte se observan más abajo, en la ya mencionada colada (camino) de la Reginosa, tambores de columna sobre todo. ¿Quién sabe si ya hace dos mil años existía, superpuesta a esta, una vía o senda que uniera Baelo Claudia y Mellaria, en el caso de que dicha ciudad se hallase en la ensenada de Valdevaqueros?

24. Tambor de columna en la colada de la Reginosa

     Ya en la costa, a pie de playa prácticamente, seguimos hallando más tambores de columna, algunos de ellos de aspecto colosal. Ya sea a través de rampas o con otro método, el material era bajado para luego ser trasportado a sus destinos en barcazas.

26. Tambores de columna a pie de playa
Fotografía cedida por José Manuel Amarillo (http://josemanuelav.lacoctelera.net/)

Tambor en la costa

Tambor en las Piscinas

      Estos romanos no perdían el tiempo. Incluso en la misma costa seguían esculpiendo y extrayendo material. Mi hermano Francisco Javier  está de pie sobre otro de estos tambores sin acabar.

      Muchos conoceréis sin duda este lugar, a los que desafortunadamente no lo conozcáis os diré que aún sigue llamándose de una forma muy romana: los Baños de Claudia. Yo siempre lo he conocido como «las piscinas», pero hay que admitir que Baños de Claudia queda más sugerente y resultón.

      Muy cerca de este paradisíaco enclave se halla presumiblemente uno de estos embarcaderos. Los sillares son tan numerosos que se diría que forman casi un espigón.

      No quisiera acabar la entrada sin mostrar fotos propias del destino principal de estas singulares calcarenitas: Baelo Claudia. Aquí se completa el círculo, aquí toma significado el trabajo titánico de esos canteros con los que al final no puedo dejar de sentirme identificado y a los que ensalzo y saludo dos mil años después, casi tan hispanorromano como ellos.

¡AVE LAPICIDA, DCAMINATA TE SALUTAT!

30.Foro de Baelo Claudia

29. Otras piezas de calcarenita en Baelo Claudia

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Baelo Claudia

Relatos de corto recorrido

HISTORIA DE UN ESPEJO. (Relatos de corto recorrido, 2)


       En esta ocasión, pido perdón, no habrá fotos. Es momento de alimentar esta nueva sección del blog que he dado en llamar RELATOS DE CORTO RECORRIDO. Aquí iré incluyendo pequeñas historias, relatos cortos en realidad, relacionados de alguna manera con los caminos y campos que frecuento.

        Este segundo relato de corto recorrido, HISTORIA DE UN ESPEJO,  está inspirado en una historia que me contaba mi abuela Manuela, pero claro, yo la adorno y casi reinvento. Trata sobre el curioso cruce de vidas entre unos pequeños rufianes napolitanos y un matrimonio joven de carboneros del Valle de Ojén. Lo escribí hará unos 10 años, e intento darle un enfoque y estructura como de comic. En fin, espero que no os disguste.

           En este enlace puedes acceder al documento en formato word: Historia de un espejo

     Pero por aquello del horror vacui, también lo transcribo a continuación:

HISTORIA DE UN ESPEJO

La madrugada del 18 de marzo de 1933, los italianos Lorenzo Grimaldi y Vitorio Pinazzi caminaban hacia el extremo del muelle de la Bland Lines, en donde les esperaba un hidroavión modelo Saunders-Roe Windover. Llegaron a Gibraltar un mes antes, procedentes de Nápoles. Lorenzo, expulsado de la Escuela de Aviación por indisciplina reiterada; Vittorio, hastiado de la mediocridad de los bajos fondos napolitanos, ansioso por ascender al estatus que otorgan la pitillera de plata y el traje de alpaca.

 – Vamos Vittorio, no te retrases. No comprendo por qué siempre caminas detrás de mí.

– Así me cubro la delantera, Lorenzo. No te enfades. Además, el avión no puede despegar sin nosotros- dijo Vittorio, tirando al suelo una colilla consumida hasta las uñas.

         El aspecto de ambos era similar al de cualquier trabajador de los astilleros, pero debajo del mono grasiento y de la gorra descolorida se ocultaban los cuerpos de dos individuos con problemas. Apenas les alcanzaría el dinero para una semana más, y comer, para ellos, era secundario; acostumbrados a comer poco, ligero y mal, pero lo que era impensable e inadmisible que ocurriese, era el quedarse sin cuartos para tabaco y cervezas en las tabernas de la Main Street. La solución a esta penuria, a esta mala vida aceptada por incompatibilidades con la normal, tenía alas y motor. Si no ocurría ningún imprevisto la suerte de ambos ascendería hasta el cielo abierto, dejando en tierra los aprietos y un lastre de míseras monedas.

         El hidroavión les causó una primera impresión favorable. Tenía buen aspecto, salvando algo de corrosión en el encastre de las alas. Lorenzo no había pilotado un hidroavión en su vida, pero imaginó que poca diferencia habría con un avión convencional. Su carácter optimista y osado supliría la falta de experiencia. Vittorio confiaba en él, y además, sólo era un avión. El mismo optimismo que les hermanaba, en su caso a veces se tornaba inconsciencia. En ningún momento se le pasó por la cabeza que la operación pudiera salir mal.

– ¿Te quedan cigarros, Lorenzo?

– Sólo tres, y será mejor que los guardemos para más tarde- le contestó éste en un tono neutro, mecánico. Su atención iba dirigida al mar, a la aún inmóvil y somnolienta bahía.

– Pero es ahora cuando necesito un cigarro, no más tarde- insistió Vittorio, tirándole de la manga del mono.

– Pues te aguantas.

         Faltaban cinco minutos para que llegara la barca con el cargamento. Lorenzo se impacientaba al mismo ritmo que se encendían las primeras luces de la ciudad. El sol naciente ascendía poco a poco por la ladera opuesta del Peñón y ya recortaba su arriscada silueta. En teoría, la noche anterior se ultimaron todos los detalles. El cabecilla de la operación era un genovés nacido en Gibraltar, con modales británicos y la apariencia de un andaluz acomodado. A Lorenzo y Vittorio les resultó cómico el italiano que hablaba, un italiano recién sacado del baúl de los bisabuelos, arrugado y con un regusto a alcanfor. Más que hablar, leía en sus recuerdos.

Todo estaba arreglado y no había por qué preocuparse. «¿El hidroavión? Nada, unas deudas con un colega tangerino». Y que no, que nadie les negaría la entrada al muelle, «el dinero es la mejor llave maestra y no hay mordaza que lo iguale». El único inconveniente fue que no quiso desvelar el tipo de carga que iban a transportar. No le dieron excesiva importancia, al fin y al cabo el trabajo de ellos consistía en llevarla hasta Sevilla, en donde les pagarían la otra mitad del dinero pactado.

– Bien, ahí vienen, Vittorio, ¡nuestro dinero!- exclamó Lorenzo al ver cómo se acercaba una embarcación a remos.

En pocos minutos ésta recorrió los escasos doscientos metros que separaban el puerto de la boca del muelle. El azul plomizo de la noche se diluía gradualmente. Era hora de despegar. El peñón no contendría por mucho más tiempo la imparable escalada del sol. Muy pronto su luz se derramaría ladera abajo inundando la bahía y entonces las sombras de Lorenzo y Vittorio no valdrían ni una libra esterlina cada una.

Los secuaces del genovés actuaron con celeridad. Vestían como dos pobres marineros. Uno de ellos abrió el candado oxidado que encadenaba al hidroplano, y el otro, ayudado por Vittorio, metió en el compartimento de carga doce cajas de madera con remaches metálicos.

Lorenzo ya esperaba a los mandos, tenso, con una expresión triunfante en la mirada. Al parecer, había perdido el miedo a ser descubierto, pues, de buenas a primeras, le gritó a Vittorio que montase, que montase, y reía, y continuó gritando que de Sevilla volarían a América. Los portadores de las boinas saltaron a la barca, asustados. El italiano se había vuelto loco. «A la América, Vittorio, a la América». Lorenzo encendió el motor y acto seguido un cigarro para celebrarlo. Vittorio, para hacer realidad ese sueño, le gritó estúpido, que aún les tenían que dar el dinero, y esto fue lo que le dijo a los de las boinas, en castellano, «dinero, dinero», contagiado de la alegría de su amigo, acentuando la sagrada palabra uniendo a la maniera italiana los diez dedos de las manos. Uno de ellos le entregó a Vittorio un sobre abultado y le recriminó la falta de profesionalidad, y que no le cupiera duda de que iba a dar parte al genovés. ¿A qué tanto miedo, si en cien metros a la redonda sólo estaban ellos y los peces? Subió al hidroplano y Lorenzo le dio a fumar la mitad de su pitillo.

El pequeño Saunders, trazando una curva cerrada, se separó del muelle y salió a mar abierto. En ese instante ya eran visibles la ciudad de Algeciras y sus montes. El sol coronaba la cima de la Roca. Cuando el hidroavión alcanzó la velocidad adecuada se levantó de la superficie prendido de espuma, hambriento de aire, como un albatros que sale de caza.

                                              ***

– Manuela, habrá que encender el fuego. Está amaneciendo.

– Sí, Juan, ya me levanto- contestó Manuela aún del otro lado, incorporando a su cuerpo las primeras sensaciones del día; la luz intuida a través de los párpados, la respiración cadenciosa de Juan, la tibieza del colchón de lana…

         La habitación en la que despertaron Manuela y Juan tenía forma rectangular, y sólo una ventana diminuta, por la que se colaba una columna de luz que iluminaba casualmente una palangana de latón. Su altura podía medirse con un bostezo de Juan. Si éste se desperezaba sus dedos alcanzaban el vértice del techo a dos aguas, construido con ramas de quejigo y brezos. Las dimensiones de la habitación las imponía en realidad el mobiliario, que no era otro que una cama, un bául de madera, la pieza más fina y lujosa del ajuar de Manuela, y una silla.

         La estrechez y carestía de la habitación, llamémosle ya chozo, eran compensadas con creces si se echaba un vistazo a través de los ventanucos: chaparros retorcidos, quejigos imponentes, y un omnipresente manto de helechos. Un poco más abajo discurría el arroyo del Tiradero, a veces manso y otras fogoso.

        Este arroyo fue motivo de discusión entre ellos pocos días antes, por la triste razón de que era el único lugar donde podía acudir Manuela para verse reflejada. El espejo de mano en el que se peinaba normalmente, hacía ya dos semanas que eran meros cristales rotos recompuestos por Juan con muy buena intención pero con escasa funcionalidad. Desde que se casaron, dos años atrás, pocas veces volvieron a verse de cuerpo entero en ningún espejo. Juan le prometió uno nuevo pero le pidió paciencia. El carbón picó les aportaba sólo lo imprescindible para vivir y la compra de un buen espejo significaba robarle horas al día.

– Venga, mujer, que nos coge el sol aquí en la cama- dijo Juan, remolón, zarandeándola por la cadera.

– Pues que nos coja, hoy es sábado.

– Los sábados también se come, reina. ¿O es que quieres subir al monte por mí?

         No, no quería subir al monte, sólo deseaba estar un ratito más en la cama, estirando esa modorra que sigue al despertar, como le había gustado hacer desde que era una niña. Juan le consintió cinco minutos, tiempo que dedicó a acariciarle la espalda con sus manos fuertes y rugosas. Nunca dejaba de sorprenderse al ver el contraste que hacían éstas con la piel blanca y tersa de su mujer. Allí, en su espalda, recobraban la humanidad que perdían cuando trabajaban.

Manuela se dio la vuelta y encaró las caricias de su marido. Aún mantenía los ojos cerrados.

      Sus manos eran las manos de un carbonero, y de tanto tratar con el negro elemento, habían adquirido algunas de sus propiedades, además de una cierta y curiosa semejanza; su piel estaba cuarteada por finísimas grietas en las que se incrustaba el hollín. Ni el agua del arroyo, la más pura, era capaz de eliminarlo. Juan no le daba importancia, era algo natural. Al contrario, se sentía orgulloso de ellas, pues talaban árboles, cortaban ramas, prendían fuego; transmutaban la vida del bosque en calor para las personas.

         Manuela, después de abrir los ojos y de responder a las caricias con caricias, transcurridos cinco minutos de jadeos y achuchones, dio muestras de que aquello era cierto. Era otra forma de obtener carbón.

       De repente, una repentina explosión les hizo separarse y mirar instintivamente hacia el ventanuco. Se levantaron de la cama acelerados por el temor a que se repitiera, pero no se volvió a producir otra detonación. Ninguno de los dos sospechaba cuál podría haber sido la causa, pero sabían que se trataba de algo fuera de lo normal. La explosión se produjo segundos después de que ambos hubieran alcanzado el orgasmo, pero no oyeron ruido alguno que les alertara previamente. Juan se puso  los pantalones y alpargatas a toda prisa y salió disparado.

      Una fina y oscura columna de humo tras una loma le indicó el camino a seguir. Cuando estuvo a cien metros de la humareda, y jadeando por segunda vez desde que se despertara, la incredulidad se adueñó de su rostro. Una extraña avioneta, envuelta en llamas, yacía en lo alto de la colina como una enorme cigarra accidentada. Juan corrió hacia ella para socorrer a los pilotos, pero no hizo falta. Aún tuvo tiempo de ver, en la pelada ladera opuesta, a dos hombres huyendo del siniestro. Uno de ellos cojeaba mientras el otro lo sostenía por la cintura. «Eh, vosotros», les gritó Juan. Los accidentados tripulantes miraron hacia atrás, sorprendidos de que alguien en aquel lugar hubiera acudido con tanta rapidez, pero siguieron adelante con más ahínco. Poco después desaparecieron tragados por la arboleda.

       Al mirar al suelo su incredulidad se vio renovada. Se agachó, y sus perplejos dedos cogieron un botón de nácar. Había cientos, miles de botones de nácar esparcidos alrededor de la avioneta. En algunos sitios incluso se podían coger a manos llenas. En ese momento llegó Manuela, jadeante también, con los ojos llenos de preguntas. No había tiempo para responderlas. Manuela se quitó el delantal, lo extendió en el suelo y poco a poco lo fueron cubriendo de la increíble cosecha caída del cielo.

      Cada botón de nácar significaba una futura mirada en el futuro espejo de cuerpo entero que iban a poseer. Manuela podría peinar cómodamente su largo cabello castaño, y Juan… Juan se alegraba de que al menos por algún tiempo algo blanco y brillante  le aliviaría las escaseces del negro y trabajoso picó.

¡CHISTERA CHISTERA, EL CUENTO (esta vez sí) ESTÁ FUERA!

Biblioteca · Historia, Folclore y Etnografía

La inscripción franquista del Arroyo del Lobo enterrada de nuevo.


Puente del Arroyo del Lobo

    El pasado mes de febrero, dCaminando por los montes de Getares, me topé con el escenario perfecto para un aficionado a la historia y la arqueología. Al pasar por el Puente de los Arquitos me llamó la atención lo limpio y despejado que estaba el terreno. La falta de lluvias tenía al arroyo en los huesos, un arroyo que en condiciones normales incluso a veces anega el asfalto. Además habían desbrozado y limpiado los márgenes y la zona más cercana al puente. Aparqué el coche, me colgué la cámara y realicé varias tomas. En una de ellas casi sufro un patatús.

       No me lo podía creer, detrás del visor surgió lo que parecía una F. Me acerqué ya sin la cámara y me saltó a la cara una R, en grandes letras mayúsculas grabadas en el cemento, y luego una A ¿Pues no estaba leyendo la palabra FRANCO? Con una escobilla que llevaba en el maletero, y con mucho cuidado, fui limpiando la especie de cornisa que contenía dichas letras. Al cabo de media hora pude por fin leer la siguiente inscripción (de 1938): “ARRIBA ESPAÑA, VIVA FRANCO, MCMXXXVIII, III AÑO TRIUNFAL”

     Personalmente no tenía noticias de que existiera esta inscripción. Cuando lo consulté con dos profesionales versados en la materia uno de ellos también la desconocía, y el otro sabía algo por terceros pero tampoco conocía el texto exacto. Como cuento en la entrada que preparé, la inscripción vio la luz a raíz del trabajo de limpieza, quizá después de años oculta entre los sedimentos del arroyo. Lógicamente no se trata de un descubrimiento pues algunas personas mayores a las que pregunté recordaban que en ese puente había una inscripción de los tiempos de Franco. Pero vamos, yo me fui de allí más contento que Heinrich Schliemann cuando descubrió Troya.

     Menos de un año después el arroyo por suerte goza de unas condiciones diríamos que casi normales. Sin embargo la zanja donde se halla la inscripción vuelve a colmatarse de tierra y ramaje. ¿Es este el destino que le espera a este lema franquista, desaparecer y reaparecer como quizá lo hace el mismo franquismo?

Puedes leer algo más sobre el asunto en esta entrada:

Biblioteca · Historia, Folclore y Etnografía

La Torre almenara de Punta Carnero.


Estrecho de Gibraltar y Torre del Fraile

          «Vuestra Majestad fue servido de mandarme que viniese a hacer ciertas torres y atalayas en la costa del Andalucía, y a visitar los lugares della cómo estaban de gente, armas y municiones… toda la costa del término de Tarifa desde Gibraltar a Zahara que del Duque de Medina Sidonia hay seis leguas de costa y en todas ellas no hay torre ni atalaya ninguna, sino una torre que está algo metida en la tierra y ésta es muy antigua, con una escalera de piedra que suben peñas de notable obra por la largueza que tienen y ésta debió ser atalaya para la tierra en tiempo de moros porque responde mal con la marina.…»

 Luis Bravo de Laguna, director de fortificaciones de Felipe II.

    Así describía Luis Bravo de Laguna, jefe de ingenieros del monarca español, el estado de desprotección de las costas desde Gibraltar a Zahara de los Atunes en el s. XVI. Sólo una atalaya, la actual Torre de la Peña, alertaba de las incursiones y desembarcos de los piratas berberiscos, ávidos del ganado de la campiña de Tarifa y sobre todo de sus dueños, que serían esclavizados, y liberados luego los más pudientes, tras el pago de un suculento rescate. En descargo de nuestros vecinos saqueadores, advertir que el corso y el pirateo fueron actividades practicadas por «bandoleros del mar» de ambas orillas.

     Para estropearles el negocio, o al menos para intentarlo, se construyeron diversas torres almenaras en la segunda mitad del s. XVI y principios del XVII. Esa era la intención de Luis Bravo: fortificar el Estrecho y crear un efectivo sistema de alertas. Supongo que estamos ante el primer plan de defensa serio que se erigió en nuestras costas, y porque no, ante el antepasado tardomedieval del Sistema Defensivo del Campo de Gibraltar, ideado por el incipiente régimen de Franco a partir de 1939.

Torre de Guadalmesí

   Dentro del término municipal de Tarifa se levantaron las siguientes: Torre de Guadalmesí, Torre de Guzmán el Bueno, Torre de la Isla de las Paloma, Torre de la Peña, Torre de Valdevaqueros, Torre de Punta Paloma, Torre de Bolonia, etc. ¿Y dónde se encuentran la mayoría de ellas? Pues imagínenselo. Es curioso, pero la Torre de la Peña, la primera que encontró el regio ingeniero, es al final la que en mejor estado de conservación ha llegado hasta nuestros días, al menos por esa zona. Si pensamos en el destino de otras torres almenaras, la de la Peña puede sentirse afortunada de ser el emblema de un camping.

     Los avisos y alertas se pasaban de una torre a otra mediante ahumadas en los terrados. De este modo, si se producía un desembarco por ejemplo en las playas de Bolonia, rápidamente eran visibles las señales de humo en Tarifa. Las escenas siguientes que cada uno se las componga como pueda, pero imagínense a un tropel de hombres a caballo y a pie saliendo por la Puerta de Jerez, armados hasta los dientes. Era la milicia de la ciudad, encargada de la defensa, compuesta por militares y simples ciudadanos. Si la escaramuza era abortada, a los piratas no les esperaba nada bueno. También serían esclavizados, cuando no asesinados.

Torre de Guadalmesí, en contacto visual con la Torre del Fraile

     Pero ¿y en Algeciras, qué ocurría con el término municipal de Algeciras? ¿Qué torres almenaras se encargaban de prender la mecha de la alerta? ¿Cuándo aparece en el horizonte la torre almenara de Punta Carnero ?

     En el dibujo de abajo se muestran las tres atalayas que se construyeron ex profeso en las últimas décadas del s.XVI: Torre del Fraile, Torre de Punta Carnero y Torre de San García.

Situación de las almenaras algecireñas en 1627

    La Torre del Fraile, o de los Canutos, comenzó a construirse a partir de 1578. Más deteriorada cada año, resiste milagrosamente a las inclemencias del tiempo, pero dudo que aguante muchos años más si no es intervenida y restaurada con urgencia. Tal estado de abandono ha sido denunciado por algunos colectivos, y existe un proyecto de restauración desde 2007. ¿Entonces? Desde las altas instancias dirán sin duda que el temporal de la crisis económica sopla muy fuerte por estos pagos, pero no nos engañemos, esos vientos de dejadez y abandono vienen de muy lejos.

Restos de la Torre de San García, de planta circular.

     La Torre de San García, levantada entre 1585-1590, está ubicada hoy día en el Parque del Centenario, un poco más arriba del Fuerte de San García (s.XVIII). Sólo quedan restos de la cimentación, los cuales han revelado que era de planta circular, como la de Guadalmesí. Se cree que le llegó su hora en 1898.

    ¿Y la Torre de Punta Carnero? ¿Qué se sabe de ella? Quizás estemos ante la almenara más desconocida, la que menor huella ha dejado en el horizonte y en la historia escrita y gráfica de nuestro litoral. Vayamos primero con su ubicación, con el inmejorable lugar donde fue erigida.

Faro de Punta Carnero

   Esta es la posición más o menos, a 20 ó 30 metros por encima del Faro de Punta carnero (1864), en cuyo solar también hubo un fortín artillado, de la misma época que el de San García. Desde esa humilde elevación dominaba buena parte del Estrecho y prácticamente toda la Bahía de Gibraltar. Queramos o no, el Faro de Punta Carnero le ha restado protagonismo histórico a nuestra torre almenara, por suerte, claro, para el transporte marítimo.

      Y pasemos ya a mostrar lo poco que por desgracia nos ha quedado de ella. Al igual que su vecina de San García, sólo hemos heredado su cimentación, apenas un conglomerado de piedra y argamasa de un metro y medio de altura… además de incontables restos pétreos desperdigados por los alrededores. Algunos de estos son grandes bloques de lienzos murales. ¿Cómo han llegado hasta allí? ¿Por qué se encuentran dispersos por todo el cerro? Vayan barajando posibilidades mientras observan los restos, y piensen mal, muy mal, pues así acertarán.

Ubicación de la Torre almenara de Punta carnero

Cimentación de la torre

Mis amigos Julio y Gaizka oteando el horizonte

    Como pueden observar, y lamentar, poco espacio a la imaginación nos han dejado los avatares de la historia. Por desgracia, una estampa que suele ser demasiado habitual en el patrimonio histórico algecireño.

Era de planta cuadrangular, a la usanza de las viejas torres medievales. Y en opinión de los historiadores que se han acercado a ella, bastante alta, en torno a los 17 metros. También se cree que su estructura estaba preparada para soportar el uso de artillería ligera en su terrado. En cuanto a su cronología hay que datarla con anterioridad a 1567, año en la que la dibuja Anton Van Der Wyngaerde, paisajista también al servicio de Felipe II, cuando recorre el Campo de Gibraltar.

     Hacia el oeste mantenía contacto visual con la Torre del Fraile, que a su vez recibía las señales de humo de la de Guadalmesí; y hacia el norte, como ya se ha dicho, con la Torre de San García. La defensa y vigilancia del Estrecho era ya una realidad.

Hacia el oeste, en contacto visual con la Torre del fraile.

    ¿Han terminado ya de pensar mal? Seguro que aciertan o casi con el triste final que sufrió. En realidad a la Torre de punta Carnero la mató el mismo progreso militar que la encumbró a ella en ese cerro. En 1939, al llevar a la práctica el Plan de Defensa del Estrecho ante una posible invasión aliada, se construyó un conjunto de búnkeres un centenar de metros más arriba, y nuestra atalaya pasó de ser una vieja torre olvidada a ser un estorbo. La mole pétrea de nuestra almenara interfería en el campo de tiro de la artillería, así que fue dinamitada.
¿La dinamitarían con todos los honores? ¿Se celebraría algún acto militar que mitigara en parte la demolición de un representante de la época del Imperio? Lo dudo mucho. No sé por qué, pero creo que más bien se produciría una escena sacada de la película «La Vaquilla». Un alto mando dándole vueltas al asunto, otro quizá detrás asesorándole y aconsejándole que la dejase vivir, que a Felipe II no le haría mucha gracia la historia… hasta que se revuelve el alto mando, y mirando hacia la Torre del Fraile, acaba decretando: Me la dinamiten, leches, que ya tenemos otra torre igual allí en frente.

Una gran sección de muro

Otro bloque, con restos de enfoscado

Y más piedras desperdigadas

    No andaría muy mal encaminado el alto mando en caso de que se hubiera dado una escena similar, tragicómica y absurda, como suelen ser las escenas militares. La Torre de Punta Carnero debió ser muy parecida a la del Fraile, aunque quizá de mayor tamaño. Las fotos siguientes nos ayudarán a imaginarnos la almenara dinamitada, a recomponer como un tetris su trágico destino. Hemos de darle las gracias a Manuel Limón, colega bloguero al que sin duda muchos conoceréis por su blog «Rutas y Fotos«.

Cara norte de la Torre del Fraile. Foto de Manuel Limón (www.rutasyfotos.com)

Cara sur de la Torre del Fraile. Foto de Manuel Limón (www.rutasyfotos.com)

        He dejado guardadas para este momento las dos cartas que al final creo que le harán ganar a la Torre de Punta Carnero la partida frente al olvido y la estupidez humana. Se trata de dos viejas fotografías de 1899 que he hallado en ese gran tesoro de imágenes que es la web de «Historia de Algeciras en imágenes«.

      En el horizonte de ambas se aprecia levemente el contorno de la torre, y un poco más abajo el faro. Quizá estemos ante los últimos testimonios gráficos que certifican su existencia, 40 años antes de que la mandaran al cielo de las torres y castillos, en el que no debe caber uno más. Seguramente existan más testimonios, pero aquí el dCaminante que les habla no las ha divisado en ese proceloso océano que es Internet.

Voyage au Maroc, Tanger, septembre 1899. Foto subida a Historia de Algeciras en imágenes por J. A. González Gil

Voyage au Maroc, Tanger, septembre 1899. Foto subida a Historia de Algeciras en imágenes por J. A. González Gil

     Por último, añado uno de los muchos mapas y planos de la Bahía de Algeciras tal como era y la veían en el siglo XVIII. En él se perfila la Torre de Punta carnero. La imagen completa, y con buena definición, puede disfrutarse en la web del Instituto cartográfico de Cataluña. Aconsejo su visión a vuelo de pájaro digital: Plano geométrico de la Bahía de Algeciras y Gibraltar (1786).

Plano geométrico de la Bahía de Algeciras y Gibraltar (1786). Instituto cartográfico de Cataluña

    En esta sección aumentada  se aprecian más detalles interesantes. Observése por ejemplo los campos de vides que por esas centurias poblaban los montes de Getares. De sus cepas se obtenía el llamado vino «punteño», y de la venta de este al parecer se dedicaba una parte para pagar la soldada a los guardas de estas almenaras del Estrecho.

Detalle de la Torre de Punta Carnero en el plano anterior

    Acabemos esta dCaminata histórica con un brindis por la Torre del Fraile, con la esperanza de que las señales de humo que alertan de su ruina inmediata les llegue a las autoridades competentes, para que no sea dinamitada a cámara lenta por la despreocupación. El vino con el que estoy llenando las copas no puede ser otro que el «Punteño», el vino de Punta Carnero. ¡SALUD!

PARA SABER MÁS:

Biblioteca · Historia, Folclore y Etnografía · Reflexiones

¡Pasajeros a la diligencia! ¡Escapemos de la crisis!


      Que paren esta crisis que yo me bajo. Será por el cambio de hora, con tanto recorte un año de esto nos quitan dos o tres en vez de una, pero no me acabo de geoposicionar debidamente en este mes de noviembre que empieza. El track cotidiano de un parado o es muy lineal o muy zigzagueante, y pocas veces sigue la flechita y avanza por el sendero sin dudar. ¿Waypoints que se salgan de la rutina? Muchos, sin duda, para qué quejarnos de vicio, pero no rechazaría un GPS laboral que me llevara por el buen camino, de primera o segunda mano me da igual; un GPS que me garantizara llegar a un destino concreto y disipara las incertidumbres, que no me condujera a un jaral impenetrable. No pide uno un fin de ruta fijo o indefinido, no; me conformaría con un fin de ruta por obras y servicios, o por horas. De todos modos, y mientras consigo ese GPS que paren esta crisis un momento que yo me bajo y me llevo a mi familia, mi cámara, un par de libros, algún amigo … ¿amigos?… esto, ¿por dónde iba? 🙂 un par de libros y poco más.

     Y para variar no me voy a ir caminando. Tampoco voy a traicionar del todo el espíritu del blog, por eso voy a largarme de esta crisis por el camino de la Historia, por el que aún por suerte no cobran peaje. Acabo de comprar billetes para Cádiz en esta compañía de diligencias: La Madrileña. Ya, ya sé que la Tacita de Plata queda un poco lejos de Alemania y del fin de la crisis, pero ¡Y lo bonita que es!

Publicidad de la Madrileña

      No es que tengamos muchas opciones si queremos salir por tierra. En 1868, cuando se inaugura esta línea de los señores Marset y compañía, llevan los carruajes 40 años circulando por los otros caminos de España; en nuestra comarca siempre hemos estado a la última, anda que no; a la última en el progreso. Así que si esperamos otros 40 años para usar un medio más rápido apañados vamos. Eso sí, igual en 40 años se acaba la crisis.

Compañía de diligencias la Madrileña, creo que en la calle Tarifa. Foto subida por Marina Merino.

           De todos modos, me han asegurado que las góndolas, como también eran conocidas estas diligencias, son rápidas y cómodas. Tardan 12 horas en plantarse en Cádiz y los muelles de los asientos son flexibles. Yo creo que no me va a resultar totalmente ajena la experiencia, que debe ser parecida a tratar de hacer hoy día el mismo trayecto en agosto, y en horario playero. Las niñas harían también las mismas preguntas ¿Cuánto falta, papá? Nada, siete horas, dormíos, anda. Y papá ¿por qué no corren más los caballos?, etc.
Los precios son más o menos accesibles: 75 reales en el interior y berlina a 80. De acuerdo, elijo interior, así luego nos llega para un cartucho de frituras en la Plaza de las Flores. Bueno os dejo, que son las 6 de la mañana y ya sale la góndola desde la calle Tarifa.

Góndola. Foto subida por Concha Cantos.

     Miren, que lo hemos pensado mejor y hemos decidido esperar a que llegue el tren a Algeciras. Por otra parte, me parece que en Cádiz no hay mucho trabajo que mamar. La espera no ha sido excesiva, 20 añitos de nada. Estamos en 1890 y he comprado billetes de la compañía Algeciras Gibraltar Railway Company Limited, propiedad del señor Juan Morrisson, impulsor de la línea Algeciras-Bobadilla.

       Aún no tengo claro si voy a probar suerte en Ronda o tiro directamente para Madrid. Un vecino del barrio Matagorda me ha asegurado que los vagones del tren son lujosos, de buena madera, dos ejes y pasillo lateral, con asientos convertibles en cómodas camas, con sus faroles de aceite para la noche, su gabinete con espejo y lavabo, departamento de retrete, y una gran mesa en el salón-comedor para servir el «lunch».

Antigua estación de Algeciras. Subida por Concha Cantos.

Estación de Algeciras en 1906, junto al Río de la Miel. Foto subida por Concha Cantos.

      Me temo, sin embargo, que el disfrute de estas comodidades dependerá del pasaje que compre. El señor Morrisson me da a elegir entre clase 1ª, 2ª, 3ª y mixto. No sé si lo de mixto es más barato o un poco de lo contrario, pero suena muy bien. Venga, que sea mixto, tiremos la casa por la ventana… antes de que nos la embarguen.

      ¡Parados y pasajeros al treeeeennnnnn! Estaré  atento por si veo a mi bisabuela Juana lavando la ropa en el río junto a las demás lavanderas, en ese agua dulce y generosa, colmada de esencias de alisos, ojaranzos y helechos, en ese río que culebrea alegre hasta la Bahía, ignorante del destino que le espera en menos de 100 años.

Pasando el puente de Pajarete. Foto subida por Ignacio Perez de Vargas Luque.

Lavanderas en el Río de la Miel, 1897. Foto subida por Pcclinic.

Tren por el puente Pajarete, 1942. Foto subida por Concha Cantos.

    Perdonen la indecisión, pero estamos de vuelta en Algeciras otra vez. Llegando a Gaucín  nos hemos enterado por un sargento de infantería que 1898 será un buen año para buscar trabajo en Cuba o Filipinas, pero aún no lo tenemos claro. A mí mujer no le da muy buena espina esta historia.

      En fin, que esperamos sentados en la cera de la Marina a que aparezca en el almanaque 1910. Este año se ha abierto una línea de autobuses entre Algeciras y Cádiz, y la recorre la compañía Ibison, de Alejandro Ibison. ¡Ah, autobuses, el transporte de mi juventud como estudiante! La de horas que ha invertido uno en tantos viaje a la capital. Nuestro magnate inglés de las cuatro ruedas se casaría con una mujer cuyo apellido les sonará a muchos: Doña Asunción Comes Merino. Una vez fallecido su marido se haría cargo de la empresa, pero con un nuevo nombre: Transportes Generales Comes.

      Los coches ómnibus del señor Ibison son algo distintos, claro, aunque asómbrense, llevan instalados caloríferos por circulación de agua caliente y alumbrado de gas acetileno. Están divididos en dos departamentos; en el de primera clase caben seis personas y en el de segunda, ocho. ¡Papá, en el de primera! En el de primera, total, no sé lo que nos van a cobrar.

Primer coche de línea a Cádiz. Foto subida por por J. L. Silva Silva/J.Tapia.

Parada de autobuses en el Muelle. Foto subida por Concha Cantos Alberto.

Coche omnibus, 1910. Foto subida por Agustín Del Valle Pantojo.

      ¿Saben qué les digo? que no, que no nos vamos, ni Cádiz, ni Ronda, ni Sevilla ni Madrid. Nos quedamos aquí a verlas venir. Además, a dónde voy a ir yo sin mis caminatas por nuestra selva. Nada, nada, nos subimos ahora mismo a este autobús de la CTM, que lo mismo lo conduce mi abuelo Diego.

     La Cooperativa de Transportes de Marruecos (CTM) se fundó en melilla el 14 de abril de 1936. Tras la independencia de Marruecos en 1955 se les complicó el asunto y se trasladaron a la península. Y hasta el día de hoy.

Autobús de la CTM, 1950. Foto subida por Agustín del Valle Pantojo.

En este de abajo no nos montamos. Y espero que no lo llevara mi abuelo.

CTM, foto subida por Agustín del valle Pantojo

         ¿Qué niño no se ha subido alguna vez al asiento elevado de los cobradores? ¿Quién no recuerda la enorme palanca del cambio de marchas, y el inmenso volante? ¿Quién no ha estado a punto de caerse cuando… Papáááááá, déjate ya de preguntarte y de soñar con los transportes de antaño, que ahí está nuestra parada.

Autobús de la CTM ¿años 80? Subida por Juani Tapia.

     Está bien, ya lo dejo, bajémonos ya. Adiós, abuelos y abuelas, nos bajamos por fin en esta parada de 2012. No sé si será mejor o peor año de los años que os tocó vivir y viajar a vosotros, pero os prometo que aunque sea a pie o andando, haremos lo posible por salir de esta crisis.

      He dejado para el final este fascinante medio de transportes: un zeppelín. No se lo contéis a nadie, pero entre tanto ir y venir, le compré un billete a un alemán, a un almirante apellidado Canaris. Me ha ofrecido acompañarle en un vuelo sobre Gibraltar. No sé qué se la habrá perdido en Gibraltar, pero yo me apunto sin pensármelo.

Un zeppelin en la Bahía,en 1928.El faro Punta Europa(Gibraltar). Foto subida por PcClinic Algeciras.

       Gracias a la web de Historia de Algeciras en imágenes, de dónde he conseguido estas increíbles imágenes, y los paisanos que las han subido. Aconsejo a todo aquel que no conozca esta página a que se compre un billete para viajar con ella por la historia de su ciudad. No se querrá bajar del PC.

PARA SABER MÁS:

Biblioteca · Caminatas · Historia, Folclore y Etnografía · P.N. El Estrecho

Los dólmenes de las Caheruelas (Tarifa)


      La aldea de las Caheruelas se encuentra a escasos 12 kilómetros de Tarifa y Facinas, en la vertiente sur de la Sierra de Ojén, más agreste y desforestada si la comparamos con la frondosa vertiente norte. A aumentar esta clara diferencia entre una cara y otra contribuyó desgraciadamente un gran incendio que se produjo en 1986. Como suele suceder en estos casos se repobló con pinos las zonas más altas, cercanas al Tajo de Utrera (719 m.), la cota máxima de dicha sierra.

      Situada ventajosamente entre las gargantas que forman los arroyos del Conejo y Los Molinos, las Caheruelas gozan de un amplio y bello paisaje. A un lado las sierras de Enmedio y Fates, y a continuación, el cordón litoral de la playa de los Lances. Valle abajo discurre el rio de la Jara, que desde la más remota antigüedad ha visto pasar a todos los pueblos que han fabricado nuestra historia, y que  tomaron este valle como acceso más rápido y directo a la vecina comarca de la Janda y al interior de Andalucía, o hacia Tarifa y Algeciras, si venían en el sentido contrario.

        Este poblado tarifeño está formado por una veintena de hogares que se dedican sobre todo a las labores pecuarias. Algunas de estas, en ruinas, aún muestran el zarpazo que produjo la inmigración en las décadas centrales del s. XX.

      Que nos disponemos a andar por unos montes colmados de Historia nos lo muestra una vez más la toponimia del lugar. El investigador Wenceslao Segura, en el artículo «La toponimia tarifeña tras la conquista cristiana», nos pone varios ejemplos: Celada Vieja (Saladavieja), Val de Hoxen (Valle de Ojén), Arroyo de Pero Ximenez (Arroyo de Pedro Jiménez), personaje que seguramente fuera beneficiado con tierras tras la ocupación castellana del territorio.

        Pero el topónimo antiguo que más nos interesa es el de Alcornocal fermoso. Así cree Wenceslao Segura que eran conocidas las Caheruelas en el s. XIV. De este modo se recoge nada más y nada menos que en el Libro de la Montería de Alfonso XI, una especie de guía de caza de la edad media. El cronista alfonsino describió acertadamente el primitivo alcornocal: fermoso. Y voto a bríos que por fortuna aún sigue siendo fermoso el alcornocal actual, y que así siga siendo por los siglos de los siglos ¡Pardiez!

      Caminar por unos campos tan cargados de Historia es todo un privilegio. Si se acierta con la vereda adecuada tendremos la suerte de descender apenas un kilómetro por la línea del tiempo y llegar al Calcolítico, cinco mil años atrás,siglo arriba, siglo abajo. Ese era nuestro destino esa mañana.

      Los dólmenes de las Caheruelas son probablemente de ese periodo prehistórico, del Calcolítico, o Edad del Cobre (IV ó III milenio a.c.). Estamos hablando de una época en la que se empieza a trabajar con los metales, donde la agricultura y la ganadería facilitan una proturbanización de los poblados, en resumen; estamos hablando de un periodo histórico en el que podemos apreciar el primer bosquejo de la humanidad que hoy somos.

      Quizá las personas que construyeron esos dólmenes vivían en un poblado cercano, más o menos estable, en contacto sin duda con otros poblados del territorio. Yacimientos arqueológicos como la Necrópolis de los Algarbes, en Valdevaqueros, y el conjunto dolménico desperdigado alrededor de la vecina Laguna de la Janda, no pueden entenderse sin estos primeros asentamientos humanos. Un dato más, según el arqueólogo gaditano Cesar Pemán Pemartín (1895-1986) en el yacimiento de las Caheruelas se hallaron abundantes pedernales, herramientas de piedra.

      Esta es la hipótesis de los historiadores Juan Ignacio de Vicente y Javier Criado, expuesta en el artículo «Nuevo foco dolménico en el Campo de Gibraltar. El complejo Caheruelas-Caballero». Se podría decir que este artículo fue el poste de señalización que nos condujo a los dólmenes, y a su comprensión.

     Dar con ellos no fue tarea fácil, en un terreno ya de por sí pedregoso; además de que veníamos ya algo cansados de hacer otra ruta. David, Eduardo, Juan Luis y el trepalcornoques que les escribe descendimos separados por el cerro para abarcar más superficie, zigzagueando, para arriba, para abajo… hasta que dimos con el primero. Ya teníamos nuestra recompensa. Añadir por último que de los siete que al parecer se han identificado nosotros sólo dimos con tres, pero bueno, menos da una piedra, y nunca mejor dicho. Imagino que los otro cuatro son de menor tamaño o están más invadidos por la vegetación.

     Tengo el placer de presentaros al primero. Me voy a resistir de ponerle nombre, y eso que siempre emociona y burbujea el estómago cada vez que «descubres» personalmente un hallazgo así. Para que no se me enfaden los otros dos le llamaré simplemente Dolmen número Uno. Y la verdad, eso fue lo que grité cuando lo vi: «Quilloooooo aquí HAY UNOOOOOOO!

       En esta simple estructura lítica se resume bien lo que es un dolmen, que en bretón significa mesa grande de piedra. Como se observa son varias losas, u ortostatos, dispuestas verticalmente, y otra losa horizontal que sirve de tapa o cubierta. Esta última casi siempre se halla caída. En su estado original estaría quizá rodeado de tierra con la intención de formar un túmulo, una especie de cueva artificial.

         La finalidad común que se les atribuye a los dólmenes es la funeraria, siendo de este modo sepulcros colectivos. Otra teoría apunta a que también pudieran haber sido marcas o hitos con los que se demostraba dominar un territorio.

     Y si difícil es encontrarlos, más difícil si cabe es fotografiarlos como se merecen. En las fotos de abajo se puede observar que al menos lo intenté. Fueron dos los alcornoques a los que trepé en un elegante estilo garrapatero, con el fin de obtener una buena perspectiva; lo que no quita que pagara el precio de algun arañazo, pero así de dura y sufrida es la vida de un Homo Bloguerus Senderiensis subsp. gaditanus.

       Y a continuación el segundo dolmen. Tentado estoy de «bautizarlo» como Dolmen de Juanlu, pues fue mi amigacho el que lo avistó, pero para que no se me enfaden mis otros dos colegas, lo llamaremos simplemente Dolmen número dos.

       No muestra una hechura tan entera como el primero, pues al hallarse en pendiente el lógico movimiento de tierras ha provocado que las losas verticales caigan una sobre otra.

        Aunque lo que realmente singulariza a este dolmen es la curiosa y evidente alineación circular que lo rodea. Ahí fue cuando me subí al segundo chaparro, para tratar de captar esta misteriosa estructura; y más alto hubiera subido si hubiera sido posible, pues obteniendo una vista cenital del yacimiento es como mejor se observaría esta particularidad. Y no fue la única alineación circular que vimos, o que creímos ver; al no estar asociadas a otros dólmenes podrían confundirse con construcciones más modernas, aunque lo dudo, la verdad.

     ¿Fueron comunes estos círculos de piedra? ¿Guardaban también relación con el rito funerario? Esto es una tarea para los entendidos. La nuestra terminó ahí.

        Más felices que las lombrices tomamos el camino de vuelta monte arriba, pero no… aún nos quedaba otra sesión de fotos. He aquí al culpable: el Dolmen número tres. Estábamos muy cansados ya como para buscarle un nombre adecuado, y el sol del veranillo del membrillo pegaba fuerte.

      Las losas verticales casi se encuentran tapadas por los lentiscos. Sólo la losa de cubierta nos hizo reparar en él.

     La losa sobre la que está David debió sin duda formar parte del dolmen.

        Y ahí se nos quedó David, en la Edad del Cobre. A punto estuvimos de quedarnos los demás. Seguramente los hacedores de estos dólmenes tuvieran una vida dura y sacrificada, y la esperanza de vida era menor que la de ahora, pero ¿Tenemos la certeza de gozar de una vida más plena? ¿Guardamos aún la esperanza, de vida o de lo que sea, de que nuestra edad, la EDAD DEL COLTAN, no sea la peor edad que le ha tocado vivir a la humanidad?

        Vaya, qué serio me he puesto. Voy a mirar en el Facebook si David ha vuelto ya del Calcolítico.

¡CHISTERA CHISTERA, LA CAMINATA ESTÁ FUERA!

PARA SABER MÁS:

Caminatas · P.N. El Estrecho

Ruta Los Algarbes-Betijuelo-Paloma Baja.


       Este mes de septiembre, y quizás también octubre, es el mes perfecto en mi opinión  para realizar esta ruta, aunque también los son los últimos meses de la primavera. Si salimos bien temprano nos ahorramos unos grados de calor en el cómodo ascenso a Betijuelo (331 m.) y luego, si el día es propicio, podemos darnos un sublime y heroico baño en cualquier cala de Paloma Baja, quizás el último del año.

       Durante el recorrido, de unos 8 km aproximadamente y señalizado, pasaremos junto a la necrópolis de los Algarbes, de la edad del bronce, atravesaremos la aldea de Betijuelo, disfrutaremos de unas espléndidas vistas de esta parte del litoral tarifeño, y recorreremos un cañón muy singular creado por el Arroyo de los Puercos. Todo ello adornado y embellecido por la flora típica del entorno: Lentiscos, jaras, pinos, retamas, palmitos, sabinas, enebros marítimo, etc.

       Merece la pena. Bien, una vez hecha esta breve y turística introducción a la ruta, agradecería que se me informara de dónde está la oficina del Parque del Estrecho, vaya a ser que estén dando comisión por la labor divulgativa, y yo aquí sin enterame, dcaminando por amor al arte 🙂

       A la caminata fuimos Julio, Gaizka, Juanlu, Zapy (un fichaje a cuatro patas muy bueno) y el que, por caridad y dios se lo pagará, le  pide algo a la administración competente; no sé, lo que lleve encima, tal vez un trabajito de guía por esos montes y caminos.

      En fin, para que tengáis información más detallada y profesional, os subo el enlace del tríptico informativo de la ruta oficial, y otro muy completo sobre la necrópolis de los Algarbes.

       Ah, para la obligada cerveza de después, os recomiendo la terraza del restaurante La Tribu, sito en la Venta de Porros. Trabajito nos costó irnos de allí ¿Verdad July?

Ficha informativa:

http://www.juntadeandalucia.es/medioambiente/servtc5/ventana/mostrarFicha.do;jsessionid=F2759F838A17D49CEBED6077E6AEA8FE?idEquipamiento=28396

Los Algarbes según Arte sureño:

http://www.arte-sur.com/algarbes.htm

PARA VER EL ALBUM DE FOTOGRAFÍAS PINCHA SOBRE LA IMAGEN DE ABAJO Y TE LLEVO A MI PÁGINA DE FACEBOOK:

Biblioteca · Historia, Folclore y Etnografía

La Ermita de Murillo, junto al río de la Miel


     ¿Junto al río de la Miel? ¿Seguro? Seguro, todo aquel que alguna vez haya hecho esta «dulce», verde, frondosa y en ocasiones concurrida ruta ha pasado a escasos cincuenta metros de ella.

        Pero ¿dónde, a qué altura? Ahhh, podría poner una fotografía aérea indicando el lugar exacto de esta ermita, que también era conocida como ermita de San josé o del Cobre, pero de este modo les robaría el placer de tratar de encontrarla por vuestros propios medios, que es realmente lo más divertido. Además, sería un tanto farragoso tratar de explicar con detalle que se encuentra al inicio del llano que algunos lugareños del Cobre llaman «Plaza Alta», que si al final de la primera cuesta, que si al fondo a la derecha a partir del quinto alcornoque.

          Bueeeno, subo una imagen del Iberpix, pues fue gracias a esta excelente herramienta como supe de la existencia de esta ermita. Ya en serio, seguramente más de uno y de tres conoceréis este edificio religioso, pero he dado por supuesto que es algo desconocido por la inmensa mayoría, puesto que son muy pocas las noticias que se tienen de este vestigio. Los que realmente saben de esto, los historiadores de nuestra comarca, apenas pueden aportar datos contrastados.

        Otra de las razones por las que subo esta imagen es por tratar de comprender cuál fue el motivo que llevo al cartógrafo de turno a reseñarla de una forma tan rotunda.

       Cualquiera que consulte los mapas oficiales o navegue por Iberpix creerá que este hito cartográfico, esta ermita de Murillo es, con perdón, la ostia. Similar en importancia y grado de conservación al Molino del Aguila o el de Escalona (del Trueno, en el mapa), y ya les adelanto que no es así. Estamos hablando de una edificación humilde, pequeña; y a lo que voy, los molinos son más o menos conocidos, y la información sobre ellos es abundante, ¿pero quién conoce a nuestra pobre ermita, que hoy día ejerce de gallinero?

      Bien, si han llegado hasta esta verja es que han hecho bien los deberes, pero quieto parao, desde aquí no se ve pero la dichosa verja tiene un dichoso candado. Y es lógico, nos encontramos frente a una parcela privada, dedicada a la horticultura, pero no existe vivienda. La pasada primavera conseguí hablar con el propietario, aunque sin verlo, pues estaba por la parte de abajo, la más cercana al río.

      Resulta gracioso, pues a gritos le comuniqué mis intenciones de fotografiar la ermita, y el buen hombre también a gritos me contestó que no había mucho que ver, pero que si no me importaba que volviera otra tarde, que en ese momento no podía satisfacer mis aficiones blogueras.

      Y eso hice, volví otra tarde, y dos tardes más por lo menos, pero nada, esta vez mis gritos se quedaron sin respuesta.

     ¿Entonces? ¿Cómo se puede visitar el lugar? Pues por desgracia creo que no hay más alternativa que la ya mostrada; acercarse al lugar y gritar si hay alguien.

      O… o recurrir al plan B, pero esto entre ustedes y yo…. Para llevarlo a cabo les será necesaria una cámara como la mía, que tenga en el menú una opción «salta verjas con disimulo» y que sea capaz de hacer fotos en modo «furtivo, apresurado y educado». Total, que la cosa es complicada, pero allá cada cual.

     Como pueden ver, y como ya dije, nuestra ermita es un edificio humilde, simple y de reducidas dimensiones. Sin embargo, algunos detalles arquitectónicos nos cuentan que nos hallamos ante una construcción como mínimo del s.XIX: sillares tallados en las esquinas, contrafuertes, ladrillos bastos y planos,etc.

      La fachada principal nos aporta algo más: un sencillo arco de medio punto con adornos florales, y arriba de este la espadaña, donde en su día sonaría la campana. Al interior no entré pero ya pueden adivinar en qué estado se encuentra.

         Acabo con los pocos datos o referencias que he logrado reunir sobre este misterioso edificio.

       Angel Sáez, en el artículo «Molinos hidráulicos en el río de la Miel» (Revista Almoraima, nº 26, 2001) nos señala que la ermita se encuentra en la misma parcela donde en su día funcionó el Molino de San José, y más tarde una pequeña central hidroeléctrica, la Sociedad Eléctrica San José, popularmente conocida como la «Fábrica de luz«. Esta denominación es genial, me encanta. Por cierto, tengo también fotos de las conducciones que llevaban el agua a esta central, que corren paralelas al río. A ver si me animo y me curro la entrada en el blog; eso sí, cuando decida poner la cámara otra vez en modo furtivo, a la que no me gusta recurrir, la verdad sea dicha.

     También la nombra mínimamente Manuel Pérez-Petinto y Costa (1871-1953) en su obra sobre la historia de Algeciras, y en ella, cuando aborda nuestra ermita, nos indica que «la falta de antecedentes en el archivo municipal nos inclina a creer que no llegó a celebrarse culto en ella…«

       No lo cree así  Antonio Molina Medina, autor del libro «Un hombre del Cobre de Al- Yazirat Al-Hadra«. Segun Diego Rodríguez Morales, me imagino que vecino del Cobre e informante del escritor, la ermita de Murillo tuvo más vida que la reseñada hasta ahora.

         Transcribo literalmente lo que nos cuenta al respecto, pues esta obra puede ser consultada libremente en su blog: Chorrosquina de Antonio Molina.

      «….Yo conocí esta ermita cuando estaba entera, era muy bonita, con su campana funcionando. Me acuerdo que cuando se cerró la ermita por ruinas, esta campana se la regaló ‘la Sevillana’ al cura de los pastores, para que la pusiera en la nueva Iglesia de Los Pastores, —me apunta Diego con una carga de melancolía—. Pero no está puesta en dicha iglesia. ¿Y sabes por qué? Porque la robaron para partirla a pedazos y fundirla y así la pudieron vender como chatarra…

 —Diego continúa con su amena charla —. En la Ermita de El Cobre se dijo misa y en ella las niñas y niños hacían la primera comunión, los de la escuela de El Cobre. Me acuerdo que en una ceremonia que estuve yo, ‘la Sevillana’ trajo para los niños que hacían la comunión una canasta de plátanos, libras de chocolate, pan y bollos; los niños comían todo lo que querían, no había límites.
        En esta Ermita se llegó a bautizar a 100 niños y niñas y se casaron muchas parejas de novios. Las partidas de casamiento están en la Iglesia de El Carmen. Esto sería —me dice— en los años 37, 38 y 39, tanto de bautizos como de bodas. Fue en la época anterior de que El Carmen fuera parroquia. Los casamientos, bautizos y demás están en la Iglesia de La Palma; no obstante, faltarán algunos, porque se quemaron parte de los libros de registros en la guerra civil….»

¡Chistera, chistera, la dCaminata está fuera!

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Los molinos harineros de Facinas


«De qué le sirve a Facinas

el tener tantos molinos,

       si en el verano no hay agua

           y en el invierno no hay trigo».

     Esta graciosa coplilla popular, recogida por  Juan Quero González en su libro «Historia de Facinas y campiña de Tarifa«, me viene como anillo al dedo para introducir esta entrada acerca de los antiguos molinos hidráulicos que en su día funcionaron en Facinas.

     Como buena parte de la tradición oral, el chascarrillo en cuestión tiene su componente crítico e irónico, además del poético; pero entre verso y verso no es difícil distinguir también un cierto asombro, y hasta admiración diría yo, por ese proceso industrializador que vivió Facinas en su pasado, y la identificó como tierra de molinos, y sobre todo, buen pan.

     El mismo topónimo de Facinas parece indicar este pasado agrícola y cerealístico. Algunos estudiosos de la historia facinense le otorgan al topónimo un origen latino, de cuando estas tierras estaban acotadas temporalmente por el periodo hispanorromano, o a lo sumo visigótico. De esta forma Facinas derivaría de Fascinas, lo que en latín viene a significar: Montones o haces de trigo.

             Fueron seis los molinos que elaboraron harina en Facinas, a los que hay que sumar el trabajo previo en los campos y las eras, más las correspondientes tahonas (panaderías) y hornos para la materialización del pan nuestro de cada día. Todo ello significó sin duda un revulsivo, la levadura social que aumentaría su fama y posibilitaría su crecimiento. Desconozco si otros pueblos, y tengamos en cuenta que Facinas es una pedanía de Tarifa, contaron con un número similar de molinos.

        Pero ¿qué tiempo manejamos? ¿Cuándo se construyeron los molinos? Las fuentes que he consultado nos remiten a finales del s. XVIII, principios del XIX. Aunque el mismo Juan Quero, escuchando de nuevo a la voz popular, nos cuenta en su libro que quizás los primeros constructores de molinos en Facinas fueran unos monjes de la orden capuchina, que vendrían al rebufo de la conquista castellana y se quedaron prendados de estas fértiles laderas y llanos. También construirían un pequeño convento, donde andando los siglos se levantaría la iglesia de la Divina Pastora. Cierto que no hay documentación que verifique esta hipótesis, pero también es cierto que son muy entretenidos de leer los renglones invisibles que escriben la tradición junto a la leyenda.

     Saltemos de nuevo a la centuria decimonónica, la más que probable fecha de apogeo de nuestros molinos. En la web http://www.facinas.org/  , que recomiendo a todo aquel que quiera conocer Facinas, encontramos un apartado muy interesante: el padrón de habitantes de 1875. En este se detallan los nombres de los censados, la fecha de nacimiento, la edad, procedencia y profesión. Este último dato es el que más nos interesa.

           Siete fueron los vecinos que tuvieron como oficio el de molinero, y llama la atención que tres fueron mujeres. Todos nacieron en la primera mitad del siglo XIX, siendo el de mayor edad un tal Pedro López Gallego, nacido el 7 de enero de 1805, procedente de Benaoján. Al parecer, de los pueblos de la serranía malagueña provenían los molineros con mayor experiencia y pericia, así como las mejores piedras soleras.

        En la fotografía aérea de arriba se puede ver la ubicación de los molinos y su recorrido, que apenas alcanza el kilómetro del primero al sexto.

      Ahora es cuando podemos analizar la coplilla inicial, ese verso que decía que «en el verano no hay agua».La misma estructura y factura de estos molinos nos vale como respuesta. Estaban dispuestos de dos en dos, y una alberca o balsa precedía a cada pareja, con la finalidad de aprovechar cada gota de agua. La tipología de estas construcciones es la conocida como molino de cubo o vaso. También eran llamados molinos maquileros, término que designa la forma de pago al molinero, que consistía en la entrega de una parte de la harina molida. Esta era la maquila.

           Hay que tener en cuenta que la época estival es normalmente sinónimo de sequía por estos pagos y que el caudal que alimentaba estos molinos no provenía de ningún arroyo. El agua necesaria se obtenía encauzando todos los manantiales y regajos posibles que brotaban por esa parte de la sierra de Saladaviciosa, y conduciéndola por una atarjea o acequia a la primera de las albercas, ubicada probablemente detrás la iglesia. Aún pueden adivinarse restos de esta canalización, cual si se tratara de una vieja cicatriz apenas ya visible.

        Esta alberca, y las otras dos, perseguía dos fines: «guardar» todo el agua posible en previsión de los días secos y, dado este caudal estacional y pobre, obtener la presión y fuerza necesarias para a continuación mover la maquinaria del molino. Una vez que los dos primeros usaban este agua la conducían a la siguiente balsa y correspondiente pareja de molinos, y ya por último a la tercera.

          El caudal sobrante se utilizaba para regar los huertos de la zona llana de Facinas, conocida como Vico. Luego se derivaba al arroyo del Tejar, que viene a morir en el río Almodóvar.

Así funcionaban los molinos de cubo

Molinos 1 y 2

       Antes de nada aclarar que en ninguna fuente consultada he visto que estos molinos tuvieran un nombre propio. Al parecer se referían a ellos por su número, aunque seguramente fueran conocidos en la población por los apellidos de las familias que los poseían.

       El primer molino, el del «Arco», quizás sea el más conocido, pues por debajo de su cao cruza la calle Tarifa, vía por la que se accede a Facinas por arriba, y por consiguiente de las más transitadas por coches y peatones.

     El cubo, que es esa especie como de torre seccionada, se encuentra en buen estado, no así el resto de las dependencias. Supongo que la parcela donde se encuentra pertenece a un particular, y lo cierto es que se haya un poco abandonada. Y eso que el callejón que la delimita por uno de sus lados es a mi parecer de los más auténticos y bonitos de Facinas.

       El segundo molino se encuentra apenas treinta metros más abajo. Lamento no poder mostrar fotografías de mejor calidad, pero es que la espesura de la vegetación no me permitía tomar una perspectiva adecuada. Mea culpa, siempre me olvido de meter en la mochila una mini desbrozadora, o que menos que un machete.

      Y esta es la fachada principal del segundo molino. El cuarto de la molienda estaba en la primera planta. Obsérvese la hornacina situada bajo el balcón. Más adelante hablaré de ellas.

Molinos 3 y 4

        Según me informó otro vecino, la acequia que guiaba el agua de los molinos 1 y 2 a los siguientes, pasaría por donde hoy día se encuentra el mercado de abastos y atravesaría las calles de la Constitución y Antonio Ordóñez, hasta alcanzar esta alberca que vemos abajo, donde se volvía a remansar y almacenar el agua.

     Este es el tercer molino: el cao, y a continuación el cubo, donde se aprecia la apertura por la que entraba el agua. Como se puede apreciar tampoco ha llegado a nosotros digamos que en muy buenas condiciones. Qué cierto eso de que agua pasada no mueve molino.

         Sin embargo,no hace muchos años sí que hubo un plan para intentar potenciar este patrimonio y este sector de Facinas. Me comentaron que se quiso crear una especie de camping rural, aterrazando el lugar y adecentando los molinos. Se supone que este proyecto no llegó a ver  la luz, paradójicamente, por las torres de alta tensión que atraviesan estas laderas.

     A continuación podemos ver uno de los elementos más curiosos y característicos de estas fábricas de harina: las hornacinas. Menos en el primero, pude comprobar que todos los molinos contaban con una, aunque también sospecho que la tuviera éste y desapareciera con el tiempo.

       La función  ornamental es indudable, pero estaría supeditada seguro a un fin protector y propiciatorio de una buena molienda. En el interior de estas hornacinas los molineros colocarían sin duda una imagen religiosa, pero ¿cuál?

      ¿Podría ser la Divina Pastora, la patrona de Facinas? En la fotografía de abajo muestro la hornacina de la fachada de la iglesia. Aunque este tipo de elementos ornamentales suelen ser corrientes en estas construcciones, qué quieren que les diga, y eso que por suerte o por desgracia uno no es nada religioso; lo mismo que los molinos se comunicaban unos con otros a partir de la primera alberca, yo veo (y comprendo) una conexión espiritual entre esta hornacina de la iglesia y las restantes de los molinos.

Hornacina de la iglesia

     Y el cuarto molino, con su arco derruido. Al fondo se aprecian los campos que les  daban de comer, donde en la actualidad prosperan los descendientes de estos ancestros de piedra y agua: los aerogeneradores, los molinos de viento.

         Pasemos a los últimos molinos con otro refrán, con la esperanza de que no se hubiera cumplido entre los molineros de Facinas: «Cada uno quiere llevar el agua a su molino, y dejar en seco el del vecino».

Molinos 5 y 6

       Los molinos 5 y 6 fueron los que más me convencieron, a los que más tiempo dediqué, y en consecuencia, los que más me hicieron sudar. Finales de agosto; había más humedad en mi espalda que en toda esa seca ladera.

        Su mejor estado de conservación quizás se deba a que están más apartado de la población o a que tal vez fueran los últimos en producir harina. La verdad es que tuve mucha suerte por acceder a ellos, pues son propiedades privadas. Y más suerte aún porque el vecino que me dejó entrar y fotografiar libremente, ya mayor el hombre, es el nieto del que fuera el último dueño de del molino número 5, y no sé si también me dijo que del 6.

       Le agradezco de nuevo el detalle y la santa paciencia de responder a mi interrogatorio. En estos casos, como es lógico, presento mis credenciales, y así pues le dije que era marido de tal, nuero de tal, que paro en la calle Feria… en fin, hay que ponerse en el papel del hombre; no va a abrirle la cancela a cualquiera con pinta de hippie que aparezca por ahí interesado en los viejos molinos, por mucha Nikon que lleve en lo alto.

      La de abajo es la tercera y última alberca, de forma yo diría que romboidal. En el lado izquierdo aún se puede apreciar la tierra amontonada, fruto de años de cuidado y limpieza de los sedimentos que arrastraba el agua.

    El cubo de este molino muestra un aspecto más achaparrado, con dos escalonamientos más que los otros.

       El cao o acequía se ha conservado bastante bien. Justo donde está la chumbera hay una compuerta por donde se podía extraer agua para regar los huertos aledaños. Resulta también curiosa la terminación del enfoscado, con conchas marinas.

        El cubo debía medir sus buenos ocho metros de altura. Abajo, en el interior de la casa del molino vi la estructura metálica de antiguas ruedas de carruaje. Por ese boquete es por donde caía el agua, cada vez más «estrechada» para conseguir una mayor presión, que moviera luego el rodezno y otras piezas giratorias del artilugio.

       A continuación, otra historia que hizo mover el molino de mi curiosidad durante el resto de ese día: unos extraños símbolos o grafitis. Uno de ellos está claro que es un símbolo cristiano, una cruz grabada en una especie de garabato de cubo, digo yo.  Y en el otro yo veo la figura de una persona como bajo un palio. Este último grafiti, lo trasladamos a un abrigo-cueva de la sierra y pasa totalmente por una pintura rupestre de hace 6 mil años.

      Supongo que al igual que las hornacinas, tuvieron también una intención protectora.

      Vamos pués con el último molino, el 6. No esperaba encontrar gran cosa, por lo que me dijo el vecino del molino de arriba, pero no fue así. Es imposible no hallar cosas interesantes en cualquier edifico antiguo.

     Por ejemplo este escudo heráldico, que aún me deja pillado cada vez que lo miro. ¿Qué pinta un escudo de este tipo en un molino harinero? Al final de la sesión fotográfica regresé al quinto molino a ver si andaba por ahí mi buen informante. Que se quite internet y todos los archivos notariales de la provincia; me comentó que su abuelo había conseguido ese escudo de otra edificación más antigua que había por ese lugar, y lo había colocado en la fachada; que antes de ese molino existía otro más antiguo, que si un tal cura apellidado Bretón tenía tierras por ahí… en fin, todo envuelto en mucha duda y misterio, pero ya les digo que casi que no me hace falta saber más.

     Y para rematar esa mañana calurosa pero fructífera, restos oxidados de la maquinaría que movía las piedras, algo que no es muy usual encontrarse en estos viejos molinos. Yo al menos es la primera vez que me encuentro ante tantos restos. En algun lugar he leído, o quizá fuera otra enseñanza de mi informante, que uno de los molinos llegó a funcionar hasta mediados del siglo XX, y que por estas fechas ya había desistido de usar la fuerza del agua como fuente de energía, pasando a utilizar un motor de gasoil. Tal vez fuera este «número 6» este molino.

     Y varias piedras de molino, conocidas como francesas, de la marca «Type la Ferte». Fueron introducidas en nuestra tierra en los años veinte del pasado siglo, y sustituyeron a las piedras de toda la vida, denominadas «piedras blancas». Por lo visto daban más faena al molinero, pues debían de ser picadas casi a diario.

      Ya lo están viendo, artilugios oxidados, piedras gabachas que ya nunca más volverán a moler trigo, una chumbera donde antes corría agua…

      La tecnología se ha impuesto, pero es verano y seguimos sin agua; llegará el invierno y no habrá trigo para estos molinos… La letra de la coplilla se sigue cumpliendo en la actualidad. En el que caso de que se pudiera continuar, yo añadiría unos versos que aludieran a que estamos condenados todo el año a comprar barras de pan que mira por dónde, y nunca mejor dicho, son el pan nuestro de cada día, porque al día siguiente no valen ni para el gazpacho.
       Aquí se me acaba a mí el agua, queridos lectores, les agradezco la molienda de la… quiero decir la lectura de la entrada.

¡Chistera, chistera, la dcaminata molinera está fuera!