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Los dólmenes de las Caheruelas (Tarifa)


      La aldea de las Caheruelas se encuentra a escasos 12 kilómetros de Tarifa y Facinas, en la vertiente sur de la Sierra de Ojén, más agreste y desforestada si la comparamos con la frondosa vertiente norte. A aumentar esta clara diferencia entre una cara y otra contribuyó desgraciadamente un gran incendio que se produjo en 1986. Como suele suceder en estos casos se repobló con pinos las zonas más altas, cercanas al Tajo de Utrera (719 m.), la cota máxima de dicha sierra.

      Situada ventajosamente entre las gargantas que forman los arroyos del Conejo y Los Molinos, las Caheruelas gozan de un amplio y bello paisaje. A un lado las sierras de Enmedio y Fates, y a continuación, el cordón litoral de la playa de los Lances. Valle abajo discurre el rio de la Jara, que desde la más remota antigüedad ha visto pasar a todos los pueblos que han fabricado nuestra historia, y que  tomaron este valle como acceso más rápido y directo a la vecina comarca de la Janda y al interior de Andalucía, o hacia Tarifa y Algeciras, si venían en el sentido contrario.

        Este poblado tarifeño está formado por una veintena de hogares que se dedican sobre todo a las labores pecuarias. Algunas de estas, en ruinas, aún muestran el zarpazo que produjo la inmigración en las décadas centrales del s. XX.

      Que nos disponemos a andar por unos montes colmados de Historia nos lo muestra una vez más la toponimia del lugar. El investigador Wenceslao Segura, en el artículo «La toponimia tarifeña tras la conquista cristiana», nos pone varios ejemplos: Celada Vieja (Saladavieja), Val de Hoxen (Valle de Ojén), Arroyo de Pero Ximenez (Arroyo de Pedro Jiménez), personaje que seguramente fuera beneficiado con tierras tras la ocupación castellana del territorio.

        Pero el topónimo antiguo que más nos interesa es el de Alcornocal fermoso. Así cree Wenceslao Segura que eran conocidas las Caheruelas en el s. XIV. De este modo se recoge nada más y nada menos que en el Libro de la Montería de Alfonso XI, una especie de guía de caza de la edad media. El cronista alfonsino describió acertadamente el primitivo alcornocal: fermoso. Y voto a bríos que por fortuna aún sigue siendo fermoso el alcornocal actual, y que así siga siendo por los siglos de los siglos ¡Pardiez!

      Caminar por unos campos tan cargados de Historia es todo un privilegio. Si se acierta con la vereda adecuada tendremos la suerte de descender apenas un kilómetro por la línea del tiempo y llegar al Calcolítico, cinco mil años atrás,siglo arriba, siglo abajo. Ese era nuestro destino esa mañana.

      Los dólmenes de las Caheruelas son probablemente de ese periodo prehistórico, del Calcolítico, o Edad del Cobre (IV ó III milenio a.c.). Estamos hablando de una época en la que se empieza a trabajar con los metales, donde la agricultura y la ganadería facilitan una proturbanización de los poblados, en resumen; estamos hablando de un periodo histórico en el que podemos apreciar el primer bosquejo de la humanidad que hoy somos.

      Quizá las personas que construyeron esos dólmenes vivían en un poblado cercano, más o menos estable, en contacto sin duda con otros poblados del territorio. Yacimientos arqueológicos como la Necrópolis de los Algarbes, en Valdevaqueros, y el conjunto dolménico desperdigado alrededor de la vecina Laguna de la Janda, no pueden entenderse sin estos primeros asentamientos humanos. Un dato más, según el arqueólogo gaditano Cesar Pemán Pemartín (1895-1986) en el yacimiento de las Caheruelas se hallaron abundantes pedernales, herramientas de piedra.

      Esta es la hipótesis de los historiadores Juan Ignacio de Vicente y Javier Criado, expuesta en el artículo «Nuevo foco dolménico en el Campo de Gibraltar. El complejo Caheruelas-Caballero». Se podría decir que este artículo fue el poste de señalización que nos condujo a los dólmenes, y a su comprensión.

     Dar con ellos no fue tarea fácil, en un terreno ya de por sí pedregoso; además de que veníamos ya algo cansados de hacer otra ruta. David, Eduardo, Juan Luis y el trepalcornoques que les escribe descendimos separados por el cerro para abarcar más superficie, zigzagueando, para arriba, para abajo… hasta que dimos con el primero. Ya teníamos nuestra recompensa. Añadir por último que de los siete que al parecer se han identificado nosotros sólo dimos con tres, pero bueno, menos da una piedra, y nunca mejor dicho. Imagino que los otro cuatro son de menor tamaño o están más invadidos por la vegetación.

     Tengo el placer de presentaros al primero. Me voy a resistir de ponerle nombre, y eso que siempre emociona y burbujea el estómago cada vez que «descubres» personalmente un hallazgo así. Para que no se me enfaden los otros dos le llamaré simplemente Dolmen número Uno. Y la verdad, eso fue lo que grité cuando lo vi: «Quilloooooo aquí HAY UNOOOOOOO!

       En esta simple estructura lítica se resume bien lo que es un dolmen, que en bretón significa mesa grande de piedra. Como se observa son varias losas, u ortostatos, dispuestas verticalmente, y otra losa horizontal que sirve de tapa o cubierta. Esta última casi siempre se halla caída. En su estado original estaría quizá rodeado de tierra con la intención de formar un túmulo, una especie de cueva artificial.

         La finalidad común que se les atribuye a los dólmenes es la funeraria, siendo de este modo sepulcros colectivos. Otra teoría apunta a que también pudieran haber sido marcas o hitos con los que se demostraba dominar un territorio.

     Y si difícil es encontrarlos, más difícil si cabe es fotografiarlos como se merecen. En las fotos de abajo se puede observar que al menos lo intenté. Fueron dos los alcornoques a los que trepé en un elegante estilo garrapatero, con el fin de obtener una buena perspectiva; lo que no quita que pagara el precio de algun arañazo, pero así de dura y sufrida es la vida de un Homo Bloguerus Senderiensis subsp. gaditanus.

       Y a continuación el segundo dolmen. Tentado estoy de «bautizarlo» como Dolmen de Juanlu, pues fue mi amigacho el que lo avistó, pero para que no se me enfaden mis otros dos colegas, lo llamaremos simplemente Dolmen número dos.

       No muestra una hechura tan entera como el primero, pues al hallarse en pendiente el lógico movimiento de tierras ha provocado que las losas verticales caigan una sobre otra.

        Aunque lo que realmente singulariza a este dolmen es la curiosa y evidente alineación circular que lo rodea. Ahí fue cuando me subí al segundo chaparro, para tratar de captar esta misteriosa estructura; y más alto hubiera subido si hubiera sido posible, pues obteniendo una vista cenital del yacimiento es como mejor se observaría esta particularidad. Y no fue la única alineación circular que vimos, o que creímos ver; al no estar asociadas a otros dólmenes podrían confundirse con construcciones más modernas, aunque lo dudo, la verdad.

     ¿Fueron comunes estos círculos de piedra? ¿Guardaban también relación con el rito funerario? Esto es una tarea para los entendidos. La nuestra terminó ahí.

        Más felices que las lombrices tomamos el camino de vuelta monte arriba, pero no… aún nos quedaba otra sesión de fotos. He aquí al culpable: el Dolmen número tres. Estábamos muy cansados ya como para buscarle un nombre adecuado, y el sol del veranillo del membrillo pegaba fuerte.

      Las losas verticales casi se encuentran tapadas por los lentiscos. Sólo la losa de cubierta nos hizo reparar en él.

     La losa sobre la que está David debió sin duda formar parte del dolmen.

        Y ahí se nos quedó David, en la Edad del Cobre. A punto estuvimos de quedarnos los demás. Seguramente los hacedores de estos dólmenes tuvieran una vida dura y sacrificada, y la esperanza de vida era menor que la de ahora, pero ¿Tenemos la certeza de gozar de una vida más plena? ¿Guardamos aún la esperanza, de vida o de lo que sea, de que nuestra edad, la EDAD DEL COLTAN, no sea la peor edad que le ha tocado vivir a la humanidad?

        Vaya, qué serio me he puesto. Voy a mirar en el Facebook si David ha vuelto ya del Calcolítico.

¡CHISTERA CHISTERA, LA CAMINATA ESTÁ FUERA!

PARA SABER MÁS:

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Los molinos harineros de Facinas


«De qué le sirve a Facinas

el tener tantos molinos,

       si en el verano no hay agua

           y en el invierno no hay trigo».

     Esta graciosa coplilla popular, recogida por  Juan Quero González en su libro «Historia de Facinas y campiña de Tarifa«, me viene como anillo al dedo para introducir esta entrada acerca de los antiguos molinos hidráulicos que en su día funcionaron en Facinas.

     Como buena parte de la tradición oral, el chascarrillo en cuestión tiene su componente crítico e irónico, además del poético; pero entre verso y verso no es difícil distinguir también un cierto asombro, y hasta admiración diría yo, por ese proceso industrializador que vivió Facinas en su pasado, y la identificó como tierra de molinos, y sobre todo, buen pan.

     El mismo topónimo de Facinas parece indicar este pasado agrícola y cerealístico. Algunos estudiosos de la historia facinense le otorgan al topónimo un origen latino, de cuando estas tierras estaban acotadas temporalmente por el periodo hispanorromano, o a lo sumo visigótico. De esta forma Facinas derivaría de Fascinas, lo que en latín viene a significar: Montones o haces de trigo.

             Fueron seis los molinos que elaboraron harina en Facinas, a los que hay que sumar el trabajo previo en los campos y las eras, más las correspondientes tahonas (panaderías) y hornos para la materialización del pan nuestro de cada día. Todo ello significó sin duda un revulsivo, la levadura social que aumentaría su fama y posibilitaría su crecimiento. Desconozco si otros pueblos, y tengamos en cuenta que Facinas es una pedanía de Tarifa, contaron con un número similar de molinos.

        Pero ¿qué tiempo manejamos? ¿Cuándo se construyeron los molinos? Las fuentes que he consultado nos remiten a finales del s. XVIII, principios del XIX. Aunque el mismo Juan Quero, escuchando de nuevo a la voz popular, nos cuenta en su libro que quizás los primeros constructores de molinos en Facinas fueran unos monjes de la orden capuchina, que vendrían al rebufo de la conquista castellana y se quedaron prendados de estas fértiles laderas y llanos. También construirían un pequeño convento, donde andando los siglos se levantaría la iglesia de la Divina Pastora. Cierto que no hay documentación que verifique esta hipótesis, pero también es cierto que son muy entretenidos de leer los renglones invisibles que escriben la tradición junto a la leyenda.

     Saltemos de nuevo a la centuria decimonónica, la más que probable fecha de apogeo de nuestros molinos. En la web http://www.facinas.org/  , que recomiendo a todo aquel que quiera conocer Facinas, encontramos un apartado muy interesante: el padrón de habitantes de 1875. En este se detallan los nombres de los censados, la fecha de nacimiento, la edad, procedencia y profesión. Este último dato es el que más nos interesa.

           Siete fueron los vecinos que tuvieron como oficio el de molinero, y llama la atención que tres fueron mujeres. Todos nacieron en la primera mitad del siglo XIX, siendo el de mayor edad un tal Pedro López Gallego, nacido el 7 de enero de 1805, procedente de Benaoján. Al parecer, de los pueblos de la serranía malagueña provenían los molineros con mayor experiencia y pericia, así como las mejores piedras soleras.

        En la fotografía aérea de arriba se puede ver la ubicación de los molinos y su recorrido, que apenas alcanza el kilómetro del primero al sexto.

      Ahora es cuando podemos analizar la coplilla inicial, ese verso que decía que «en el verano no hay agua».La misma estructura y factura de estos molinos nos vale como respuesta. Estaban dispuestos de dos en dos, y una alberca o balsa precedía a cada pareja, con la finalidad de aprovechar cada gota de agua. La tipología de estas construcciones es la conocida como molino de cubo o vaso. También eran llamados molinos maquileros, término que designa la forma de pago al molinero, que consistía en la entrega de una parte de la harina molida. Esta era la maquila.

           Hay que tener en cuenta que la época estival es normalmente sinónimo de sequía por estos pagos y que el caudal que alimentaba estos molinos no provenía de ningún arroyo. El agua necesaria se obtenía encauzando todos los manantiales y regajos posibles que brotaban por esa parte de la sierra de Saladaviciosa, y conduciéndola por una atarjea o acequia a la primera de las albercas, ubicada probablemente detrás la iglesia. Aún pueden adivinarse restos de esta canalización, cual si se tratara de una vieja cicatriz apenas ya visible.

        Esta alberca, y las otras dos, perseguía dos fines: «guardar» todo el agua posible en previsión de los días secos y, dado este caudal estacional y pobre, obtener la presión y fuerza necesarias para a continuación mover la maquinaria del molino. Una vez que los dos primeros usaban este agua la conducían a la siguiente balsa y correspondiente pareja de molinos, y ya por último a la tercera.

          El caudal sobrante se utilizaba para regar los huertos de la zona llana de Facinas, conocida como Vico. Luego se derivaba al arroyo del Tejar, que viene a morir en el río Almodóvar.

Así funcionaban los molinos de cubo

Molinos 1 y 2

       Antes de nada aclarar que en ninguna fuente consultada he visto que estos molinos tuvieran un nombre propio. Al parecer se referían a ellos por su número, aunque seguramente fueran conocidos en la población por los apellidos de las familias que los poseían.

       El primer molino, el del «Arco», quizás sea el más conocido, pues por debajo de su cao cruza la calle Tarifa, vía por la que se accede a Facinas por arriba, y por consiguiente de las más transitadas por coches y peatones.

     El cubo, que es esa especie como de torre seccionada, se encuentra en buen estado, no así el resto de las dependencias. Supongo que la parcela donde se encuentra pertenece a un particular, y lo cierto es que se haya un poco abandonada. Y eso que el callejón que la delimita por uno de sus lados es a mi parecer de los más auténticos y bonitos de Facinas.

       El segundo molino se encuentra apenas treinta metros más abajo. Lamento no poder mostrar fotografías de mejor calidad, pero es que la espesura de la vegetación no me permitía tomar una perspectiva adecuada. Mea culpa, siempre me olvido de meter en la mochila una mini desbrozadora, o que menos que un machete.

      Y esta es la fachada principal del segundo molino. El cuarto de la molienda estaba en la primera planta. Obsérvese la hornacina situada bajo el balcón. Más adelante hablaré de ellas.

Molinos 3 y 4

        Según me informó otro vecino, la acequia que guiaba el agua de los molinos 1 y 2 a los siguientes, pasaría por donde hoy día se encuentra el mercado de abastos y atravesaría las calles de la Constitución y Antonio Ordóñez, hasta alcanzar esta alberca que vemos abajo, donde se volvía a remansar y almacenar el agua.

     Este es el tercer molino: el cao, y a continuación el cubo, donde se aprecia la apertura por la que entraba el agua. Como se puede apreciar tampoco ha llegado a nosotros digamos que en muy buenas condiciones. Qué cierto eso de que agua pasada no mueve molino.

         Sin embargo,no hace muchos años sí que hubo un plan para intentar potenciar este patrimonio y este sector de Facinas. Me comentaron que se quiso crear una especie de camping rural, aterrazando el lugar y adecentando los molinos. Se supone que este proyecto no llegó a ver  la luz, paradójicamente, por las torres de alta tensión que atraviesan estas laderas.

     A continuación podemos ver uno de los elementos más curiosos y característicos de estas fábricas de harina: las hornacinas. Menos en el primero, pude comprobar que todos los molinos contaban con una, aunque también sospecho que la tuviera éste y desapareciera con el tiempo.

       La función  ornamental es indudable, pero estaría supeditada seguro a un fin protector y propiciatorio de una buena molienda. En el interior de estas hornacinas los molineros colocarían sin duda una imagen religiosa, pero ¿cuál?

      ¿Podría ser la Divina Pastora, la patrona de Facinas? En la fotografía de abajo muestro la hornacina de la fachada de la iglesia. Aunque este tipo de elementos ornamentales suelen ser corrientes en estas construcciones, qué quieren que les diga, y eso que por suerte o por desgracia uno no es nada religioso; lo mismo que los molinos se comunicaban unos con otros a partir de la primera alberca, yo veo (y comprendo) una conexión espiritual entre esta hornacina de la iglesia y las restantes de los molinos.

Hornacina de la iglesia

     Y el cuarto molino, con su arco derruido. Al fondo se aprecian los campos que les  daban de comer, donde en la actualidad prosperan los descendientes de estos ancestros de piedra y agua: los aerogeneradores, los molinos de viento.

         Pasemos a los últimos molinos con otro refrán, con la esperanza de que no se hubiera cumplido entre los molineros de Facinas: «Cada uno quiere llevar el agua a su molino, y dejar en seco el del vecino».

Molinos 5 y 6

       Los molinos 5 y 6 fueron los que más me convencieron, a los que más tiempo dediqué, y en consecuencia, los que más me hicieron sudar. Finales de agosto; había más humedad en mi espalda que en toda esa seca ladera.

        Su mejor estado de conservación quizás se deba a que están más apartado de la población o a que tal vez fueran los últimos en producir harina. La verdad es que tuve mucha suerte por acceder a ellos, pues son propiedades privadas. Y más suerte aún porque el vecino que me dejó entrar y fotografiar libremente, ya mayor el hombre, es el nieto del que fuera el último dueño de del molino número 5, y no sé si también me dijo que del 6.

       Le agradezco de nuevo el detalle y la santa paciencia de responder a mi interrogatorio. En estos casos, como es lógico, presento mis credenciales, y así pues le dije que era marido de tal, nuero de tal, que paro en la calle Feria… en fin, hay que ponerse en el papel del hombre; no va a abrirle la cancela a cualquiera con pinta de hippie que aparezca por ahí interesado en los viejos molinos, por mucha Nikon que lleve en lo alto.

      La de abajo es la tercera y última alberca, de forma yo diría que romboidal. En el lado izquierdo aún se puede apreciar la tierra amontonada, fruto de años de cuidado y limpieza de los sedimentos que arrastraba el agua.

    El cubo de este molino muestra un aspecto más achaparrado, con dos escalonamientos más que los otros.

       El cao o acequía se ha conservado bastante bien. Justo donde está la chumbera hay una compuerta por donde se podía extraer agua para regar los huertos aledaños. Resulta también curiosa la terminación del enfoscado, con conchas marinas.

        El cubo debía medir sus buenos ocho metros de altura. Abajo, en el interior de la casa del molino vi la estructura metálica de antiguas ruedas de carruaje. Por ese boquete es por donde caía el agua, cada vez más «estrechada» para conseguir una mayor presión, que moviera luego el rodezno y otras piezas giratorias del artilugio.

       A continuación, otra historia que hizo mover el molino de mi curiosidad durante el resto de ese día: unos extraños símbolos o grafitis. Uno de ellos está claro que es un símbolo cristiano, una cruz grabada en una especie de garabato de cubo, digo yo.  Y en el otro yo veo la figura de una persona como bajo un palio. Este último grafiti, lo trasladamos a un abrigo-cueva de la sierra y pasa totalmente por una pintura rupestre de hace 6 mil años.

      Supongo que al igual que las hornacinas, tuvieron también una intención protectora.

      Vamos pués con el último molino, el 6. No esperaba encontrar gran cosa, por lo que me dijo el vecino del molino de arriba, pero no fue así. Es imposible no hallar cosas interesantes en cualquier edifico antiguo.

     Por ejemplo este escudo heráldico, que aún me deja pillado cada vez que lo miro. ¿Qué pinta un escudo de este tipo en un molino harinero? Al final de la sesión fotográfica regresé al quinto molino a ver si andaba por ahí mi buen informante. Que se quite internet y todos los archivos notariales de la provincia; me comentó que su abuelo había conseguido ese escudo de otra edificación más antigua que había por ese lugar, y lo había colocado en la fachada; que antes de ese molino existía otro más antiguo, que si un tal cura apellidado Bretón tenía tierras por ahí… en fin, todo envuelto en mucha duda y misterio, pero ya les digo que casi que no me hace falta saber más.

     Y para rematar esa mañana calurosa pero fructífera, restos oxidados de la maquinaría que movía las piedras, algo que no es muy usual encontrarse en estos viejos molinos. Yo al menos es la primera vez que me encuentro ante tantos restos. En algun lugar he leído, o quizá fuera otra enseñanza de mi informante, que uno de los molinos llegó a funcionar hasta mediados del siglo XX, y que por estas fechas ya había desistido de usar la fuerza del agua como fuente de energía, pasando a utilizar un motor de gasoil. Tal vez fuera este «número 6» este molino.

     Y varias piedras de molino, conocidas como francesas, de la marca «Type la Ferte». Fueron introducidas en nuestra tierra en los años veinte del pasado siglo, y sustituyeron a las piedras de toda la vida, denominadas «piedras blancas». Por lo visto daban más faena al molinero, pues debían de ser picadas casi a diario.

      Ya lo están viendo, artilugios oxidados, piedras gabachas que ya nunca más volverán a moler trigo, una chumbera donde antes corría agua…

      La tecnología se ha impuesto, pero es verano y seguimos sin agua; llegará el invierno y no habrá trigo para estos molinos… La letra de la coplilla se sigue cumpliendo en la actualidad. En el que caso de que se pudiera continuar, yo añadiría unos versos que aludieran a que estamos condenados todo el año a comprar barras de pan que mira por dónde, y nunca mejor dicho, son el pan nuestro de cada día, porque al día siguiente no valen ni para el gazpacho.
       Aquí se me acaba a mí el agua, queridos lectores, les agradezco la molienda de la… quiero decir la lectura de la entrada.

¡Chistera, chistera, la dcaminata molinera está fuera!

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Puntal del Alamillo: otro poblado abandonado cercano a Facinas


    Visitar un edificio en ruinas, o abandonado,  siempre produce sentimientos enfrentados. Por una parte se despierta y despereza ese arqueólogo que todos llevamos dentro, y observamos cada rincón con la lupa del misterio y la curiosidad, agradecidos por tan accesible viaje en el tiempo. Pero por otra, nos invade una cierta desazón, al menos a mí me pasa, al comprobar cómo se las gasta el paso del tiempo, que no perdona ni a las piedras. Estos sentimientos se enfrentan aún más cuando lo que visitamos es un poblado o aldea abandonados, cuando lo que observamos son casas hasta hace unas décadas habitadas, quizás por personas que aún pueden contarlo.

     España entera está salpicada de estos tristes ejemplos de despoblamiento rural. El que nos trae entre manos hoy se llama Puntal del Alamillo, y se encuentra a escasos 4 kilómetros de Facinas, y a 6 de Bolonia.

     Pocas son las referencias textuales acerca de este poblado, y ninguna las fotografías que yo al menos haya podido encontrar en la red. Los escasos datos que puedo aportar al respecto provienen de esa inestimable fuente que son las gentes del lugar. Es más, gracias a ellos, sobre todo a mis queridos facinenses,  he tenido ocasión de conocerlo. A mí favor sólo puedo alegar la gratísima molestia de acercarme al sitio, la sufrida pasión de fotografiar todo lo fotografiable, y sobre todo esa afición o cualidad que cada vez desarrollo más de fusilar a preguntas a los paisanos, sin importarme demasiado que luego le tomen a uno por un bicho raro.

    Si no se unen todos estos factores, dudo mucho de que se tenga la oportunidad de acceder a estos parajes, a estas piezas de puzzle que ya poca gente reconoce y sabe ubicarlas, pero que sin embargo son necesarias para componer nuestro pasado más cercano y popular. Desde mi blog, sólo aspiro a dejar en internet una reseña  de la existencia de este poblado.

    En el mapa de arriba trato de explicar la forma de llegar. Muy fácil, nos dirigimos a Bolonia, Tarifa. Continuamos por la carretera que asciende por la Sierra de la Plata hasta el Realillo de Bolonia, como si quisiéramos ir a la Silla del Papa. ¿Que no sabes cómo llegar a la Silla del Papa? Mejor me lo pones, y aprovecho pare meter esta cuña bloguera: Silla del Papa – Laja de las Algas.

   Total, que seguimos esa carretera hasta el final, justo hasta donde el asfalto deja paso a una pista de tierra. Ahí verás a mano derecha un cortijo donde hay sitio para aparcar el coche. Seguimos a pie, y atentos, pues a menos de un kilómetro, a la sombra de la Laja de las Algas, tendremos ocasión de visitar otro de estos poblados abandonados, el de los Boquetillos, también conocido como de La Gloria.

   Justo donde se aprecia la curva cerrada tenemos la opción de continuar por la pista que nos lleva directamente al Cortijo del Puntal y al poblado del Alamillo, o de atravesar el Cerro de la Rosa Grande, opción más aconsejable.

Nuestra pequeña aldea recibe el nombre de los dos cortijos que lo delimitan por sur y norte: el del Puntal y el del Alamillo, respectivamente. El más cercano al poblado es el Cortijo del Puntal. Según escribió Gaspar J. Cuesta en su estupendo artículo «Toponimia de Bolonia y su entorno» el término Puntal describe un accidente geográfico, una «prominencia en el terreno». Y así es, cortijo y poblado se asientan en una colina prominente y picuda labrada por el arroyo de Cerona, que desemboca en el río Almodóvar.

El Cortijo del Alamillo está un kilómetro ladera abajo, donde ya los campos empiezan a llanear. También en la actualidad se encuentra en un estado de abandono, aunque por sus alrededores pasta parte del ganado bravo de los Núñez, así que primer aviso que doy de no sobrepasar una linde que más tarde mostraré. En su día debió ser un lugar más concurrido y que daría trabajo a un buen número de jornaleros. Como anécdota comentar que a mediados del siglo pasado el padre de mi respetadísima suegra, Pepichi Guerrero, tuvo arrendado este cortijo.

   En la fotografía de arriba pueden ver a mis dos acompañantes ese día: Ana y Juanlu. Al fondo se aprecian las antenas de la Silla del Papa. En ese momento andábamos por el Cerro de la Rosa Grande. Pocos sitios como Bolonia pueden chulear de nombres tan curiosos y hasta cierto punto literarios. Nuevamente el artículo sobre la toponimia del entorno de Bolonia nos pone tras la pista y nos dibuja una sonrisa en la cara. El nombre de rosa no provendría de la flor, sino quizá de roza, «tierra roturada para ser sembrada», y aludiría al pasado agrícola de dicho cerro. La culpa esta vez no fue del cha cha chá, sino del ceceo: El cerro de la Roza grande.

   Los eucaliptos, que a mediados del siglo pasado prometían ser un negocio para los dueños de estas tierras, son hoy día el enemigo a batir. Este hermoso y enorme ejemplar ya ha sucumbido a esta absurda guerra de introducir especies foráneas para luego renegar de ellas. Seguramente habrá sido talado con vistas a un mayor aprovechamiento del agua, ya que son árboles que necesitan y beben una gran cantidad del escaso elemento. No es de mis árboles favoritos, pero siempre apena ver a un gigante abatido.

     Al poco de pasar el cortijo del Puntal comenzaremos a ver las primeras casas del poblado. En total pueden ser hasta una quincena de ellas, un número similar al del vecino poblado de los Boquetillos que mencioné antes. ¿De cuántos habitantes estaríamos hablando? Pues lamento decir que ni idea, pero si tirando por lo bajo calculamos 4 ó 5 personas por vivienda, obtenemos como resultado toda una aldehuela en la que tal vez vivieran cerca de un centenar de personas en su momento álgido.

    Tampoco puedo aportar mucho más en cuanto a la cronología, tan sólo añadir que ya uno de los tíos de mi mujer, el tío Curro, que ronda tan divinamente los ochenta años, ya frecuentaba el lugar cuando apenas era un mozalbete. ¿Sería muy arriesgado apostar que el poblado hunde sus raíces en las últimas décadas del siglo XIX?

   Lo que sí parece más probable, y tal como comenté en la anterior entrada acerca del poblado de los Boquetillos, que ambas comunidades se erigieran en terrenos públicos, aprovechando quizá que justo por la ladera contigua, en el cerro de la Cuesta del Carpintero, transcurría y transcurre una vía pública para el tránsito del ganado, la vereda del Alamillo.

   Lo cierto es que no fue nada fácil para muchas gentes buscar un trozo de tierra donde asentarse. Por ejemplo, en la década de los 30 en el municipio de Tarifa el 69% de las tierras estaban concentradas en las manos de 29 propietarios. Peor aún lo tendrían en el municipio de Castellar de la Frontera, donde un sólo propietario, el Duque de Medinaceli poseía en 96,8 % del total de tierras. Se ve que a la Edad Media le costó desaparecer por estas nuestras latitudes.

      La estructura de las casas es la típica de los populares chozos, pero obviamente más elaborados y resistentes. De planta rectangular, ventanas pequeñas, con muros gruesos levantados con las piedras del lugar, y sólo barro para unirlas. Y el techado a dos aguas, para el cual se utilizaba la castañuela, una planta similar al junco y que era muy abundante en la desaparecida laguna de la Janda. Si el mantenimiento de este tejado ecológico y supernatural era el adecuado se lograban los dos fines perseguidos: permitir la fuga de los humos del interior y sobre todo la impermeabilización contra la lluvia.

   Todas las casas cuentan con este murete de contención levantado también con piedras. A la par que servía para mantener sujeto el terreno, evitaba las filtraciones de agua y humedad. A pesar del abandono, de las décadas y décadas transcurridas y de los materiales empleados (tal vez, gracias a éstos) las estructuras de las casas muestran unas hechuras honrosas; si habláramos de viviendas más o menos actuales seguramente no hubieran corrido la misma suerte.

   Las casas que muestro en las fotografías de arriba son un buen ejemplo de lo que hablo. Se ven firmes, resistentes, bien adaptadas a los movimientos del terreno y a los caprichos meteorológicos. Con algo de imaginación y algo más de esfuerzo y trabajo no se resistirían demasiado estas casas a ser habitadas de nuevo.

   Quién sabe, dada las vueltas que da la Historia y al cariz que va tomando esta crisis financiera y especulativa; eucalipto va, eucalipto viene, si no nos veremos obligados a reintroducirnos de nuevo en el ámbito rural como especies no ya invasoras, sino como especies marginadas y expulsadas de la jungla de cemento. Exprimiendo aún más el símil: ¿Seremos eucaliptos en nuestra propia tierra? Si esto sucede yo me pido la casa de la chimenea.

   El modus vivendi de las gentes que habitaron este poblado sería harto sencillo. El jornal se lo ganarían en los cortijos y haciendas cercanos, y como muchos campesinos o pastores del pasado siglo también acudirían a los trabajos de temporada; al corcho en verano y al carbón picó en invierno, entre otros. Una vida recia y dura; el trabajo que no tenemos hoy día las generaciones jóvenes lo tuvieron ellos de sobra, eso sí, igual de precario y mal pagado. ¿Quién nos iba a decir que nuestra condición social y laboral iba a ser más semejante a la de nuestros abuelos que a la de nuestros padres? ¿Las agencias de calificación, los bancos centrales, mundiales y las bolsas de basura bursátiles, mismamente? me contestaréis… pues sí, a lo que yo añado: al carajo todos ellos.

   Y a lo que iba, que me voy por los cerros de Bolonia. A parte de la cría de gallinas, cabras y tal vez algún cochino, nuestros jornaleros complementaban sabiamente su dieta con perales y unas de las mayores chumberas o tunas que haya visto en mi vida, amén de otros cultivos que no sean visibles hoy día.

   Como en cualquier comunidad rural que se precie no podían faltar el pan y el agua. Yo contabilizé dos pozos, el de la fotografía es el más grande, con ranos y todo; y al menos tres hornos de piedra para hornear el pan macho.

   Encontramos además otros restos que nos hablan de la vida cotidiana, de la historia de las cosas pequeñas. Una pieza de piedra que aún no sé si se trata de un mortero o de un pequeño abrevadero. Y el encuentro más interesante: los restos de lo que en su día fue una pieza de cerámica esmaltada y coloreada, y la base de otra pieza menor. En esta última se aprecian una cruz, una corona, y la palabra «Santander». Y abajo «China Oyaga«, más un número, el 58, quizá el año de fabricación o venta.
Resulta gracioso, pues la alusión a China me hizo pensar obviamente en porcelana china, y el término Oyaga quizá en una ciudad de dicho país. Pero al buscar en google por esos términos me encuentro con que Oyaga es un apellido vasco ¿Estamos entonces ante una pieza de cerámica china importada a España por una familia de apellido Oyaga afincada en Santander? Por suponer e imaginar que no quede… aprovechemos que aún es gratis.

   También nos topamos con otras evidencias de esa vida privada, que la verdad, ahora que miro y remiro las fotografías y pienso y repienso para escribir la entrada, me dan ahora como un poco de grima: algunos zapatos de niño en un estado más que aceptable.
Había también restos de suelas de goma pertenecientes a botas o zapatos de adulto, pero los que más llamaron mi atención fueron unas botitas blancas de niño, lástima que no las fotografiase. Se notaba que eran de unas décadas atrás, y qué quieren que les diga, las casas abandonadas, árboles talados, el viento, el cielo gris… ¡y esos zapatos de niño!… No me hubiera extrañado nada si de repente hubiera aparecido por allí Stephen King o Iker Jiménez diciendo, ven chaval, ven, que te voy a contar la historia de la familia tal, que … quita, quita…

   Las casas de arriba, en una pendiente considerable, son las últimas que nos encontramos en nuestra dCaminata etnográfica. Seguramente son las que mejor representan al poblado del Puntal, pues están ahí, en la punta del cerro, como la proa de un barco encallado que tiempo ha dejó de tener un destino.
La fotografía de abajo entiéndanla como un cartel de «Prohibido pasar más allá».  Justo donde se encuentran esas casas y se obtiene esta perspectiva de Facinas, al fondo, nos encontramos con un muro de piedra, más su alambrada. No pasen más allá a no ser que sean toreros o tengan poco apego a sus vidas. Por esos campos pasta y corretea ganado bravo; como dije antes, toros bravos de la ganadería Núñez. Así que mucho ojo con pasar ese muro.

   Para tomar el camino de vuelta subimos al cerro donde descansa nuestro poblado. Desde esa posición se obtiene una buena visión general del entorno: a la izquierda el cerro de la Cuesta del Carpintero, en el centro el arroyo de Cerona, y al fondo la cresta pétrea de la Laja de las Algas, o de la Zarga.

    Y menos mal que tomamos esa decisión, pues nos hubiéramos perdido como el que dice el postre. Fueron mis amigos Ana y Juanlu quienes descubrieron lo que muestro a continuación. Yo mientras tanto estaba abajo soltando a cazar a la Nikon, y no queriéndome encontrar con Iker Jiménez…

   Una tumba antropomorfa de pequeñas proporciones. Orientada al este, dominando el valle de Almodovar y la Janda… Es increible cómo en un monte más bien pequeño se puede concentrar tanta historia y vida. Donde menos se lo espera uno salta la liebre de la sorpresa y el misterio, en un paraje que poquísima poquísima gente frecuenta ya ¿En medio de la Nada?

   Y este horno de piedra que ya me dejó loco de la emoción y empachado de tantas cosas interesantes. El estado de conservación y la apariencia son magníficos. Es el horno mejor conservado que que yo haya visto, y he visto ya unos cuantos. ¡Si algunas piedras hasta conservaban el hollín!
Termino esta entrada, esta dCaminata que tanto me hizo disfrutar haciendo un llamamiento a todo aquel que sepa algo sobre este poblado para que se ponga en contacto conmigo. Le estaría muy agradecido.

   Y a todos en general agradeceros que durante ¿15 minutos de lectura? hayáis tenido la santa paciencia y el detalle de ayudarme a revivir este escondido pero bonito lugar.

¡Chistera chistera la caminata está fuera!

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Torre del Rayo y Torrejosa: Centinelas de Puertollano


(Artículo publicado en el nº 48 de Al LÍMITE: Revista alternativa de montaña. Publicada por mi colega Garry. Este número y otros se pueden descargar en formato PDF desde este enlace en su web: BETIJUELO)

Torre del Rayo

            Hoy día no hay mucho tráfico en la CA-9210, una humilde carretera comarcal en el sur de la provincia de Cádiz, apenas un centímetro a escala en el mapa de carreteras oficial de España. Pocos son los coches, personas y animales que en la actualidad recorren sus 18 kilómetros de punta a punta. Sin embargo, no ocurrió así en el pasado.

            Quien hoy se adentre en ella desde la N-340 a la altura de la playa de los Lances, es probable que vaya a visitar el Santuario de Nuestra Señora de la Luz, o que viva en una de las aldeas del campo tarifeño: las Caheruelas o Puertollano. O tal vez su destino sea Facinas, una entidad local dependiente de Tarifa pero a la que todos los que la conocemos y queremos consideramos simplemente un pueblo. Vaya a donde vaya, que sepa y se admire el caminante o viajero que circula por una vía histórica, utilizada desde la más remota antigüedad por los diferentes pueblos que han visitado nuestra península. Cartagineses, romanos, bizantinos, visigodos; todos ellos tomaron en algún momento esta dirección para penetrar en el interior de Andalucía. También, y en mayor medida, las dos culturas que más nos han marcado como país y en la que nos centraremos: la musulmana y la cristiana.

            Tan variopinto tránsito circuló por el actual Puertollano, que como su mismo nombre indica, ofrecía con sus 115 metros de altura pocas dificultades de paso a ejércitos y viajeros. Testigos pétreos de este movimiento fueron la Torre del Rayo y la Torrejosa, dos viejos centinelas que pese a los achaques de la edad afortunadamente siguen aún medio en pié, luchando contra el olvido, para contarnos sus vidas y batallas.

Puertollano desde las proximidades de los Tornos

           Si les preguntamos por su edad no sabrán por desgracia qué respondernos. Y es que algunas ruinas han conservado ese pudor para acrecentar su misterio. Los historiadores y arqueólogos que se han aproximado a estas dos torres no han encontrado referencia escrita alguna que las ubique temporalmente con cierta seguridad, y tampoco se han realizado labores arqueológicas con esa intención. La hipótesis mayoritaria apunta a que son de etapa islámica, tanto por su tipología como por su relación con otras que sí parecen tener ese certificado de autenticidad islámico. La minoritaria apuesta por que sean construcciones realizadas ya inmersos en la ocupación castellana, y en esto los entendidos ponen más el punto de mira en la Torrejosa. Nos vemos obligados pues a hacer una marca o mella en esa línea temporal: la conquista de Tarifa en 1292 por Sancho IV. Si son musulmanas o cristianas hay que mirar para un lado u otro. Con independencia de sus dueños estamos hablando de edificios con siete siglos mínimo a sus espaldas.

            ¿Y si les preguntáramos por su función, por el fin para el cual fueron levantadas, qué nos contestarían? Algo más, con suerte. La del Rayo y la Torrejosa son torres almenaras o vigías, eslabones de la cadena de vigilancia y alerta que defendían la ciudad de Tarifa y su territorio atlántico. Mediante ahumadas en sus terrados transmitían las señales de peligro o de ataque, ya sea en un sentido u otro.

          Nuestras almenaras las trasmitían hacia el interior de la provincia; del otro acceso marítimo a la ciudad del viento se ocupaban la conocida Torre de la Peña y otra ubicada en Valdevaqueros. Ambos frentes formaban en realidad la primera línea defensiva de Tarifa; la siguiente serían sus murallas. Son por lo tanto bastiones para la defensa y control de un territorio, y quizás una de ellas, en concreto la Torrejosa, cumpliera además una función residencial, y fuera morada más o menos estable de un hipotético y desconocido señor de esas tierras.

Mapa de la zona

              Todos sabemos que los topónimos de Conil, Vejer y Jimena han conservado la coletilla medieval “de la frontera”, como alusión a que en su día lindaron con el Reino de Granada, pero ¿Y Tarifa, ha conservado ese apéndice? Según Martín Bueno Lozano, que fuera sacerdote e investigador de nuestra Historia local, sí, esa es su denominación oficial, pues así se indica en unos legajos conservados en el ayuntamiento: Tarifa de la frontera. Y vaya si lo fue, hasta que el empuje castellano no arrastrara esa frontera hasta Algeciras con su conquista en 1344. Tierra de peligros y batallas sería la campiña tarifeña, tanto que a los que osaban venir a repoblar se les eximía prácticamente de todos los impuestos de la época. Castellanos y norteños aguerridos; hombres que vivían “al límite” y que manejaban la azada y la espada con la misma efectividad y destreza.

            Aún podemos exprimir y sacar más jugo a la toponimia del lugar. Las dos estribaciones que franquean este modesto paso de montaña que es Puertollano son las sierras de Saladaviciosa y Saladavieja, al sur y al norte respectivamente. La etimología, esa especie de llave que nos abre el cofre del pasado, nos cuenta que el término “salada” proviene de “celada”, es decir, emboscada, ataque por sorpresa al enemigo. De este modo se han fosilizado estos términos medievales, para recordarnos que tanto Saladavieja como Saladaviciosa eran lugares idóneos para acechar a los pobres incautos que pasaran por Puertollano. Unos cuantos kilómetros más al oeste nos encontramos con otro monte con una denominación muy sugerente: La loma de la carrera del turco. Y donde se lee turco léase también moro, berberisco, nazarí; y póngase en el contexto de las incursiones piráticas, de esas “carreras” y cabalgadas en busca de botín, sobre todo ganado y rehenes por los que luego se pedirá rescate.

Puerto Llano desde la Torre del Rayo

        La Torre del Rayo es de planta cuadrangular, el tipo más común en nuestro Medievo, y de acceso a nivel del suelo. Estas dos características serán las principales diferencias con las torres almenaras del litoral edificadas ya a partir del s. XVI, que podían adoptar forma cónica y poseer un acceso elevado para dificultar el asalto. En cuanto a medidas podemos hablar de unos 6 metros de lado y quizá originalmente unos 10 de altura. Y en cuanto a elementos arquitectónicos destacables que se hayan conservado, por desgracia sólo las pechinas, donde descansaba la bóveda, y una estrecha escalera interior. Y es que, como se puede observar en las imágenes, los años no han pasado en balde por el anciano pero rudo vigilante. Lo primero que quizás nos llame la atención es la gran brecha abierta justo arriba de la entrada principal y que parece dividir en dos la estructura. Una fea cicatriz a todos los efectos. ¿Será por este detalle por el que se la llame del Rayo, como dando a entender que su estado se debe al impacto de uno de ellos? Quién sabe, lo cierto es que en las cercanías también hay una garganta con el mismo nombre, lo que complica más la cosa y hace preguntarnos ¿qué nombre fue antes, el de la garganta o el de la torre?

Torre del Rayo

         Para visitar la Torre del Rayo tenemos dos opciones. La primera, llegar en coche desde la N-340, y aparcarlo más o menos en el kilómetro 11 de la CA-9210, donde nos encontraremos con un cruce desde el que parte, a mano izquierda, una pista de tierra que conduce a las Casas de Puertollano. El lugar es fácilmente reconocible pues en el mismo cruce los paisanos de esta aldea tienen habilitados sus buzones de correo. La torre nos está esperando en la cima de un monte, a unos escasos 800 metros. La segunda opción es más interesante pues consiste en conquistarla partiendo desde Facinas. El coche lo podemos dejar en la Plaza de España, donde se encuentra la Iglesia Parroquia de la Divina Pastora, de mediados del siglo XVIII. Tomaremos la pista que nos lleva al lugar conocido como las Cabrerizas, conjunto de casas a las afueras de dicha aldea. Desde este punto continua una vereda que se interna a media altura en la sierra de Saladaviciosa en dirección sureste, y que tras unos 5 kilómetros y medio nos deja directamente en la Torre del Rayo. Antes de llegar a ella habremos atravesado cuatro hermosas gargantas: la de Mariano, la de Roque, la del Huerto y la del Helechoso. Si es cierto el dicho de que una imagen vale más que mil palabras, la panorámica que gozaremos desde este sendero resume todas las de este artículo.

La Torrejosa

            La Torrejosa es harina de otro costal. Llamada también del Pedregoso, como la finca donde se halla; o Torregrosa, siendo este en mi opinión el nombre que mejor la define, pues nuestro centinela es de proporciones “gruesas” y casi dobla en tamaño a su compañera y al resto de torres vigías de la zona. De uno 12 metros de lado, su altura original, ya que también se encuentra desmochada, hemos de suponerla superior a los 15. Las medidas del grosor de los muros también son considerables: más de 2 metros, y el interior ocupa unos 20 metros cuadrados. Esta singularidad en cuanto a su dimensión, más los finos elementos decorativos que hallaremos en su interior, es quizá el motivo que lleve a apostar a Ángel Sáez Rodríguez, uno de los historiadores más versados en estas construcciones, a que la Torrejosa sea un donjón castellano. El donjón, término francés por el que se conoce a las torres de homenajes, habría que entenderlo en este caso como una especie de castillo reducido a la mínima expresión, y cumpliría las funciones de defensa y control del territorio y además, como ya se dijo antes, haría de residencia del amo de esas tierras. Esa es la sensación que se tiene cuando se visita esta torre, la de pensar que no sólo fue habitada por soldados. El dintel trapezoidal de la entrada, el pasillo abovedado de acceso, las estilizadas pechinas, las puertas interiores donde se alternan ladrillos y piedras y los dibujos decorativos grabados entre sillar y sillar, invitan a suponer una ocupación familiar. La Torre de Botafuego, en los Barrios, es con la que guarda mayor semejanza, salvo en el tamaño. A ella podemos acudir si queremos hacernos una idea aproximada de cómo sería la Torrejosa, y también la del Rayo, cuando aún la decadencia no se había cebado en ellas.

Torrejosa

         Dejo para el final un elemento ornamental que creo resume esta argumentación, y que además añade un toque más de misterio a la Torrejosa. Se trata de una estrella de David (de 6 puntas) que corona la bóveda de un reducido habitáculo que antecede a la escalera interior. No, no se trata de la estrella de 5 puntas del islam, el también llamado pentagrama que para los musulmanes representa los cinco pilares de su religión. Es la estrella de ese otro pueblo que habitaba en esos tiempos la península: los judíos. Pero ¿qué pinta este símbolo en esta torre? ¿Es una especie de firma del constructor? ¿Es un emblema del origen de los propietarios? ¿Es sólo un capricho estético?

Estrella de David en el interior de la Torrejosa

Interior de la Torrejosa

            La Torrejosa, además de controlar el acceso a Puertollano, controlaba también el acceso y la salida del Valle de Ojén, otro pasillo natural que comunicaba con la Bahía de Algeciras desde tiempos inmemoriales y por donde transcurría la calzada romana llamada Vía Heraclea, proveniente de Carteia, en el término municipal de San Roque. Nuestro voluminoso centinela tenía trabajo extra. Y más lo tendría en la actualidad si quisiera preguntar por su estado de abandono y desconocimiento. Y es que señores y señoras del 2011, la Torrejosa, que mínimamente hunde sus raíces en el siglo XIII se siente discriminada y con razón; al contrario que el resto de torres almenaras de nuestra tierra, no está ni reconocida oficialmente ni catalogada como Bien de interés cultural en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz de la Junta de Andalucía. ¿Por qué? Habría que ser algo más que arqueólogo e historiador para contestar esta pregunta, pero lo cierto, lo incomprensible, es que la Torrejosa tiene a día de hoy perdida esa batallita.

            Quien quiera conocer esta torre deberá tomar la CA-7200, que parte de la N-340, en el kilómetro 65.5. Pasaremos por Vico, la parte baja de Facinas, por delante de los restos de un antiguo acuartelamiento, por el área recreativa de los Tornos, y llegaremos al fin al Caserío del Pedregoso, a unos 7 kilómetros desde que tomáramos esta carretera comarcal. El caserío del Pedregoso es un hermoso cortijo; junto con el de Ojén, de los más antiguos del lugar. Frente a él hay una cancela, y una vereda que nos lleva directamente a la cima de este monte con una silueta piramidal casi perfecta. En ella, a 232 metros de altura, se levanta la Torrejosa. Aunque la cancela no está cerrada con candado, se aconseja antes pedir permiso en el cortijo, pues se trata de una propiedad privada.

Puertollano desde la Torrejosa

        En sus años mozos, ambas torres verían pasar por Puertollano a las mesnadas del rey que quizá más contribuyó a la expansión del reino castellano por nuestra provincia: Alfonso XI. Contando como base de operaciones con las ciudades de Sevilla y Jerez de la Frontera, y enlazando con Medina Sidonia, Alfonso el Onceno nos honraría con su visita en varias ocasiones antes de la conquista de Algeciras en 1344. Al cabo del tiempo este trayecto sería conocido como el Camino Real. Si tenemos en cuenta que el ejército que movilizó para tal fin ascendía al principio a unas cinco mil personas y unos dos mil quinientos caballos, y que este tipo de campañas solían hacerse en verano, habremos de concluir en que el agua y los pastos eran las primeras necesidades a solventar. Desde Puertollano hasta Tarifa no solía haber problemas, pues numerosos son los arroyos que bajan de las sierras cercanas, y dos los ríos principales en ambas vertientes: el río Almodóvar y el río de la Jara. No habría de extrañarnos pues que uno de los campamentos de marcha de estas incursiones lo realizaran en un lugar próximo, en la actual área recreativa de los Tornos, a escasos kilómetros de Facinas.

       Para concluir, sólo insistir en lo que ya habrá comprobado el lector. Los que somos aficionados al senderismo, a la bici de montaña, y amamos la naturaleza estamos de suerte con Puertollano, con este paso de montaña, con este valle que se acaba difuminando en la comarca de la Janda. A nuestra disposición, aparte de las visitas a ambas torres, tenemos tantos senderos o caminatas como seamos capaces de trabajarnos, ya que es un paraje generoso en veredas y pistas forestales. Y reinando por encima de éstas, al menos en longitud, disponemos del sendero de gran recorrido conocido como GR-7, que cruza España entera desde Tarifa hasta Andorra. Sí, por aquí pasa, como no podría ser de otra forma ¿Quién se atreve a andarlo y hacer historia? Que seáis muchos los valientes, pero sabed que ya sea que estéis partiendo o acabando el camino, las torres del Rayo y la Torrejosa os estarán vigilando.

  

 

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Caminata por el Facinas prehistórico


Nube levantera

Galopaba con ganas el levante esta mañana por Facinas y alrededores. Seguramente  no fuera el día perfecto para una caminata, pero es que ya está uno un tanto impaciente por que la lluvia haga acto de presencia y ponga al campo en su sitio: verde, fresco, hospitalario. Así  que, a caballo ventoso no le mires las alas, o algo así; no le pusimos muchas pegas a montarnos a lomos del levante y disfrutamos de una bella ruta circular desde Facinas a Garganta Mariano… pasando por la Prehistoria, eso sí.

El impulsor de esta caminata ha sido Antonio Garrido, fuera de su casa conocido como Garry. ¿Y quién es este joven señor? Nada, un novatillo en estas lides, otro que como yo se aburre los domingos y quiere conocer nuestro entorno. Menos mal que se ha comprado un GPS Garmin, que si no…. 🙂 no… que no, que seguramente le conozcan, pues estamos hablando que yo sepa del pionero en la promoción del senderismo en el Campo de Gibraltar. Es curioso, yo le conozco de toda la vida, pues cuando eramos críos entrenábamos en el club de Atletismo de Algeciras ¿UDEA se llamaba, al principio?, pero ésta ha sido la primera caminata que hemos hecho juntos; de hecho hemos vuelto a tener contacto gracias a estos tejemanejes camperos. A ver para cuando la próxima, pues aquí nuestro amigo tiene una agenda de ministro. Ironías a un lado, la agenda digo yo que será la misma que la de cualquiera de nosotros, ya saben: trabajo, familia, media hora de recreo, luego otra vez familia, en fin…

Pero donde no se cumplen las similitudes con el común de los ciudadanos es en el milagroso provecho que le saca a esa media hora de recreo que disfruta un padre de familia normal. Lleva palante o en la mochila, qué se yo cuántas cosas: Los Cuadernos-guías de senderismo, la web Betijuelo, el muro en Facebook Andar por el Campo de Gibraltar, el blog El montañero ausente, el Fanzine Kristal (desde hace más de 20 años), la publicación sobre montaña Al límite, hasta hace poco el club de escalada Al Hadra… No sé yo cómo se las apaña. Una de dos, o es muy ordenado o en realidad nos miente a todos, tiene un gran despacho por ahí y es desde hace tiempo, dada su agenda, Ministro de cultura independiente del Campo de Gibraltar.

Garry mostrándonos el camino al Neolítico. Al fondo de aprecia el dolmen del Bujeo
Homo sapiens senderiensis al pie del dolmen.

La ruta que recorrimos, circular, saldrá en su próximo cuaderno. De unos 6 o 7 km está pensada para que se pueda hacer en familia, y mejor que mejor en primavera. Como es una historia que se está currando él no subo una ortofoto del recorrido que hicimos, pero vamos, el lugar es merecedor de al menos un par de visitas, y según sean nuestras ganas de andar hay veredas para unas cuantas alternativas. Dcaminante no hay dcamino, se hace ruta al andar.

Una prueba más de que Facinas, mal que le pese y sorprenda a algunos, ha sido escenario de la Historia desde siempres, son los dólmenes y menhires que nos legaron nuestros ancestros. Situada en una zona montuosa, atravesada por todos lados por fuentes, regajos y pequeños arroyos, los campos que conforman hoy día Facinas debieron ser un lugar idílico para nuestros parientes del Neolítico. Ahí tuvieron todo el tiempo del mundo para plantar las primeras cosechas, pues hacía poco que se había «inventado» la agricultura, y para cazar y pescar; ahhhh y sin alambradas y cotos privados que les entorpecieran, qué gozada. La cercana Laguna de la Janda, también supuso un atractivo para que prosperaran esas poblaciones.

El Dolmen que casi tapa el Homo Senderiensis de arriba es el Dolmen del Bujeo. De los tres que nos han llegado es el que mejor se conserva. Qué fuerte pensar que en ese mismo lugar, hace quizás unos 5 o 6 mil años se lloró la muerte de algún ser querido, y que esas mismas personas fueron, al igual que los primeros agricultores, los primeros en tejer los hilos de una espiritualidad y una religión reconocibles. Los otros dos dólmenes, el de la Mesta y del Mirador, no han conservado la losa superior horizontal, y pueden ser confundidos con simples lajas de piedra arenisca del lugar. Sé que están por ahí cerca, pero ¿dónde exactamente? Se agradece la colaboración de quien lo sepa.

Menhir en el canuto de Tribucio, a espaldas de Facinas
Menhir en el canuto de Tribucio (fotografiado en el 2007)
Menhir de frente, obsérvese las marcas, al parecer artificiales.

A menos de un kilómetro del dolmen, recordemos que estamos a las mismas espaldas del pueblo, nos sale al encuentro el Menhir del Canuto de Tribucio, cuyo arroyo discurre a sus pies. Dispuesto en una pequeña zona amesetada, posiblemente dedicada en esos tiempos al cultivo, el menhir estaría relacionado con la fertilidad de las cosechas. Al igual que ocurre con los dólmenes, hay por lo visto otro menhir por los alrededores, el de la Vaguada. Nosotros no lo vimos, o lo mismo sí, no estamos seguros; ya digo que otras lajas puntiagudas de arenisca sobresaliendo nos puede hacer dudar. De hecho los constructores de estas piedras talismán aprovechaban las lajas con una forma ya medio esculpida por la naturaleza. Si quieren saber más les recomiendo que repasen las aventuras de Astérix y Obélix.

Laja de Aciscar
¿alcornoque o cornamenta de venado?
Mai y ... lamento no acordarme del nombre del chaval.

 Dejando atrás este paseo por la prehistoria salimos a la zona conocida como las Cabrerizas, en la ladera norte de Saladaviciosa. Como su nombre indica, un enclave dedicado tradicionalmente a la cría de cabras, desde donde obtendremos bellas panorámicas del agro facinense. Veremos el Pantano de Almodovar, el Cerro de la Torrejosa, los Tornos, la Sierra del Niño…

Cortafuegos en la Sierra de Saladaviciosa

 Un par de kilómetros adelante llegaremos a la Garganta de Mariano, la primera de una serie de ellas que se suceden hasta la Garganta del Rayo, ya en Puertollano.

Garganta de Mariano

Y aquí estamos los dos. Anda que no tuvimos ocasión de fotografiarnos antes con fondos espectaculares. Pues toma chumbera que te crió al término de la caminata.

Chistera chistera la caminata está fuera

Agenda del Cencerro

Agenda del Cencerro: De Facinas a la Torre del Rayo.


Garganta del Helechoso

   Con esta entrada abro una nueva sección del blog, para informar sobre  las caminatas que haya hecho  recientemente o vaya a hacer en breve, y que luego, si encarta, documentaré de una forma más detenida, con fotos, indicaciones y texto. Al principio, y en aras de la claridad, pensé llamarla simplemente Agenda. Luego quise descartarla pues este término quizás produzca una sensación de seriedad y casi de profesionalismo, cosa que no crítico pero que tampoco quiero para el blog. Entonces me vino a la cabeza como una humilde iluminación, la etiqueta de «el Cencerro» , por eso mismo, para ir avisando de por dónde voy y camino, pero sólo no iba a quedar muy explicativo; así que al final, ni patí ni pamí: La Agenda del cencerro.

   Este sábado pasado, estando en Facinas y ante tanta variedad y posibilidades de rutas a realizar, me decidí por visitar las gargantas de las Cabrerizas y Saladaviciosa, por donde hace tiempo que no pasaba. Estas gargantas, con sus correspondientes arroyos son similares a las que te puedes encontrar en las proximidades de Algeciras, por poner un ejemplo, aunque de menor longitud. Nacen de alturas entre los 400 y los 600 m y tienen una gran pendiente, con arroyos de caudal estacional. Estas gargantas son, partiendo de Facinas: La de Mariano, de Roque, del Huerto, del Helechoso y del Rayo.

    Sólo con llegar a la Torre del rayo, ya queda una caminata lineal muy curiosa, de unos 12 km ida y vuelta. La ruta en realidad no está señalizada, sólo un par de mojones de piedra, pero ya se encargan los animalillos del campo de dibujarnos bien la vereda, que no tiene pérdida hasta llegar a la torre. Por el camino disfrutaremos de las vistas de Puertollano y Saladavieja, y no cruzaremos con un par de ranchos, uno de ellos semiabandonado, muy de la tierra.

   Ya digo que Facinas tiene muchas posibilidades ruteras. La caminata que en realidad me propongo documentar en unos meses es esta: Salir de Facinas y llegar a la Torre de la Peña, al pie de la N-340, 15 km más o menos. Puden llevarse si quieren el cencerro geoespacial, por si se pierden.

De Facinas a la Torre del Rayo

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Torrejosa, la torre olvidada de Facinas


Torrejosa, la torre olvidada de Facinas

 Quien como yo se sienta atraído por la Historia, y más en concreto por la historia local de su entorno, me comprenderá si lee esta entrada. Descubrir un testigo del paso del tiempo, un vigía del pasado como lo fue y es la Torrejosa, y además hacerlo en un paraje que ya creía conocido, no tiene precio. Así es, hará un par de años que tuve la suerte de hacer este «descubrimiento personal». El primer acercamiento tuvo lugar leyendo  un artículo de un número de la revista tarifeña Aljaranda, en el que se enumeraban las distintas torres vigías del litoral del Estrecho. Cuando le tocó el turno a la Torre del Rayo, que ya conocía vagamente, el autor del artículo la relacionaba con la Torrejosa, cercana a Facinas. ¿Cómo? ¿En Facinas? ¿En el pueblo que considero mi segunda patria y al que me retiraba ya si las circuntancias lo permitieran? Ese desconocimiento imperdonable había que solventarlo con premura.

Y a ello me puse. En Internet poca cosa; alguna que otra mínima mención en artículos de historia local, y una sola fotografía, que yo encontrase al menos. Fue tirando de mapa y preguntando a vecinos de Facinas como dí con su ubicación. Otra vez ¿Cómo? ¿En el Cerro del Pedregoso, un monte precioso por el que he pasado decenas de veces pero sin subirlo? Pues sí, ahí estaba la torre, en su cima, resistiéndose al olvido como sólo lo hace la piedra arenisca.

En esta entrada, con la humildad propia del aficionado a la Historia, quisiera poner uno encima de otro, los escasos datos que he podido recopilar, con la intención de arrimar el hombro y contribuir a restaurar un poco el pasado de esta edificación. También incluyo cómo no fotografías que he tomado de ella las tres veces que la he asaltado, digo visitado. Por cierto, la última vez que subí el cerro fue a instancias de Vicente, un vecino de Facinas, el cual, hablando sobre el tema, me dijo que si no había visto la estrella de David que hay entrando a mano derecha. Por última vez, lo prometo ¿Cómo? ¿Una estrella de David en la torre y yo no la había visto las dos veces anteriores que la visité? El remate de los tomates.

Antes de nada, indicar que son varios los nombre que se le atribuyen a este monumento. Tanto en las publicaciones consultadas como en mapas he comprobado que además de como Torrejosa, se le designa como Torregrosa, Torre del Pedregoso o del Pantano. Quizás el término de «Torregrosa» es el que mejor la define, debido a sus medidas, pero utilizaré el de Torrejosa, por ser el más usado en las fuentes.

Y ahora vayamos con su ubicación. Se encuentra en el término municipal de Tarifa, a unos 5 km de Facinas, en la CA-221 en dirección a Los Barrios. Como se puede observar en la fotografía de abajo, se halla en el Cerro del Pedregoso, también conocido como de la Torrejosa. Pocos montes muestran una silueta tan perfecta como éste. Como si se tratase de una pirámide natural, la torre se encontraría en su cúspide, dominando y vigilando los dos valles cercanos, el de Ojén y Puertollano, y lo que fue la antigua Laguna de La Janda. A sus pies se levanta el Cortijo del Pedregoso, una edificación muy vistosa también con siglos a sus espaldas y cimientos. Frente a él encontramos una cancela, y un camino de descorche que nos conduce hasta la cima y la torre. En la laja que se puede apreciar a su izquierda encontraremos un gran número de tumbas antropomorfas excavadas en la roca.

Cerro del Pedregoso
Ubicación de la Torrejosa

Quienes levantaron esta torre eligieron sin duda el lugar idóneo. Situada a los pies de las sierras de Saladavieja y Ojén, es franqueada por ambos lados por las sierras de Fates y del Niño. Este trío de estribaciones crea por tanto los dos valles mencionados anteriormente, el de Puertollano y el de Ojén, por los que desde tiempos remotos discurrieron vías de comunicación hacia el interior de Andalucía. Por el valle de Ojén, la actual CA-221, pasaba la Vía VI Heraclea, proveniente de Carteia, camino que se seguiría utilizando en siglos posteriores. Y el de Puertollano era atravesado en tiempo medievales por un ramal del Camino Real que conducía a Medina Sidonia y Jerez. El control que se hacía de estas rutas desde el Cerro de la Torrejosa era por tanto muy férreo. Sólo hay que poner en marcha el piloto automático de la imaginación y contemplar cómo se aproximan por el valle de Ojén, levantando una nube de polvo, una legión romana; o cómo se dirigen hacia Tarifa, remontando Puertollano, las mesnadas reales de Alfonso XI, de camino a conquistar Algeciras en 1342. Facinas, que en la edad media se cree que era una alquería llamada Faysana, era un punto clave en las comunicaciones. En esta otra entrada trato de explicarlo: Facinas, encrucijada de caminos.

Como muestro en el mapa de abajo, cuando a causa de un ataque o desembarco se quería alertar a las poblaciones cercanas se realizaban ahumadas en los terrados de estas torres. Si el ataque se producía, por ejemplo, en Tarifa e interesaba avisar a los pueblos próximos del interior (Alcalá, Medina), la primera señal la recibía la Torre del rayo; ésta se la pasaba a nuestra Torrejosa, que a su vez la transmitía a otra torre ubicada cerca de Benalup. Para alertar a las poblaciones costeras se utilizaban la Torre de la Peña, la de Valdevaqueros, la de Guadalmesí, etc.

Comunicación entre Tarifa y la Torrejosa

Antes de mostrar más imágenes de la Torrejosa quiero explicar el porqué del título de la entrada, lo de torre olvidada. Pese a la importancia que creo que tiene, y al buen estado de conservación de lo que nos ha llegado, no está recogida como Bien de interés cultural e histórico por la Junta de Andalucía. ¿Los motivos? Pues no tengo ni idea. En dicho catálogo están recogidas el resto de torres vigías que en su día funcionaron en la provincia de Cádiz, incluso la de Valdevaqueros, de la que por lo visto sólo quedan prácticamente sus cimientos, embutidos en una propiedad privada por la zona de Casa Porros. O la Torre de Punta Carnero, de la cual sólo se ha conservado tristemente un muñón, pues fue volada en la década de los 40. Puedes comprobar tú mismo esta inexplicable omisión en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz,  y si sabes por qué ocurre esto, por favor, házmelo saber.

Vista frontal
Vista frontal
Vista lateral
Esquina frontal izquierda
Puerta de entrada

 Lo primero que me llamó la atención de esta torre fueron sus medidas. (Nota: Acordarme de meter en la mochila un metro). Sí, no puedo decir exactamente cuánto mide, pero debe de andar en torno a los 12 metros de anchura; esos fueron los pasos-largos que dí al intentar medirla. Lo siguiente que me atrajo, o más bien me desilusionó, fue comprobar que no estaba completa, que estaba desmochada. ¿Cuántas plantas tendría? ¿Sólo una y el terrado (azotea)? ¿Dos plantas abovedadas quizá? Nuevamente, ni idea. Si la Torre de Botafuegos, la más similar a ésta, tiene unas medidas de 6,50 de lado por 10,50 de altura, yo me imagino a la Torrejosa con una altura de entre 12 y 15 metros. Ya tardan arqueólogos cualificados, que seguro son los primeros interesados, en despejar las dudas.

Y continuando con las dudas ¿Cuál es su origen? ¿Cuándo y por quiénes fue construida la Torrejosa? Los que han abordado este asunto, a causa de la mudez de las fuentes y la carencia de prospecciones arqueológicas, no pueden asegurarnos  su cronología y por tanto el origen de sus constructores. Tal vez los archivos históricos de la Casa ducal de Medina Sidonia guarde entre sus legajos la solución.

No se cree que sea de fundación islámica, por lo que habría que empezar a contar a partir del año de la conquista de Tarifa por Sancho IV de Castilla: 1292. A partir de esa fecha es cuando se afianza el control cristiano del territorio y comienza la repoblación. Es en este contexto cuando la Torrejosa adquiere su significado. A los repobladores se les concedían muchos privilegios y concesiones; de alguna forma había que atraerles para que vinieran a vivir a la frontera. Sancho IV, por ejemplo, no les cobraba diezmo, portazgo, veintena, cuarentena, alcábala, ni quinto de botín de las cabalgadas. También se les concedió a los vecinos de Tarifa el derecho de construir en sus casas hornos para cocer pan, cal, tejas y ladrillos sin pagar nada a cambio. Alfonso XI, que visitó estas tierras en varias ocasiones en la primera mitad del s. XIV, no quiso ser menos y otorgó el perdón a todos los reos que vivieran en Tarifa un año y un día. Imagínense el canguelo que produciría vivir aquí, y ya de paso imagínense a Zapatero o a Rajoy invitándoles a vivir en un sitio donde te dan la casa, el trabajo y no tienes que pagar IVA ni ningún tipo de impuestos. Ya tienes la mosca detrás de la oreja.

Angel Sáez Rodríguez, que yo sepa de los que más entienden de torres almenaras de la región, cree que la Torrejosa es un donjón cristiano, es decir, una torre que cumplía las funciones de defensa, control del territorio y a la vez, esto es muy importante, de residencia. Esto es lo que a mí más me cuadra, que fuera la torre-casa-palacio del Señor de esas propiedades, donde vivía quizá gran parte del año, en donde se guarecía en caso de peligro, y en donde tal vez hasta cobraba derechos de paso. Las dimensiones de la torre, y sobre todo los elementos decorativos del interior que muestro a continuación debieron de plantearse para una ocupación duradera y diaria. Las diferencias entre esta torre, y sus similares torre del Rayo o de Botafuego, y las posteriores torres almenaras del litoral construidas a partir del s. XVI son notables. En estas últimas se percibe más su finalidad militar y defensiva.

Pantano de Almodovar y Valle de Ojén
Dique de contención del pantano y Saladavieja
Puertollano
Torre del Rayo

Y ahora, damas y caballeros, acompáñenme al interior de los aposentos, excusen la suciedad y las innumerables cacas de cabra, y tengan cuidado con las ramas del lentisco que crece dentro a sus anchas. Esto es quizá lo que más me fascinó de la torre, el estado de conservación de algunos de los detalles y elementos decorativos de la construcción.

Lo primero que nos llama la atención es el dintel de la entrada, de gran porte y elegancia; luego la bóveda de cañón que hace las veces de pasillo, en la que se observan dibujos sobre el estuco que tratan de imitar a los sillares de piedra. Ya en el interior yo me quedé flipado con la altura que alcanzaría en su día la sala principal, donde aún se conservan por suerte las pechinas que sustentaban la bóveda. También se aprecian los mechinales, boquetes en la pared donde encajaban las vigas de madera. Y cómo no, lo arcos sobre las distintas puertas, en los que se alternan ladrillos y sillares de piedra, que irremediablemente nos recuerda la estética islámica. En cuanto a las decoraciones de las paredes, yo pienso que éstas estaban totalmente enlucidas, y que nuevamente se dibujaban sobre este enlucido las decoraciones, aunque en realidad, más que dibujadas están incisas, grabadas con punzón. Es fácil a la mujer del Señor de las tierras hablando con el constructor de la torre y eligiendo los motivos; allí póngame unas espigas, en ese otro rincón unas flechas, etc. Bromas machistas aparte, cuando se entra en esta torre, se nota que los que la mandaron levantar no pasaron por alto el darle un toque hogareño.

Puerta de entrada con dintel trapezoidal
Quicialera para echar el cerrojo.
Pasillo abovedado para acceder al interior
Pechina de la bóveda y mechinales.
Puerta de acceso y puerta de la escalera, con sus correspondientes arcos de herradura.
Puerta principal, desde dentro.
Mechinal para encajar las vigas. Obsérvese las incisiones en el enlucido.
Elemento decorativo
Detalle del llagueado exterior

 Para terminar quisiera mostrar, para mí, y nunca mejor dicho, la estrella de esta torre: la estrella de David. Como dije antes, fue a la tercera cuando la vi, y gracias a Vicente. De no haber sido por él, la verdad no sé si la habría descubierto, pues se encuentra situada en la bóveda de una pequeña sala que antecede a la escalera, donde apenas llega la luz. Es necesario llevar una linterna para verla. Como el resto de elementos decorativos está grabada sobre el enlucido y se alternan dos colores, negro y ocre, para resaltarla.

Este «descubrimiento personal» me dejó la verdad traspuesto; primero por su belleza simple pero efectiva, y segundo porque uno es muy dado a ensoñaciones históricas. ¿A qué viene una estrella de David en una torre de dueños posiblemente cristianos? ¿Posee esta estrella un significado religioso y cultural, o es sólo un capricho ornamental de moda en esa época?

Cuando Vicente me habló de ella, de que era una estrella de David, de seis puntas, no pude menos de sorprenderme. ¿No se referiría a la estrella islámica de cinco puntas, llamada también pentagrama, y que para los islamitas representa los cinco pilares de su religión? Está claro que no, es la estrella de los otros «españoles» que habitaron en esos tiempos la península: los judíos.

Consulté a colegas historiadores sobre el posible origen y significado de esta estrella. Una vez más está claro que no se puede concluir nada sin el apoyo de las fuentes y la arqueología, pero la hipótesis que más me convenció o gustó es la de que esta estrella posiblemente sea una especie de firma o marca de su arquitecto, de procedencia judía.

Sea o no cierta esta hipótesis, pidámosle a la estrella un último favor; que alumbre y guíe el camino que han de seguir las autoridades políticas y culturales para que le proporcionen a la Torrejosa el cuidado y respeto que se merece.

Estrella de David en la bóveda junto a la escalera
Estrella de David en la bóveda junto a la escalera

Para saber más:

Caminatas · P.N. Los Alcornocales

Facinas, encrucijada de caminos


Facinas

Este sábado pasado, día sorprendentemente caluroso, elegí para mi caminata un pueblo al que ya considero mi segunda patria: Facinas. Pueblo al que me unen lazos familiares desde hace muchos años y al que tengo especial cariño. Sus gentes, su entorno y ¡su gastronomía! no suelen dejar indiferente a nadie. Las posibilidades que brinda Facinas para la práctica del senderismo son enormes, no por nada se la conoce también como la Puerta sur de Los Alcornocales. Con esta caminata quisiera mostrar que aunque sea un pueblo humilde y la verdad no muy pintoresco, Facinas y su enclave siempre han sido eso, una destacada encrucijada de caminos.

Situada en el extremo norte de la Sierra de Saladaviciosa, Facinas domina desde sus cerros buena parte de la comarca de la Janda, denominada así porque en el lugar que hoy ocupan tierras de cultivo y de pasto existía hasta la década de los sesenta, fecha en que por desgracia fue desecada artificialmente, una de las principales lagunas de España: la laguna de La Janda.  Con una extensión de 50 kilómetros cuadrados recibía las aguas de numerosos arroyos y, principalmente, de los ríos Barbate y Almodóvar. Años de lluvia como fueron algunos de la década de los noventa, la resucitaron prácticamente, lo que nos da una idea de lo bravas que son estas tierras.

Panorámica del curso del Almodovar y del campo facinense

La ruta que propongo hoy es eso, una propuesta; pues tirando de mapas, de Google Earth y sobre todo del conocimiento del terreno que proporcionan las caminatas previas y los consejos de los lugareños, se pueden sacar más propuestas, más rutas. Facinas tiene sin duda parajes más bellos desde el punto de vista ecológico, que ya irán apareciendo, pero esta ruta pasa por sitios donde la naturaleza, la Historia y el trabajo del hombre confluyen para mostrarnos una imagen fidedigna de lo que es Facinas y su entorno. Quién se anime a andarla pasará por sitios donde antes discurrían una calzada romana o caminos reales del Medievo, observará tumbas antropomorfas y se sorprenderá ante una torre almenara bastante desconocida.

Según sean las ganas de caminar y el número de caminantes, la ruta se puede hacer circular (15 km) o lineal, posando las posaderas en el Cerro de la Torrejosa, al lado del Pantano de Almodóvar (8 km); lo que se traduce, sea una opción u otra, en unas 4 ó 5 horas de caminata.  Como ya se habrá supuesto, la ruta atraviesa propiedades privadas. Se trata de un par de pequeños ranchos o vaquerías, pero la experiencia me dice que si vamos cerrando las alambradas para que no se escape el ganado (más bien escaso y pacífico por supuesto), no habrá ningún problema con los propietarios. Gente por lo demás agradable y dispuesta a ayudar; al final son ellos los que en realidad te van guiando. Gracias a ellos aprendí que por esos campos la mejor forma de decir «camino», «ruta», «senda» o «vereda» es «colada«; ese es el término que suelen utilizar. Sigue esta «colá» palante, te dicen. Esa enseñanza no tiene precio.

Esta es mi propuesta:

Esquema de la ruta, desde Google Earth

Y visualizándola en mapa:

Esquema de la ruta, desde Iberpix

Y vayamos ya con la ruta. El punto de partida será en la barriada de Vico (en la parte baja del pueblo), en concreto en el km 1,5 de la carretera CA-221 Facinas-Los Barrios, a pocos metros del Ventorrillo «El Nene», donde se puede dejar el coche y a la vuelta recuperar fuerzas con una buena cerveza y una tapa de chicharrones.

Ventorrillo del Nene. Vereda a seguir

El mismo nombre del lugar nos da una pista sobre lo remoto de su pasado. Aunque aún está pendiente de que la arqueología lo confirme, se cree que por la zona existió un poblamiento rural hispanorromano. Eso es lo que significa» Vicus«, de donde proviene Vico. Tomando esa entrada seguimos todo recto en dirección al Río Almodóvar.

Hacia el Río Almodovar

Nos cruzamos con el Arroyo del Ventorrillo, que un poco más adelante se hará uno con el de La Motilla. No parece gran cosa, pero en días de lluvia estos arroyuelos se tornan caudalosos. Hasta no hace mucho desembocarían en ellos las aguas que hacían funcionar antes los seis molinos maquileros que han existido en Facinas.

Arroyo del Ventorrillo y Sierra de Saladaviciosa

A lo largo del camino nos encontraremos con muchas chumberas, acebuches y gamones. El croar de las ranas será nuestra banda sonora. Obsérvese el puentecito de madera.

Colada hacia el Río Almodovar

Si miramos a la izquierda divisamos la Silla del Papa, la cota más alta de la Sierra de La Plata. En su cumbre podemos visitar los restos de un oppidum (lugar fortificado) turdetano, de época prerromana. Se piensa, además, que dicho emplazamiento pudo ser el precursor de la futura Baelo Claudia. Según Adolf Schulten, un afamado arqueólogo, la Silla del Papa es el Mons Belleia que nombran las fuentes antiguas, el mismo lugar donde el general romano Sertorio reunió a sus aliados lusitanos en el año 80 a.c. en la guerra civil contra Sila.

Silla del Papa. Sierra de La Plata

Poco después nos acercamos a una curva cerrada muy próxima al río que nos obliga a continuar hacia la derecha. Una nutrida colonia de palmitos rompe la monotonía de los gamones, planta que al parecer abunda en terrenos sobrepastoreados.

Colada hacia el Río Almodovar

En cuanto a fauna, aparte de la cabaña habitual de ovejas y vacas retintas, me topé con alguna que otra perdiz o codorniz (no sabría decir cuál, la verdad), mosquitos enormes pero nada agresivos, y con muchas, pero muchas babosas, la mayoría de las veces solas y otras a pares, juntas y revueltas en una actitud muy mocosa que sospecho fuera una cópula. El ejemplar de abajo podría medir sus buenos seis o siete centímetros.

Babosa

Y por fin llegué al Río Almodóvar, que delimita con su curso la vertiente sur del Parque Natural de Los Alcornocales. Al fondo se puede observar la silueta piramidal del monte de la Torrejosa, destino principal de mi caminata. Esta parte del río debe ser de las más anchas.

Río Almodovar

A esas alturas del camino ya estaba acercándome a otro de los destinos que me propuse encontrar ese día y que lógicamente no había visitado nunca: La Pasada del Mojón. La primera vez que me encontré con este curioso topónimo fue documentándome en artículos de la revista tarifeña Aljaranda. En uno de ellos el autor comentaba que esta Pasada del Mojón era un tradicional cruce del río, por ser en ese tramo el cauce menos hondo y estrecho. Por esa zona pasaría, según su teoría, la vía antigua más importante que atravesaba nuestras tierras en dirección a Sevilla: La vía VI (calzada romana) o vía Heraclea.

De las fuentes pasé al trabajo de campo, es decir, a preguntar a cuanto facinense se cruzara en mi camino por el paradero de tal lugar. Vicente, el dueño del Mesón el Candil, me puso tras la pista. Recuerda Vicente que a la Pasada del Mojón se iba de excursión con el colegio y que aquello consistía en una serie de piedras toscamente labradas, mojones, que permitían vadear el Almodóvar. Ni el alcalde pedáneo se libró de mis pesquisas; me orientó con mucho tino. Ya en el camino, después del meandro de la foto, me encontré con un par de viejecillos desayunando su buen bocadillo de chorizo. Fueron ellos los que me dieron a elegir entre seguir la vereda que me llevaba directo a la Pasada, pero alejándome un tanto del río, o entrar por una valla por un camino más pegado al curso de agua pero más complicado. Ni me lo pensé: esta es la hangarilla de madera, la de la derecha, por la que hay que entrar:

Hangarilla por la que se entra

Atravesando un coqueto bosque de acebuches surge poco a poco una veredilla, que arrimándose cada vez más al río, me condujo directamente hasta este curioso puente de hierro.

Puente sobre el Río Almodovar
Mi sombra refrescándose en el Río Almodovar

Continuando por la vereda de abajo pasamos al lado de un rancho, abrimos y cerramos otra hangarilla y salimos a la colada que nos conduce, girando a la izquierda, hasta la Pasada del Mojón. A la derecha observamos a lo lejos la Aldea geriátrica, otra encrucijada de caminos e historias sin duda.

Vereda junto al río

Ya tenemos más cerca el cerro de la Torregrosa, arriba a la derecha.

Colada hacia la Pasada del Mojón

Por fin llegué a la Pasada del Mojón, tras atravesar la segunda vaquería. Confieso que me sentí algo decepcionado, pues aunque sabía, repito, que sólo se trata de un antiguo paso que se realizaba saltando de mojón en mojón, esperaba encontrarme con «más de un mojón»; y de hecho conté dos o tres más, pero enterrados por el cauce o por los zarzales. Ya me lo advirtió el último ranchero con que hablé, que la corriente y los años habrían hecho desaparecer los mojones río abajo. Juzguen ustedes:

Pasada del Mojón
Pasada del Mojón

Decepcionado o no, ahí hice un alto en el camino y me comí una naranja. Mientras me la comía no pude evitar ponerme a desbrozar los zarzales, talar algunos acebuches y visualizar una calzada de piedras serpenteando por aquellos campos. La imaginación es lo que tiene, que embellece las caminatas.

Volviendo a la realidad, y de ser ciertos los artículos y mapas que he leído y estudiado sobre este tema, por este lugar o por las proximidades pasaría la famosa Vía VI o Heraclea, una especie de autovía del mediterráneo. A grandes rasgos, vendría desde la Carteia de la Bahía de Algeciras, pasaría por las proximidades de Los Barrios y luego torcería por donde hoy discurre la CA-221, la Venta de Ojén, rodearía el monte de la Torrejosa y cruzando el río Almodóvar a unos 3 km de Facinas, la Vicus Fauciana de tiempos romanos, se dirigiría a Cádiz por la actual N-340, Sevilla… y Roma, claro. Partiendo de esta vía principal, saldría un ramal para Baelo Claudia.

Este es el trazado que yo me aventuro a proponer basándome en lo que he leído:

Calzadas romanas

Y ahora, dando un gran salto en el tiempo, abordamos los caminos medievales que atravesaban las vegas de Facinas, llamada en esa época Faysana. Como los antiguos podrían ser antiguos pero no tontos, aprovecharon el trazado de la calzada romana, y potenciaron o crearon otros nuevos (en azul). Las dos vías principales serían esta vía proveniente de la Bahía, con el camino de la «La Trocha» como ramal secundario y la actual N-340. Además, otro camino correría pegado a la Sierra del Niño hasta Medina Sidonia. Debemos tener en cuenta que en todo momento debían sortear la laguna de La Janda. Por último, otro camino se dirigiría hacia Tarifa por el interior, por Puertollano (Santuario de La Luz). Por poner un sólo ejemplo, tanto este camino interior como el de la costa fueron utilizados por el ejército de Alfonso XI  en su periplo para la conquista de Algeciras.

Caminos medievales (en azul)

Dejemos ya los caminos virtuales del pasado y este nudo de comunicaciones que fue la Pasada del mojón para volver al camino real. Abandonado el meandro del río debemos girar al sur y buscar la carretera de Facinas, la que nos lleva al área recreativa de Los Tornos. La encontraremos a menos de un kilómetro. Una vez que estemos en ella, torcemos a la izquierda por la vereda de zahorra habilitada para los caminantes y que lleva a Los Tornos.

Vereda hacia Los Tornos
Entrada al Área recreativa de los Tornos

Seguimos la recta, y justo donde la carretera atraviesa un puente y empieza a subir hacia la derecha, nos paramos, pues hemos de abrir la cancela que tenemos enfrente. Es un pontón grande por el que se accede al camino de mantenimiento de los molinos. Siempre está abierto y la única restricción va dirigida a vehículos no autorizados. Seguiremos la vereda en dirección al Cortijo del Pedregoso, al pie del monte de la Torregrosa, para mí la joya de la corona de estos lares. Hemos de estar atentos a la situación de la gran laja que hay en el centro. En ellas disfrutaremos de otro viaje al pasado, el que nos proporcionará un buen número de tumbas antropomorfas excavadas en la roca. Y ya para empacharnos de Historia y de misterio, sólo hemos de subir a la cima, donde nos espera una torre almenara bastante desconocida.

Monte de la Torregrosa

Muy fácil. Estamos a las puertas del espléndido Cortijo del Pedregoso. Justo detrás hay otra cancela donde empieza un carril. El monte es privado, por lo que debemos mostrar el respeto y cuidado pertinentes, pero no creo que surjan problemas; yo lo he subido ya tres veces sin percance alguno. A la derecha del carril buscamos la laja con las tumbas, todas rellenas en parte de tierra y sembradas de vinagretas, como si se tratara de una ofrenda natural.

Tumba antropomorfa
Tumbas antropomorfas
Vista del Pedregoso desde la Laja de las tumbas

Aunque, como he dicho, ya había subido a la cima del monte, nunca antes había visto estas tumbas; vagamente recordaba alguna referencia en internet o alguna fotografía, pero lo cierto es que disfruté mucho en esta laja. Con la cabeza un tanto aturdida  entre tanto ir y venir en el tiempo, y lo efímero de éste, regresé al carril y me fui al encuentro de la Torre del Pedregoso, o Torregrosa, una misteriosa torre almenara que vigilaba los caminos medievales de Facinas y Tarifa. Esta torre se merece una caminata-entrada aparte,  que ya tengo casi lista para mostrar en mi bitácora próximamente.

Torregrosa

Tal como dije al principio, la ruta puede ser lineal terminando en este punto, o regresar por la carretera a Facinas, que para el que no lo haya hecho nunca es muy bonito. Entre la calor que hizo ese día, y que ya tengo un poco visto ese trayecto de vuelta, adivinen qué opción escogí. Ave, digo hasta otra, caminantes.

Para saber más, si aún quedan fuerzas, los siguientes enlaces:

– Los orígenes históricos de Facinas, de Juan José Alvarez Quintana

-Los caminos y cañadas de Tarifa en los itinerarios del rey Alfonso XI de Castilla, de Manuel López Fernandez

-Facinas medieval, el fanstasma Idrisi y otros relatos (I), de Juan José Alvarez Quintana

-Facinas medieval, el fanstasma Idrisi y otros relatos (II), de Juan José Alvarez Quintana

-Vías romanas en el Campo de Gibraltar, de Gonzalo Arias